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Encarna Jiménez

Rajoy en casa

La entrevista que Javier Urdaci, jefe de los servicios informativos de TVE, le hizo a Mariano Rajoy en la noche del miércoles no disparará los audímetros, pero habrá llevado a las casas de los españoles que la siguieron la sensación de tranquilidad y el aire de confianza que, sin duda, buscaba el recién nombrado Secretario General del Partido Popular y aspirante a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales. Hasta tal punto se dio la impresión de que el proceso tranquilo de la sucesión en el partido era trasladable a la sociedad española en su conjunto, que pareció en algún momento que no eran necesarios los comicios, porque la mayoría del pueblo daba por hecho que el traspaso de poderes incluía dar por ganador al gallego.

Como buen tímido, aunque sin complejos políticos según dice, Rajoy dobla la cabeza, no mira de frente a la cámara, mueve a veces nerviosamente la pierna o el brazo y, aunque es elocuente, su dicción no es perfecta. Tiene un aire clásico, viste de azul y parece un retrato antiguo. La barba ya ha blanqueado mucho, a pesar de no haber llegado a los 50 años, y tan sólo cuando le hablan de su humor gallego y de deporte parece reír con algo de sorna. El retrato que le hizo Urdaci para TVE era un daguerrotipo oficial, como los que acostumbra la cadena pública cuando invita a su discreto plató a un político con mando en plaza. Si de Mariano Rajoy cabía esperar que no se moviera un milímetro de un guión preestablecido con referencias al terrorismo, la estabilidad política y el progreso económico, nadie podía confiar en que Urdaci hiciera una pregunta fuera de tono ni dejara aparcado un lenguaje lo suficientemente estereotipado como para que la gente lo entendiera, pero no se le moviera un músculo.

Mariano Rajoy se proclama centrista, así que no da palos fuertes ni a izquierda ni a derecha. Hace un discurso políticamente correcto que no levanta polvareda. Tiene talante negociador y se le ve un valor estable. Quizá por eso su intervención fue como la de un administrador que tiene que hacer que la herencia recibida no se vea dilapidada con riesgos innecesarios.

Sus prendas no son las de un comunicador ni agitador de masas. Un ejemplo de “falta de carisma” como el que le ha valido a Aznar ganar elecciones, unir al partido y hacer su voluntad. Ya no lo veremos los viernes tras los consejos de ministros ante la opinión pública, pero su “humanidad” (él habla mucho de las personas) se trasladará de un lugar a otro de España para seguir siendo la imagen del heredero cabal. Seguro que Urdaci no lo dejará solo.


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