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Alberto Míguez

Martes negro

La última vez que un primer ministro francés intentó meterle mano a la reforma de las pensiones, terminó con elecciones más o menos anticipadas y su posterior caída. Era Alain Juppé, alcalde de Burdeos y actual mentor de la mayoría gubernamental, la UMP. Ahora lo intenta el también primer ministro Raffarin con el apoyo indisimulado del presidente Jacques Chirac. Todo indica que se ha metido en un berenjenal de mucho peligro.

Francia está paralizada en este “martes negro” y entre las fuerzas sindicales, la patronal y las organizaciones políticas y sociales se ha establecido un consenso extendido que anuncia nuevas y periódicas movilizaciones, si es que el gobierno no termina aplazando la reforma, que también puede ser. El sistema francés de pensiones era y es un laberinto que roza el disparate. Arreglarlo no es fácil. La simple equiparación en cotizaciones y plazos de los empleados públicos con los trabajadores de la empresa privada o los autónomos representa una auténtica revolución y un torpedazo en el corporativismo galo, poderoso y enquistado.

Alguien, desde luego, debería haber tentado esta reforma, cada día más urgente. Las dudas surgen sobre el momento escogido, cuando la situación general del país es muy delicada y la morosidad se instala entre los actores económicos. Raffarin lo ha intentado y ahora debe pechar con las consecuencias que pueden arrastrarlo y con él al chiraquismo triunfante, una curiosa mezcla de populismo, retórica patriótica y proteccionismo social. Habrá, seguramente, más “martes negros” en Francia, porque sindicatos y organizaciones profesionales saldrán de la prueba considerablemente reforzados. Y la negociación, si la hay, se anuncia complicada.

La fortaleza del régimen salido hace un año tras la emergencia inesperada de la extrema derecha y la profunda crisis de la izquierda socialista deberá en los próximos meses probar su solidez y su capacidad de aguante. A la reforma del sistema de pensiones se añade en el horizonte próximo, además, un proyecto de descentralización en el que se incluye una referéndum sobre Córcega, otra espina en el pie de Raffarin y otro desafío para un Estado que tradicionalmente fue el más centralista de Europa.

Lo que sorprende de todo esto es la insólita capacidad del dúo Chirac-Raffarin para acumular desafíos imposibles en una sociedad somnolienta. ¿Preparan acaso los funerales de un matrimonio de conveniencia?

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