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David Jiménez Torres

España (II)

Tanto, tanto que queremos cambiar. No es de extrañar que, por lo que dicen las encuestas, la gran mayoría pensemos que la Constitución necesita cambios. Ya que todo va mal, cambiemos el documento que lo rige todo.

"No hay un hombre", dijo Costa; "No hay voluntad", dijo Azorín; "No hay valor", Burguete; "No hay bondad", Benavente; "No hay ideal", Baroja; "No hay religión", Unamuno; "No hay heroísmo", exclamaba yo, pero al siguiente decía: "No hay dinero", y al otro, "No hay colaboración". Nuestras palabras se contradecían, se anulaban.

Así glosaba Ramiro de Maeztu la obra del 98 algo más de una década después del Desastre, cuando empezaba a quedar claro que aquellos que alzaron la voz con tanta estridencia y tanta aparatosidad tras la pérdida de las colonias sólo habían contribuido a la destrucción de la vieja España, y no a la construcción de "otra". Así glosaba esa maraña de proyectos e iniciativas de tertulia que no habían llevado sino a la progresiva paralización e inoperancia del sistema.

Entonces como ahora. En el reciente aniversario de la Constitución (31 y ya vieja), no se prodigaron los elogios sino los análisis y las explicaciones sobre por qué, a pesar de vivir la época de mayor estabilidad y prosperidad de nuestra larga historia, España se hunde, se descompone, se fosiliza, etc. También ahora se multiplican las "causas" de los males, a dos o tres por comentarista: la inacción y complicidad del Rey, el sectarismo de la izquierda, la crispación de la derecha, el centralismo, la descentralización, el exceso de "pluralismo", la falta de pluralismo, que somos una democracia joven, que somos una nación vieja, que el antiguo modelo está agotado, que el antiguo modelo nunca se implementó de verdad, el excesivo historicismo, la falta de verdadero historicismo, los artistas, el modelo educativo, los profesores, los alumnos, los sindicatos, la estructura del mercado laboral, el modelo económico, la pasividad, la hiperpolitización, el sistema judicial, la ley electoral, el bipartidismo, la demasía de partidos, la estructura de los partidos en sí, la clase política en su totalidad, la corrupción, la ausencia de cultura democrática, las provincias, el centro, el 11-M, la Guerra de Irak, los medios de comunicación de la izquierda, los medios de comunicación de la derecha, la tele, la prensa, la radio, internet, el revanchismo guerracivilista, la Guerra Civil en sí, el franquismo, la Transición, las diversas oportunidades perdidas, a una por año. Y bueno, si aún queda tiempo antes de regresar a clase o a la oficina, podemos entrar en los Reyes Católicos, en la Guerra de Sucesión, en los Habsburgo, en la expansión del castellano, en el descubrimiento de América, en la Reconquista...

Tanto, tanto que queremos cambiar. No es de extrañar que, por lo que dicen las encuestas, la gran mayoría pensemos que la Constitución necesita cambios. Ya que todo va mal, cambiemos el documento que lo rige todo. Eso sí, la mayoría queremos solamente pequeños retoques. Consecuencias de que el Jenga nunca se hiciera demasiado popular en España.

Nietzsche, tan amado por aquellos noventayochistas y probablemente su mayor error, nos acusó a los españoles de querer demasiado. La pregunta es si es querer demasiado desear que la historia no se repita, en variante del siglo XXI. Empiezo a pensar que sí.

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