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Antonio Robles

Cambio radical

¿Quién se hará responsable de las mil y una frustraciones y complejos imposibles de superar de las mil y una adolescentes cuyas características físicas sean imposibles de mejorar o sus ahorros insuficientes para llevarlas a cabo?

Acabo de ver el spot publicitario más grande jamás proyectado sobre pantalla televisiva alguna. Vende el milagro de la belleza y se llama "Cambio radical". Ahora que la pasarela Cibeles de Madrid ha prohibido las tallas sifilíticas para evitar que nuestras jóvenes quinceañeras acaben anoréxicas, Antena 3 ha entrado a degüello en la explotación de los sueños adolescentes por tener un cuerpo 10.

Es como un cuento de la Cenicienta escrito por el bisturí de un cirujano plástico. Pero al contrario del cuento, en este guión televisivo todas podrán casarse con el príncipe azul. O lo que es lo mismo, tengan la talla que tengan, seas feas, escasas de escote, narizotas, mofletudas, escuchimizadas, gafotas o desdentadas serán bellas y deseables en cuanto quieran. Tan fácil como ir al mercado de la esquina: te arreglas el necesaire, te despides de los parientes y le encargas al cirujano una de Ava Gadner. En el programa no dicen cuánto cuesta, pero, al fin y al cabo, ¿a quién le importan unos miles de euros si al salir de la clínica te confundirán con Marilyn Monroe?

No me escandalizo por cambiar el curso de la naturaleza, al contrario, el ser humano no ha hecho otra cosa desde que empezó a caminar erguido y a idear proyectos. Ha seleccionado decenas de espigas de trigo para sembrar la más rentable, cambiado el curso de los ríos, horadado montañas, encarcelado el frío y el calor, convertido la materia en energía, realizado transfusiones de sangre y, a través de la química, inventado medicinas saludables. ¿Por qué habríamos de conformarnos con unas narizotas por haber nacido con ellas si no lo hacemos con el virus de la tuberculosis? Es tan natural buscar la belleza si la naturaleza no te la dio como la salud si heredaste la enfermedad.

Ni espíritu ni gaitas, la gente tiene derecho a sentirse sana y a gusto consigo misma. A menudo, quien se siente hermoso y fuerte por fuera tiene más probabilidades de sentirse a gusto por dentro. Y al revés. No me creo eso de que lo único que importa es la belleza interior. Eso, como con la riqueza, sólo lo dicen quienes tienen de sobra hermosura o dinero.

Pero la cuestión no es ésta, sino la explotación que la televisión hace de las frustraciones cómicas del ser humano: la aspiración a la eternidad, al poder y a la belleza. Las dos últimas no son quimeras posibles para la inmensa mayoría de la humanidad, la primera además es un imposible para todos. Se han vendido almas al diablo, pero que se sepa, a día de hoy, sólo se ha traficado con ellas en la literatura.

No hay negocio más rentable que vender el elixir de la eterna juventud o la belleza. El programa "Cambio Radical" ha sabido enlatarlo en un programa donde se repite una y otra vez, repetidamente, docenas de veces, que todos podemos tener el cuerpo de nuestros sueños. Y lo demuestran ante cientos de miles de adolescentes en edad de merecer, ansiosas por parecer lo que no son. Es la edad del pavo; todos, todas, despliegan sus plumas para esparcir feronomas y deseos en busca de pareja. La exageración y la desmesura imperan en esta edad: nada es bastante a la hora de llamar la atención, atraer al pretendiente, conquistar a la más bella. Pero la realidad enseguida sitúa a cada cual en la jerarquía de la hermosura. La crueldad de esa oferta y demanda naturales provoca complejos y frustraciones... y sueños imposibles de ser, de haber sido la más bella, el más fuerte.

Y en esto que llegó "Cambio radical", ese infecto programa de Antena 3 que a no tardar convertirá a miles de adolescentes en princesas del bisturí hasta que la cruda realidad les descubra el fraude y las lleve a la depresión. Porque es un fraude decir indiscriminadamente que todos podemos ser como el sueño que llevamos en la mente, porque es un fraude escoger a personas con defectos superables por el bisturí y hacer creer que se pueden conseguir los mismos resultados con cualquiera, porque es un fraude jugar con los sueños de millones de adolescentes que, a la vuelta de diez programas, estarán atosigando a sus padres para que le quiten de aquí y le pongan allá a sus catorce años, porque es un fraude utilizar técnicas sofisticadas de sugestión sentimental para adornar un guión de emociones y milagros.

¿Quién se hará responsable de las mil y una frustraciones y complejos imposibles de superar de las mil y una adolescentes cuyas características físicas sean imposibles de mejorar o sus ahorros insuficientes para llevarlas a cabo?

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