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Cristina Losada

Reyes de la taifa

Que un Miguel Sanz se muestre dispuesto a apoyar los presupuestos de Zapatero a cambio de ciertos beneficios para Navarra es la resultante de la ley de la jungla que impera en el reino de la taifa.

Escribía Diderot en El sobrino de Rameau que uno se traga a grandes sorbos la mentira que halaga y se bebe gota a gota la verdad que resulta amarga. A grandes sorbos y con aparente delectación tragó el PP que en Navarra gobernara UPN bajo la espada de Damocles de los socialistas, y ahora le toca beberse una de las amargas gotas de la verdad que entonces prefirió apartar de su vista. No extraña que en su comparecencia con Sanz se sintiera Rajoy descompuesto por efecto de esa gota de la pócima.

El asunto, sin embargo, no se limita a un desencuentro entre UPN y el PP. Se trata del conflicto por antonomasia: el que se ha gestado aquí durante décadas. El Estado de las Autonomías, diseñado para disipar las tensiones centrífugas a través de la descentralización, ha conseguido aumentarlas. Y no sólo por obra del nacionalismo, que no se dedica a otra cosa. También por la gracia de los gobiernos centrales, que han ido soltando más poder y dinero a las autonomías hasta convertirlas en pequeños Leviatanes con burocracias en continuo engorde y voraces castas políticas, que no miran más allá del terruño en el que pacen.

Que un partido regional anteponga sus primeros y primarios intereses a los generales de la nación, no puede sorprender cuando las sucursales de los partidos dizque nacionales lo hacen. Que un Miguel Sanz se muestre dispuesto a apoyar los presupuestos de Zapatero a cambio de ciertos beneficios para Navarra es la resultante de la ley de la jungla que impera en el reino de la taifa. Pelea cada cual por llevarse más piezas del tesoro, por ver quién arranca más de Madrid y quién expolia con mayor éxito al resto de competidores. Y todo ello con el fin de exhibir el trofeo y que les voten. Al modo de los caciques de antaño, se han erigido en conseguidores.

Por el bien de Navarra y de España vino a justificarse que Sanz asumiera el Gobierno bajo la amenaza perenne de una moción de censura y al albur de las exigencias del PSOE. Las grandes y huecas palabras que no falten. Pero lo que este episodio revela es una pavorosa ausencia de convicciones.

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