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Amando de Miguel

Vamos a discutir un poco

Agradezco mucho las misivas de los que me leen, me animan o me admiran. Pero me gustan especialmente los “emilianos” discutidores. A por ellos. De la discusión dicen que sale la luz; por lo menos se ejercita el carácter. Me quedo con la acepción inglesa y latina de “discutir” (=llegar a un acuerdo), no con la española (=tirarse los trastos a la cabeza).
 
Todavía colea el asunto de México con la equis. Antonio del Junco, de Sevilla, sentencia: “No sé la causa por la que usted transige con Méjico, o sí la sé, pero me parece paupérrima”. Aduce que “en castellano decimos y escribimos Lérida y no Lleida”. Bueno, decimos y escribimos Lérida a título particular pero no de un modo público u oficial. Mi argumento de que los mexicanos dicen México no vale para lo de Lérida. El catalán es otro idioma y el mexicano podrá ser una variante del español (como el zamorano o el andaluz), pero es español. Don Antonio se niega a seguir “los dictados de nuestros co-hispanoparlantes”. De otra forma ─continúa─ “no podríamos llamar a nuestra Concha Velasco por su honesto nombre… ni jugaríamos a la lotería en Chile”, que llaman polla. Pues no sé por qué no. La concha o la polla pueden ser palabras soeces para unos hispanohablantes y no para otros, como coger, bolsa y muchas otras. Pero eso no es ningún problema. En todo caso provoca alguna broma cuando se comunican dos hispanoparlantes con distintos códigos respecto a esas palabras, y eso es todo. Un español ya sabe que coger en Argentina es joder, y  un argentino sabe que joder es fastidiar. No pasa nada. La gracia del español es que admite todas esas variantes, lo que provoca algunas chanzas, pero todos nos entendemos. No veo por qué no podemos aceptar esos códigos locales dentro del amplio mundo hispanoparlante. Un chileno respeta mucho a doña Concha Velasco, actriz insigne, o a don Víctor García de la Concha, director de la Academia Española, y yo también. No vamos a cambiar sus nombres por la correspondiente acepción grosera de los españoles. Por cierto, en Chile a los españoles nos llaman coños porque es la palabra que más nos distingue. Está también el ñoñismo de concho; de ahí lo tomaron los chilenos.
 
Sigue el de Sevilla con su defensa nacionalista del idioma. Se lamenta de que, si hacemos caso a los hispanoamericanos, “acabaremos llamando carpeta a la alfombra”. ¿Y qué pasaría? No veo por qué esa palabra puede venir del árabe y no del inglés (carpet). Por otra parte, en España decimos stop (impronunciable) y en México dicen pare, que por lo menos se puede pronunciar.
 
Alfredo Llaquet Alsina, de Barcelona, se queja de mi locución “posta electrónica” como una de las posibles traducciones de ese engendro de e-mail. Dice que es un “invento” mío. Era una broma, hombre. Pero la posta (italianismo) se ha empleado en español desde hace siglos. Equivalía a correo. La propuesta de don Alfredo es que nos quedemos con “mensaje” sin más. Lo de electrónico le parece adjetivo. Le doy toda la razón. Es como si dijéramos “hacha de acero” o “batidora eléctrica”. Los adjetivos sobran. Me quedo, pues, con “mensaje”. Aunque también podría ser “misiva”. Las dos palabras proceden del verbo míttere (=enviar). Del cual viene también misa o misil. Así pues, “te envío un mensaje” es un poco reduplicativo, pero está bien. El cómo te lo envío (por la posta de Correos o por la del ordenador) es lo de menos. Más de lo mismo. Manuel Sáez Arriaga propone “e-misiva” o “e-emisiva”. Se acerca a lo que yo digo, lo de misiva sin más. Esa e- flotante que ahora tanto se utiliza comercialmente, es una pedantería insufrible, una moda que pasará. ¿Podríamos llamar e-motor al del coche por más que sea de explosión, contenga un sistema eléctrico o sistemas electrónicos? Sería una gran tontería.
 
A Rogelio Sánchez Molero tampoco le gusta el italianismo de posta. ¿Y por qué sí el galicismo de ordenador? Don Rogelio sugiere lo de “carta electrónica” con el argumento de que “es más castizo, más nuestro”. Las dos palabras proceden del griego (carta = papiro, electrónica = ámbar). No sé por qué va a ser “más nuestro” el griego que el italiano. En castellano clásico llamaban “gringos” a los que hablaban griego o cosa parecida. Era un despectivo para indicar que no se les entendía. Por eso se dijo también “bárbaro” y quizá “beréber”. Dicho lo cual, sigo agradeciendo sus  misivas, postas, cartas, emilios, mensajes, electrogramas, correos o como diablos quieran ustedes llamarlos. ¿No ven que la ambigüedad es riqueza?
 

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