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Amando de Miguel

Cantando la palinodia

Luis Álvaro Rubio detecta un leísmo incorrecto cuando yo digo: “A una persona en un cargo no le cesan”. Don Luis advierte que sería mejor “A una persona en un cargo no la cesan”. Tiene razón. Yo soy más bien loísta, pero el leísmo nos invade; a mí, también. Don Luis critica a no sé qué telediario por llamar “ciclones” a los “huracanes” del Caribe. Él sostiene que los ciclones asiáticos se llaman “monzones”. Mi opinión es que ciclón es el genérico, una especie de gran borrasca con vientos fortísimos y lluvias intensas. En las Antillas (mejor Antillas que Caribe) los ciclones se llaman huracanes. En Asia y el Pacífico esos ciclones son designados como tifones, pero son la misma cosa. Los monzones son algo distinto: vientos regulares, muy húmedos, que soplan en el Océano Índico. Pueden traer un exceso de lluvia, pero por lo general son benéficos.
 
No me incumbe el argumento de autoridad de si está bien dicha o mal dicha una palabra o una manera de decir las cosas. Pero son tantas las consultas sobre el particular que no tengo más remedio que pronunciarme. Por ejemplo, Enrique Brito me consulta que si se puede decir “en la estantería habían treinta libros”. Él sostiene que es “un error tan común como el leísmo”. Evidentemente, es un error, pero se oye mucho, cada vez más, incluso pronunciado por políticos de renombre. Puede que sea una mala digestión del catalán, el valenciano o el balear. Por lo menos las gentes de esas regiones son las más propensas a ese  mal uso del verbo impersonal haber en plural. Es claro que se debe decir “en la estantería había treinta libros”. Con todo, no me parece un error garrafal; menos aún me lo parece el leísmo. “¿Dónde les pongo estos treinta libros?”. En este caso el sesgo procede de Castilla la Vieja y parcialmente Madrid. La norma para mí es que, cuando las variaciones léxicas son regionales (ahora se dice “territoriales”), los posibles errores son comprensibles.
 
¡Dios, la que se armó con lo de la arteria aorta! Estaba yo con la distinción entre decapitar (cortar la cabeza) y degollar (hacer un corte mortal en el cuello, más o menos por la arteria carótida o la vena yugular). Pues bien, al leer un emilio sobre el particular, se me trabucaron las palabras y escribí la “arteria aorta” en lugar de la “arteria carótida”. Las palabras se parecen para un profano, pero la carótida va para arriba y la aorta para abajo (después de subir un poco). En realidad, yo quería referirme a la imagen más corriente de la “vena yugular”. He recibido docenas, puede que centenares, de emilios con cariñosas reconvenciones por mi error. No es un error ni una errata; es un auténtico disparate. Se me fue la olla léxica. No es posible reseñar por su nombre a todos los cultos doctores que me han reñido por mi extravío. Sí debo citar a Alberto Corella porque da en el clavo. Dice así: “Me pregunto si esta costumbre de corregirle cuando se equivoca no tendrá algo del placer perverso de pillar a un profesor en una falta”. Sí, señor. Si alguna gracia tiene este corralillo de las palabras es que los lectores gozan al pillar al profesor en renuncias, contradicciones, debilidades, errores, erratas… y algún que otro disparate. Yo estoy encantado con esa función. Solo así disfrutaremos todos de ese gratuito placer que es el uso del lenguaje común. No es un placer perverso sino muy legítimo y que no hace mal a nadie.
 
No cientos, pero sí una docenica de emilios he recibido a propósito del “Antes que anochezca”. Dije que era una expresión absurda. Me desdigo. Simplemente me parece malsonante. No me basta el argumento de autoridad de que hay eximios poetas e inmortales académicos a quienes les suena bien el “antes que amanezca”. También se puede citar un clásico vivo que dijo lo de “la noche que llegué al café Gijón”, cuando debía haber sido “la noche en que llegué”. Para mi oído, el “antes que” expresa muy bien preferencia o cautela: “Antes que te cases, mira bien lo que haces”, “antes morir que traicionar a la patria”. Pero cuando ese “antes” me prepara para la acción que viene después, me suena mejor el “antes de que”. Por ejemplo, “antes de que venga el invierno, mejor será vacunarse”. La distinción es sutilísima. Por eso digo que se trata de una cuestión de oído. Si en la práctica se prefiere el “antes que” al “antes de que” es simplemente porque se impone el vigente horror a unir esas dos palabras “de que”. Por ejemplo, el “pienso de que”, tan frecuente como malsonante. Pero a veces hay que unirlas en santo matrimonio, aunque sean asexuadas.
 
Marco de Benito me rebate con una larga serie de citas literarias. Por ejemplo, “antes que el tiempo muera” de la Epístola Moral a Fabio. Suena bien, es cierto. Pero cabría la opción prosaica de “antes de que muera el tiempo”. Bueno, me siento hecho un lío. Estoy dispuesto a desdecirme. El “antes que” es más lícito y bello de lo que yo creía. Una cosa más que he aprendido.
 

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