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Carlos Semprún Maura

Fin de curso

Como estaba previsto, Lance Armstrong ha ganado por sexta vez el “Tour” y Michael Schumacher el Gran Premio de Alemania de Fórmula 1. Los franceses están furiosos, intentan disimularlo, pero están que trinan. No sólo porque no son franceses estos campeones, que han obtenido más victorias que todos sus predecesores, (haciendo trampas, no faltaba más, uno se droga, el otro no se sabe, pero seguro que algo sucio hará), sino sobre todo porque Armstrong es tejano y además amigo de Bush ¡el colmo! Y se le insulta con pintadas en las carreteras. Y Schumacher es alemán, y pese a que Alemania sea oficialmente el mejor aliado de Francia, el viejo sentimiento antialemán persiste en la sociedad francesa. En conversaciones privadas es muy frecuente que los franceses les traten de Schleus o de Boches, viejos insultos, al lado de los cuales, el de ”cabezas cuadradas”, se asemeja a una caricia en las mejillas. Pero en el terreno político es mucho peor, durante decenios los medios galos han estado al acecho del “renacimiento del nazismo” en Alemania, e ilustres intelectuales te explican que si Alemania no fue siempre nazi, siempre existieron en este país los elementos constitutivos del nazismo: militarismo, intolerancia, sed de conquistas, etc, y que Bismarck fue un precursor de Hitler.
 
Echemos por ahora ese chovinismo francés al cubo de la basura para decir dos cositas del “fin de curso” parlamentario. A fin de cuentas, se votaron las reformas sin gran oposición popular, como ya dije. Lástima que dichas reformas sean demasiado timoratas. La última, la de la “descentralización”, el Primer ministro Raffarin ha decidido presentarla amparado por el artículo 49-3 de la Constitución, que evita el debate parlamentario y se limita a un sí o no de los diputados. Será un sí, tienen la mayoría absoluta. Se entienden las prisas de Raffarin, porque han perdido mucho tiempo en la elaboración y discusión de las reformas de las pensiones, de la Seguridad Social, la privatización parcial de EDF y CDF, etc. Y siguen perdiendo el tiempo con la reforma de las 35 horas. Todo el mundo reconoce que fue un fracaso, pero nadie se atreve a cambiarla. Mientras tanto, ciertas empresas utilizan esta indecisa situación a su manera: proponen a sus empleados aumentar los horarios de trabajo, sin aumento de salarios. Sino, amenazan, nos instalaremos en países cuyos salarios son mucho más bajos que en Francia. Y a veces eso funciona, porque para muchos el paro es lo peor de todo. Raffarin denunció este domingo ese chantaje patronal, con razón, pero no zanjó nada en relación con las 35 horas, se limitó a afirmar que había que negociar.
 
Más o menos en el mismo momento en que la Agencia francesa de seguridad alimenticia declaraba oficialmente que los productos transgénicos eran buenos para la salud, un nutrido grupo de bárbaros, encabezados por José Bové y Noel Mamère, destruían hectáreas de maíz transgénico ante la presencia de 15 gendarmes que sacaban fotos para sus familias. O para la Justicia. ¿Quién sabe?

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