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Zoé Valdés

Uno menos

Murió el narcotraficante Manuel Antonio Noriega Moreno. Resultado: un basureta menos en este estercolero en que se ha convertido el mundo.

 Murió el narcotraficante Manuel Antonio Noriega Moreno. Resultado: un basureta menos en este estercolero en que se ha convertido el mundo.
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Muere Cara de Piña, el exdictador panameño, aquel que –al igual que Nicolás Maduro con sus mamarrachadas aprendidas de Fidel Castro, lamentables imitaciones de su maestro– se hacía filmar con un machete en la mano, repartiendo machetazos al aire, a diestra y siniestra, contra enemigos fantasma, que son los únicos enemigos de estos farsantes.

Murió el narcotraficante Manuel Antonio Noriega Moreno. Resultado: un basureta menos en este estercolero en que se ha convertido el mundo.

Nadie lo llora, pero la prensa se desprende a anotar y subrayar su muerte, a los 83 años. ¡A los 83 años! ¡Tanto duró ese escombro! Cuánta gente buena que muere joven, y estos esperpentos duran una inmortalidad para quienes tenemos que aguantarlos.

No es justo, Dios, le digo al cielo, que es allí donde nos han inventado que anda postrado nuestro Gran Padre, observándonos, juzgándonos, y obviamente equivocándose, desde un trono nuboso. Pero yo siempre lo perdono, para que haga lo mismo conmigo, me digo, algo trasnochada en medio de esta noche otomana, en un Estambul desconcertante y no menos tiránico.

Lo cierto es que la muerte de Noriega, Cara de Piña – reitero–, a estas alturas, no resuelve ya ningún problema ni libera a nadie de los padecimientos causados en el pasado.

Por mí que siguiera pudriéndose en vida. Los que ahora mismo debieran pasmarla son el Maduro y el Castro II, pero ya sabemos de qué va la estafa ésta que es la vida, el circo del que hablaba Marlene Dietrich: nada es como una quisiera que sucediera.

Al menos el dictador panameño fue sacado por los baches de la cara de Panamá, juzgado y encarcelado. Pagó. No lo suficiente. Pero pagó, justicia mediante.

Lamento, eso sí, que Noriega no haya declarado a la justicia todo lo que tenía que declarar sobre sus menesteres con la droga y con sus jerarcas –que yo me haya enterado–, y que no tuviese el valor, la entereza de sacar la mera verdad sobre los Castro y el narcotráfico.

Por el momento es un muerto más, un muerto todavía tibio y dañino, aunque de ninguna manera en la misma línea de los más nocivos, como el Che Guevara y Fidel Castro: Los muertos más adorados por los zombis que conforman la izquierdaza internacional.

Noriega es un simple cadáver, diminuto, minúsculo incluso en su propia pequeñez. Menos que un gusano. Una auténtica masinguilla, la ladilla de la ladilla, pero fumigada y aplastada con furia y encono. Bah.

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