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El faisán veloz

"Había llegado el momento de abrir el último sobre, de activar el plan B, de descolgar el teléfono rojo y fiarlo todo a la carta Rubalcaba".

El PSOE ha reducido sus ritos internos a la difusión vía twitter del discurso del secretario general. De la exigencia de un congreso federal se ha pasado a una "conferencia política", poco más que una escuela de verano para afrontar la peor derrota electoral de la historia de la democracia. Con Getafe en el alero y Extremadura en manos de Izquierda Unida, el PSOE ha perdido todo su patrimonio y está en la última casilla de la oposición. No le queda nada, ni siquiera la rigidez democrática de un comité federal, la exigencia intelectual de una reunión política digna de tal nombre, el respeto por las apariencias y por la coherencia. Zapatero ha designado sucesor y ni un solo aplauso ha puesto el acento al nombre de Alfredo Pérez Rubal... Sólo la anécdota de los cien metros y la posibilidad (impossible is nothing, según el anuncio) de que gane las próximas generales animó a un auditorio en la fase más aguda de un trastorno depresivo.

La "promesa" de agotar la legislatura es la frustrante respuesta a la petición unánime de cambio de ciclo, elecciones anticipadas y fin de la historia. Por muy veloz que sea Rubalcaba, diez meses es el tiempo mínimo para organizar una campaña que detenga el deterioro implacable de la etiqueta socialista. Sólo el silencio, la unanimidad y la aceptación acrítica calibra la consistencia de un pacto de los barones cuyo resumen es la entrega incondicional de poderes a Rubalcaba, a partir de ahora vicepresidente, ministro de la policía, candidato socialista, secretario general en la sombra y director de campaña.

En estas condiciones y en este contexto, con el sacrificio de Carme Chacón, las primarias del PSOE no podrán ser consideradas un ejemplo de transparencia y democracia, sino más bien un trámite burocrático mucho menos interesante que la resolución de la crisis de orden público provocada por los indignados.

Investido de poderes extraordinarios incluso por sus rivales, Rubalcaba acumula tal agenda que el añadido de la candidatura socialista no es más que un grado añadido de dificultad en la ejecución de un triple salto mortal, ahora con tirabuzón. El caso Faisán, también conocido como el chivatazo a ETA, la legalización de Bildu, la gestión del alto el fuego, el desalojo de las plazas públicas son sólo algunas de las cuestiones pendientes en el despacho del ministro, que ejerce además de portavoz del Gobierno. La colisión entre las responsabilidades oficiales y las necesidades partidistas no arredra a Rubalcaba (lo contrario sería un fenómeno extraordinario), jaleado por un sector de la prensa como el tipo más listo de la alta política nacional y el único capaz de impedir que el PSOE se vaya por el mismo sumidero que la UCD.

Rubalcaba, a quien el olvido absuelve de su pasado como portavoz de Felipe González en plena actividad de los GAL, entre otros pecados, parece ahora el extintor del PSOE, algo para usar sólo en caso de emergencia en un instante de la historia caracterizado por excepcionalidades tales como que Bildu pueda gobernar en San Sebastián, los cinco millones de parados, la revuelta de los indignados y el colapso económico. Desde luego, había llegado el momento de abrir el último sobre, de activar el plan B, de descolgar el teléfono rojo y fiarlo todo a la carta Rubalcaba, garantía de emoción hasta el último minuto, el misil V-2 del PSOE. El velocista, el último esprínter, la liebre eléctrica, el faisán veloz.

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