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PEDIATRÍA

Accidentes en la Infancia IV

Dr. José Ignacio de Arana Amurrio.

Biografía del Dr. José Ignacio de Arana Amurrio



Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Pediatría en la Facultad de Medicina de la misma Universidad. Médico Puericultor del Estado. Técnico Superior de Salud Pública de la Comunidad de Madrid. Ejerce como Pediatra desde hace 35 años en el Hospital General Universitario “Gregorio Marañón”. Miembro de Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. Autor de veinticinco libros, entre los que se cuentan La salud de tu hijo, todas la respuestas y Diga treinta y tres, anecdotario médico, y de más de 500 artículos en prensa sobre temas médicos y humanísticos. Ha recibido numerosos premios nacionales de narrativa. Ha pronunciado un centenar de conferencias y es colaborador habitual de medios escritos y radiofónicos en toda España.

Dr. José Ignacio de Arana Amurrio.

Como resultado de la mayoría de los accidentes fuera de casa, y de otros en el hogar, se producen lesiones traumáticas entre las que destacan las fracturas óseas. Cualquier hueso es susceptible de romperse, pero los que con más frecuencia lo hacen son los de las extremidades y los del cráneo; unas fracturas y otras revisten muy distinta gravedad.

En las extremidades, los llamados huesos largos se pueden partir de modo transversal en uno o más lugares, con o sin desviación de los segmentos, y también pueden producirse fracturas conminutas que son aquellas en que el hueso se rompe en múltiples fragmentos muy pequeños. Los síntomas son dolor muy intenso, deformación de la extremidad e impotencia para movilizarla con agudización del dolor al intentarlo.

Los huesos del cráneo son "planos" y sus lesiones consisten en fracturas longitudinales o en hundimientos. La mayor gravedad reside aquí en la estructura orgánica a la que esos huesos prestan protección: el cerebro.

Los síntomas en este caso dependerán sobre todo de si ha sido o no lesionada alguna porción cerebral. La pérdida de conocimiento inmediata al traumatismo o la obnubilación que le sigue deben poner sobre aviso de que se haya podido traumatizar la masa encefálica y por lo tanto requieren una asistencia médica urgente.

Otra situación muy alarmante son los trastornos de conciencia que hacen su aparición unas horas después de un traumatismo craneal que quizá no revistió aparente importancia en un primer momento; este cuadro indica casi siempre la existencia de una hemorragia intracraneal que, de no ser evacuada quirúrgicamente con extrema urgencia, puede provocar la muerte del paciente.

En general, todo traumatismo en la cabeza debe ser sometido a vigilancia estrecha durante al menos veinticuatro horas y a la práctica de una exploración radiológica ante la menor sospecha de fractura o de un TAC si algún dato sugiere daño cerebral.

Los hematomas del cuero cabelludo, o de la capa externa del hueso -los chichones- no revisten por lo general ninguna importancia aunque siempre deberían ser examinados por un médico. En cuanto a las fracturas óseas si no hay lesión cerebral, siguen una evolución favorable en poco tiempo y no requieren medidas especiales ya que se trata de huesos no móviles en los que no hay riesgo de que se desvíen los fragmentos.

El tratamiento de las fracturas en los huesos de las extremidades se realiza mediante la inmovilización del mismo, lo que en la mayoría de los casos se logra con la aplicación de un vendaje rígido de escayola.

El hueso no es un órgano inerte sino extraordinariamente activo que de forma constante está renovando su estructura; de hecho, es uno de los órganos que se ve sometido a mayor esfuerzo a lo largo de toda la existencia del individuo, soportando su peso y dando la necesaria estabilidad al resto del cuerpo, además de ser el punto de apoyo de los músculos para que éstos puedan cumplir su función motora. Toda esa actividad vitalizadora está aún más presente en el hueso de los niños. La capacidad reconstructiva de un hueso infantil es extraordinaria.

Con el niño escayolado hay que seguir unas cuantas normas. Durante las primeras horas la escayola pesa mucho puesto que contiene todavía una buena proporción de agua; será aconsejable en ese tiempo descargar el peso utilizando un cabestrillo si se trata del miembro superior o un taburete para las piernas.

También en las primeras horas, al secarse la escayola y adquirir su tamaño y configuración definitivos, los padres debe estar atentos a la aparición de hormigueo, de coloración azulada o de hinchazón en los dedos que asoman por el extremo del vendaje, todo lo cual será indicio de que éste aprieta excesivamente el miembro dificultando el riego sanguíneo de las porciones extremas; en este caso deben acudir sin tardanza al médico que procederá a abrir longitudinalmente toda o una parte de la escayola o incluso a cambiarla por otra más holgada.

El vendaje escayolado se ha de proteger de las mojaduras y durante el aseo o el baño se recubrirá, por ejemplo, con una bolsa de plástico sujeta mediante una goma elástica o similar. Los golpes que inevitablemente recibirá la escayola en el curso de la normal actividad del niño pueden ocasionar su rotura; cuando esto suceda, o si llega a estar demasiado holgada, es preciso ponerlo en conocimiento del médico para que la recomponga con una nueva capa de vendaje pues de otra forma perdería su utilidad de inmovilización.

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