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Amando de Miguel

Libertas Digitalis

Me siento gozosamente desbordado por la acumulación de imeils que me llegan de todas partes. En verdad hemos conseguido hacer un medio interactivo y masivo. El éxito se debe al ambiente generado por todos los que hacen este periódico, Libertad Digital. Cabe personalizarlo en la figura de ese aragonés concienzudico, un verdadero martillo pilón en el arte de la noticia, que es Javier Rubio. Espero que mis lectores me apoyen para proponer su candidatura al próximo Premio Príncipe de Asturias de la Comunicación. Y si no, díganme qué otro medio ha seguido una estela tan rampante en la constelación de periódicos digitales españoles. La cuestión no es de mérito, que lo tiene suficiente Libertad Digital. Su reconocimiento a través de un premio tan destacado como el del Príncipe de Asturias equivaldría a que el “pensamiento dominante” aceptara la presencia de LD en la galaxia cultural. Eso sería como poner una pica en Flandes. La pondremos.
 
Por cierto, María García me pregunta si cabe la palabra “audiencia” para comprender el lectorado de LD. Creo que sí. Lo de “lectorado” es un invento mío que no va a cuajar. Doña María entiende que esta seccioncilla debería llamarse “Lenguas vivas y muertas”, pues me refiero muchas veces al latín. Al latín y al griego clásico, pero no porque sean lenguas muertas, sino porque forman la raíz de muchas voces actuales. Por lo mismo acudimos al inglés, hebreo, árabe o vascuence. No es por erudición sino por necesidad. Me apoyo en los filólogos. Los que realmente saben todas esas lenguas. Yo solo soy un aprendiz de castellano, mi lengua de nación, el único capital que poseo (y que, además, no tributa).
 
Ángel Guerrero Eguiluz me reprocha el uso que hago de imeil para referirme “a lo que, al menos en mi Empresa, el BBVA, hemos llamado siempre, desde su inicio, Correo Electrónico”. Supongo que no será “desde el inicio” del banco, a mediados del siglo XIX (Banco de Bilbao). Don Ángel sostiene que esa decisión mía (y de millones de personas) es “un flaco favor a la lengua española”. No sé por qué va a ser un desdoro el neologismo de imeil y no el de Argentaria. Lo de decidirme por imeil no ha costado ni un duro.
 
Francamente lo de “correo electrónico” me parece una desmesura. Es como si dijéramos “cocina electrónica, televisor electrónico, alarma electrónica”, etc. Se supone que todos esos aparatos llevan dispositivos electrónicos, pero no hay por qué recordar esa cualidad todo el tiempo. Tampoco decimos ya “linterna eléctrica”. Supongo que en el BBVA de antes no se podía llamar “emilio” al correo electrónico por respeto al presidente, don Emilio Ibarra. Los libertarios digitales decimos “emilio” o “imeil” con toda tranquilidad. Algunos protestan, pero esa es precisamente la actitud liberal. Don Ángel recalca que su reproche no es tal sino “una exhortación a que se procure no dilapidar la inmensa riqueza heredada de nuestros mayores, que es el idioma castellano”. Pero, si algo distingue a ese idioma, frente a otros peninsulares, es precisamente su buena disposición a importar palabras de otros idiomas. Por ejemplo, banco (del toscano y del alemán), izquierda (del vasco), argentaria (del latín), imeil (del inglés), idioma (del griego). Por cierto, idioma en griego significa “propiedad privada”. La dilapidación de esa “propiedad privada” que es el castellano se precipita por el desastre del sistema de enseñanza. Ahí le duele.
 
José Pérez Gállego continúa la estupenda conversación que mantuvimos un día en un largo viaje en el tren talgo. Ahora me envía una larga entrevista con Javir Orrico, quien ha escrito un librito maravilloso, La enseñanza destruida, (Huerga y Fierro). Lo recomiendo vivamente, entre otras razones para poder entender bien uno de los asuntos aquí tratados: la degradación de la lengua española. La clave para don Javier está en la más general descomposición de la enseñanza obligatoria. En la base, algo todavía más amplio: la falta de reconocimiento del mérito y el trabajo. El último engendro, según don Javier, es “una asignatura de adoctrinamiento político que se va a llamar Educación para la Ciudadanía, que no es más que enseñar lo políticamente correcto, evitando que la gente pueda pensar por sí misma”. Hay más cosas, pero lean ustedes el libro. La cultura ha de ser propagada a todos los vientos.
 
María Almodóvar Picón (Santiago de Compostela. La Coruña) me escribe, desolada, porque acudió a una conferencia que yo daba en Santiago y no la dejaron entrar por “no tener ningún tipo de acreditación”. Lo siento de veras. Es moda reciente esta que rechazo frontalmente. Entiendo que se limite la entrada a los actos públicos cuando el local rebosa de gente, pero en el caso de la conferencia de Santiago, quedaban butacas vacías. Por si sirve de consuelo a doña María, le diré que hace unos días, traté de entrar en la presentación de un libro de José María Aznar. El cancerbero de turno me impidió entrar porque yo “no estaba acreditado”. Al final me colé con la fuerza de la muchedumbre que empujaba para entrar. Pero “me tocó columna” (como en el chiste de la maldición) y no pude ver ni a Aznar ni a mi cuate César Alonso de los Ríos, presentador del acto. Nadie diría que estamos en un desierto cultural.

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