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Alberto Míguez

La Carolina

En primer lugar, la foto. Allí estaban todos, representantes genuinos de la “España p” (prepotente, pija, paradójica), empresarios, banqueros, ministros y... Polanco. Festejando chistes y chirigotas del promotor mientras el presidente reía la última ocurrencia cortesana. Se trataba de lanzar la más reciente iniciativa cultural de la mayoría absoluta, y de los grandes expresos europeos, la Fundación Carolina, nacida hace meses para mayor gloria y agasajo del número uno porque para eso nacen este tipo de cosas: que los ricos paguen también la fiesta, que no se escaqueen cuando se trata de aportar fondos en este tipo de ferias y festejos.

Hay que amueblar los viajes oficiales mediante exposiciones, becas y conciertos, adornar homenajes y banquetes en, pongamos, San Pedro Sula o Almaati con una pizca de comino, una ramita de eucalipto y una demostración cultural de ex becarios. A eso se llama acción cultural en el exterior: pronúnciese parsimoniosamente, agítese antes de usarla y consúmase en la sobremesa mientras coros y danzas bordan la muñeira.

Estaban todos los que debían estar como en otra foto memorable cuando un clérigo casó con una duquesa: las dos Españas, la post-franquista y la neodemócrata, portando la leve cola. Y la bendición apostólica, que no falte. En este caso, además de banqueros y políticos (el patronato) se añadieron al cuadro los “miembros natos” y “los protectores”, en cuyo consejo se alinean ex presidentes de las Indias occidentales y galantes.

¿De qué deben proteger estos señores a La Carolina? Porque, que se sepa, ninguna especie salvaje o tribu prehistórica amenaza su seguridad neonata. A no ser que el peligro esté en los pasillos de otros ministerios, covachuelas vacías a causa de la política de transferencias autonómicas. Acordaos de Seacex, la prima lejana de La Carolina, tan deseada como inaccesible: se llevó por delante al director del Cervantes y a punto estuvo de destronar a un señor subsecretario. Miguel Ángel Cortés fue entonces también el ingenioso inventor ante la desolación de la pobre señora Del Castillo, rostro de magdalena silenciosa: en la foto la situaron entre un banquero y un “protector” mexicano, último ejemplar presidencial del PRI. A la señora Birulés la incrustaron entre el padre fundador (Miguel Ángel Cortés) y Jesús de Polanco, vocal electivo, aquí un amigo, aquí otro amigo de aquí.

La escena se desarrolla en el Salón de Columnas de la Moncloa, para siempre escaparate estético carolino (antes lo fue de doña Carmen, la collares y la jóvena) y esta vez tocaba sonrisa. Don Iñigo de Oriol mira a la concurrencia con cierta curiosidad científica casi zoológica, la señora Birulés busca en el horizonte al ministro Piqué que está en Damasco arreglando la cosa, Polanco hace sus deberes disciplinadamente y el señor de Aguas de Barcelona se parece muchísimo, es un clónico, a Carlos Fuentes, que no ha llegado ni se le espera pero que tiene también, seguro, un puesto de protector: qué fundación sería ésta, sin Fuentes halagando a Polanco y sin Polanco haciendo sus deberes. Por cierto, presidente, ¿qué hay de lo mío? Cuando toque, responde Aznar, le haré llegar el recado por Ruiz Gallardón, que tampoco estaba en la foto aunque, eso sí, ofreció el Polideportivo del Real Madrid para celebrar el próximo plenario. Hasta Florentino es “protector” de la Carolina. El éxito está asegurado.

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