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Gallardón ultima los planes para desfigurar la Plaza Mayor

Con Ruiz Gallardón en la alcaldía, ni los monumentos históricos están a salvo de la piqueta. El alcalde dirige ahora su mirada hacia la Plaza Mayor. Pretende repintarla, cambiar los tejados, el pavimento y retirar la estatua de Felipe III, monarca que inauguró la plaza en 1619.

Aunque las arcas municipales estén exhaustas, Alberto Ruiz Gallardón sigue con ganas de gastar. Su último gran proyecto urbano es una reforma a fondo de la Plaza Mayor. A lo largo del próximo año, si el eufemísticamente llamado Plan Integral de Mejora de la Calidad de la Plaza Mayor de Madrid, sale adelante, a la céntrica e histórica plaza del Madrid de los Austrias no la va a reconocer ni los camareros de sus populares terrazas. Por de pronto, el proyecto ya le ha costado al ayuntamiento 60.000 euros, destinados a pagar la primera tormenta de ideas de los urbanistas y arquitectos que se encargan de diseñar los trazos maestros de la nueva Plaza Mayor.

La reforma parte de la idea de que el actual estado de la plaza es malo, de que la pintura roja que actualmente lucen sus edificios resiste mal el paso del tiempo y de que el adoquinado es muy incómodo para los transeúntes. En definitiva, que la Plaza Mayor, lejos de ser un lugar de agradable paseo, se ha convertido en uno de los puntos negros del centro de Madrid. Todo según los promotores del Plan, acaudillados por Carlos Ferrán, un septuagenario arquitecto turolense ex alumno y  ex socio del controvertido Sáinz de Oiza.

Para Ferrán la Plaza Mayor debe recobrar su valor "imperial, cultural y popular". Su plan de reforma aspira a devolvérselo. A grandes rasgos, los edificios de la plaza dejarían de ser rojos y de estar coronados por tejados de pizarra, desaparecerían los adoquines del suelo y, con ellos, la estatua de Felipe III que, desde hace más de siglo y medio, preside el centro de una plaza que él ordenó terminar e inauguró hace casi 400 años.

El nuevo color es una incógnita. Para definirlo el Ayuntamiento ha creado la llamada “Mesa de color”, compuesta por varios arquitectos y expertos en cromatismo urbano. La idea es devolver a la plaza el aspecto que tenía cuando fue inaugurada en el barroco. Se ha propuesto hacer catas selectivas en distintas partes de la plaza para averiguar qué color tuvo la plaza en el pasado. Podría, por lo tanto, terminar siendo amarilla, ocre e incluso blanca, tal y como lucía en tiempos de Carlos III.

Las cubiertas de pizarra, que entroncan con la tradición esculiarense, están también en entredicho. El pintor Carlos Franco, miembro de la “Mesa de color” municipal, aboga por sustituirlas por tejas árabes. Se desconoce aún si los característicos chapiteles que rematan las cuatro torres de la plaza irán también revestidos de tejas o si volverán al plomo, material que los cubría en los primeros tiempos.

Cambiar la pintura y los tejados no es suficiente para Carlos Ferrán. El arquitecto está barajando la posibilidad de instalar una grada y no descarta un intercambiador de transportes bajo la plaza. Para ello debería volver a ser, como en sus orígenes, un espacio diáfano, es decir, sin la estatua de Felipe III. Ferrán es de la opinión que esta escultura, diseñada en 1614 en Florencia por Pietro Tacca y Juan de Bolonia, debe salir de la plaza. Podría, siguiendo al arquitecto, volver frente al Palacio de los Vargas, en la Plaza de la Cebada, o viajar hasta la Casa de Campo.

Sería, pues, mucho más que una reforma. Los habituales de la plaza: pintores, camareros, clientes de las terrazas donde se sirven los mejores bocadillos de calamares del mundo, aficionados a la numismática y la filatelia que visitan con frecuencia las tiendas de los soportales no terminan de verlo. De las 10 personas consultadas esta semana in situ por Libertad Digital ninguna está de acuerdo con los planes del alcalde. Desde los que piensan que alguna reforma menor, como sustituir el incómodo adoquinado que luce desde los 60, no le vendría mal; hasta los más fieles al aspecto actual de la plaza. Joaquín, un jubilado madrileño “de toda la vida” que la cruza todas las tardes en su paseo diario, asegura, apoyándose con firmeza en su bastón, que “tocarla sería un crimen”.

Los defensores más apasionados de la Plaza Mayor son, curiosamente, los turistas. Dos jóvenes argentinas, Alejandra y Carolina, de viaje en Madrid por tercera vez, no terminan de entender como el alcalde quiere cambiar algo en una plaza que, tal y como apunta Carolina, “es lindísima”, a lo que Alejandra remata: “yo no movería nada, todo está en su sitio”. Otros no son tan corteses, Juana, burgalesa adoptada por la capital hace más de 20 años, es de la opinión de que “este alcalde es una calamidad, no hace más que enredar y levantar zanjas que Dios sabe lo que nos están costando. Si termina haciendo todo eso que me estás contando va a desfigurar la plaza. Espero que no le dejen o que se le haya acabado el dinero.”

Esa eventualidad, la de la falta de fondos, tal vez sea la salvación de la Plaza Mayor. Las arcas municipales no están para muchos trotes y una reforma de esta envergadura no es precisamente barata, ni precisamente popular. Si, finalmente Ruiz Gallardón decide comenzar esta polémica obra no le va a ser fácil explicárselo a los vecinos y a los numerosos visitantes de todas partes dle mundo que cada día la contemplan.

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