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EDITORIAL

La guerra disfrazada

La rectificación del Gobierno de Zapatero no puede reducirse a que sólo las distinciones concedidas a nuestros soldados caídos revelen la verdad de la situación bélica en la que éstos han entregado sus vidas.

"Le dijeron que iba en misión humanitaria y le llevaron a una guerra". Con esta frase pronunciada por la abuela del cabo Cristo Ancor Cabello Santana, fallecido este miércoles en Afganistán junto a otros cinco militares que han resultado heridos, puede resumirse la manipulación del Gobierno de Zapatero, que ha tratado siempre de encubrir la situación bélica que se vive en ese país y en la que intervienen nuestras tropas. A nadie se le escapa que Zapatero tenía que compensar a nuestros aliados la bochornosa y precipitada retirada de Irak que, para regocijo de los terroristas, llevó a cabo nada más llegar al Ejecutivo. Lo hizo incrementando la presencia de nuestras tropas en el país asiático, pero su verborrea pacifista y su cantinela de la Alianza de Civilizaciones le llevaron siempre a ocultar el hecho de que nuestros soldados participaban en una guerra; una guerra que, con mayor o menor acierto, está librando el mundo libre, no en alianza, sino en contra del fundamentalismo islámico.

El hecho de que la mayoría de los vehículos pesados en los que se mueve nuestro contingente no estén dotados del blindaje necesario, o la existencia de órdenes que impiden a nuestros soldados abrir fuego contra talibanes armados hasta que ellos no ataquen primero, son dos disparates suicidas, pero que encajan perfectamente con esa colosal farsa que trata de disfrazar una guerra de labor humanitaria. En pro de esa farsa el Gobierno de Zapatero llegó en el pasado a la vileza de negar las merecidas distinciones a nuestros militares caídos en Afganistán, tal y como ocurrió con la soldado Idoia Rodríguez, a la que se le negó la cruz al mérito militar con distintivo rojo, para concedérsela únicamente con el distintivo amarillo en una ceremonia casi clandestina.

La rectificación del Gobierno no puede, sin embargo, reducirse a que sólo las distinciones concedidas a nuestros soldados caídos revelen la verdad de la situación bélica en la que éstos han entregado sus vidas. En necesario que el Ejecutivo diga la verdad al Parlamento y a los españoles, y acorde con el hecho de que en Afganistán se está librando una guerra, dote a nuestros soldados de los medios necesarios.

En estos momentos en que los aliados, con Estados Unidos y Gran Bretaña, a la cabeza, debaten si han de incrementar o no el número de tropas, bueno es advertir que si las democracias fracasasen o retirasen ahora sus efectivos del país, Afganistán volvería a caer en manos de Al Qaeda y de sus satélites, con riesgo de contagio para países vecinos dotados con armamento nuclear.

En cualquier caso, y por lamentable que resulte la aparente pérdida de determinación de Obama en concentrar sus esfuerzos en Afganistán tras la relativa pacificación lograda en Irak, hay que reconocer que, al menos, ni el Gobierno estadounidense ni los del resto de países participantes niegan la existencia de una guerra, como sí hace Zapatero.

Zapatero debe decir la verdad. En una guerra como la de Afganistán y como la que, parafraseando a Popper, a veces hay que librar por la paz y por la libertad, siempre hay caídos. Pero no debemos admitir que se conviertan en caídos por una farsa.

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