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Emilio Campmany

Huelga general

Los sindicatos vacilan. Tienen que apostarlo todo a la carta de la huelga. Podrían ganar y convertirse en los abanderados de quienes se niegan a sufrir el más mínimo recorte. Pero también podrían fracasar y caer definitivamente en el hoyo de la historia

Casi ternura inspiran los sindicatos al verles enfrentados a la reforma laboral del Gobierno. No pueden bendecirla porque va en contra de lo que han defendido desde el principio de la crisis. Así que no tienen más remedio que ponerla cual no digan dueñas. Pero hacerlo les empuja a un abismo al que no quieren ni asomarse, el de la huelga general. La que le hicieron a Zapatero ya fue un fracaso. Sin embargo, pueden excusarse con que el hoy consejero de Estado era uno de los suyos y no quisieron hacer sangre de él. Ahora, lo que tienen enfrente es a la derechona, la fachundia, la caverna, aliada con el capitalismo y la burguesía para privar al proletariado de todos los derechos penosamente ganados en siglos de lucha obrera. No tienen otra que tocar a rebato y clamar para que los parias de la tierra, la famélica legión, se levante contra esta derecha española, la más montaraz de Europa.

¿Y si la convocan y fracasan? ¿Qué será de ellos? ¿Qué se hará de tanto chollo, de tanto liberado, de tanta subvención y de tanta sopa boba como hasta ahora han sorbido? ¿Y si el quedarse solos despierta al Gobierno de su letargo democristiano y le convence de que los sindicatos no representan a nadie? Un fracaso contra un gobierno de izquierdas es un contratiempo. Uno contra un gobierno de derechas sería una debacle. La falta de seguimiento les arrojaría por un interminable y resbaladizo tobogán hacia el pozo de la irrelevancia social. De ahí a que se pusiera fin a las subvenciones, habría un paso. Luego, sólo tinieblas.

Por eso, vacilan. Están como esos jugadores de ruleta que llevan perdida una hijuela, pero que todavía poseen una última pastilla y dudan si jugarla a una bola a ver si se recuperan o administrarla e irla perdiendo poco a poco. Y, sin embargo, no les queda alternativa. Tienen que apostarlo todo a la carta de la huelga general. Podrían ganar y convertirse, convenientemente jaleados por el PSOE, en los abanderados de quienes se niegan a sufrir el más mínimo recorte y que podrían ser muchos cientos de miles. Pero también podrían fracasar y caer definitivamente en el hoyo de la historia, a compartir olvido con los gremios, la Mesta, los oficios enajenados y los mayorazgos. Pena dan de verles titubear mientras gimotean por su negra suerte.

De los españoles depende. No sólo por el seguimiento que hagan de la huelga, que por las buenas la seguirán pocos. Sino sobre todo por la oposición que hagan a los piquetes de liberados cuando traten de impedir que trabaje quien desee hacerlo. Y si respondemos como debemos, asumiendo cada cual los sacrificios que la hora impone y negándonos a seguir a estos jetas que quieren suicidarnos a cambio de salvar sus prebendas, empezaremos a vislumbrar, a lo lejos, el final de la crisis (y con ella, el de los sindicatos). A ver cómo nos portamos.

En España

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