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Encarna Jiménez

La iguala

Hace unos años los telespectadores quizá hubieran pensado que si las cadenas de televisión cambian de manos pueden dar lugar a programaciones diferentes, y que incluso unas pueden ser mejor que otras. Sin embargo, ahora pocos creen que las empresas públicas o privadas tengan intención ni siquiera de definir una personalidad propia. La tendencia es a hacer lo mismo y a la misma hora.

La venta de Antena 3 a Planeta no parece, pues, que pueda dar lugar a una mayor pluralidad en la oferta en abierto, sino, como mucho, a la definición de pequeñas estrategias que le hagan salir de una cuesta abajo que, si no ha sido una debacle, ha sido por ciertas inercias debidas, generalmente, a la permanencia de caras conocidas en los telediarios y pequeños reductos de fidelidad en la tarde o noche.

En los últimos meses, Antena 3 ha perdido el segundo puesto en el ranking de audiencia, mientras Telecinco, desde el otoño pasado, ha ido recuperando posiciones al tener una política de programación muy compacta y un público con un perfil más definido. Antena 3 ha ido a remolque de la situación, con una oferta muy parecida, pero marcada por los fracasos. Sus “reality shows” han sido menos desvergonzados, los informativos más conformistas y la ficción menos acertada. Al mundo rosa le ha sacado escaso provecho y las mañanas las ha dado por perdidas.

La llegada de Carlotti a Antena 3 de la mano de Lara Bosch hace barruntar que el modelo de Telecinco se implante con fórmulas de mayor pegada en los programas de entretenimiento y, si sigue Sáenz de Buruaga en los informativos, que éstos tengan un matiz diferente a los de la cadena de la competencia. Los cambios se irán viendo después de las elecciones, pero es bastante improbable que los telespectadores abriguen la esperanza de que cambie la tendencia hacia la mimetización de todas las cadenas. Desde hace tiempo, las únicas novedades en televisión se sitúan en el movimiento de despachos que, hasta el momento, no parece que sea motivo de tratamiento en ningún género, ni en programas de entretenimiento ni en los informativos, aunque sean los capítulos más jugosos de un mundo en el que los telespectadores tienen el mismo papel que los aparatos medidores de audiencia.

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