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GEES

La batalla de nuestros días

Habrá que ver si la sociedad civil liberal-conservadora es capaz de imponerse y forzar al PP a buscar una agenda común en temas no sólo económicos, sino institucionales, intelectuales e ideológicos para ofrecer una alternativa real.

En los últimos meses, la crisis económica y financiera ha vuelto a poner sobre la mesa el papel que las instituciones deben jugar en una sociedad abierta. Las reuniones del G-20 y los debates en los parlamentos nacionales y en las instituciones internacionales ponen de manifiesto un cierre de filas de todo el stablishment político occidental. La receta de éste para salir de la crisis es asegurarse el mantenimiento y aún incrementar el control de la economía y de la sociedad. Las inyecciones masivas de dinero a determinados sectores, la creación de nuevos organismos y la consiguiente supervisión de gobiernos y administraciones ha sido la receta genérica de toda la clase política, de Obama a Sarkozy, de Merkel a Zapatero, si bien es cierto que éste con mayor voracidad y desconocimiento de las consecuencias que los demás.

La cuestión institucional de fondo es si para salir de esta crisis hay que dotar de mayores poderes a la clase política o hay que recortárselos. En España este debate es más importante, puesto que a la crisis económica acompaña una crisis institucional y nacional profunda. Y ante esta, los dos grandes partidos han cerrado filas en lo fundamental: tanto PP como PSOE apuestan por mantener el elefantiásico Estado de las autonomías, el hipertrofiado poder local de los ayuntamientos y el Estado central, convertido en mero sancionador de unos poderes cada vez más caciquiles. Por no hablar de la unidad nacional o del desmoronamiento moral, temas donde la diferencia es hoy de matiz.

Para la derecha, las esperanzas son escasas. No existen verdaderas propuestas liberal-conservadoras en el gran partido de la derecha. Ni en las reformas económicas, ni en las institucionales ni en las sociales existe hoy una alternativa política liberal que proponga dos cosas: recortar drásticamente la presión administrativa, legal y fiscal sobre los ciudadanos, y devolver la iniciativa de las instituciones a la sociedad. En vez de reformar realmente el sistema, el PP ha decidido bunkerizarse junto a sus rivales socialistas en defensa de un modelo institucional y económico que es una aberración liberal, pero del que sus dirigentes nacionales, autonómicos y locales no quieren prescindir.

La buena noticia de estos últimos años es que aunque incipiente y sumamente débil, asistimos a la aparición de un auténtico tejido social en la derecha española, que tiene en la sociedad norteamericana su modelo y que ha sabido adaptarlo a las necesidades políticas e intelectuales de España. No se trata de un movimiento, puesto que es enormemente plural, pero se caracteriza ante todo por hacer suyo el leave us alone; la exigencia a la clase política de respetar la independencia y el funcionamiento social y la convicción de que no es la sociedad la que debe estar al servicio de los partidos políticos, sino que estos deben ponerse al servicio de la sociedad y sus ciudadanos.

Medios de comunicación en internet como Libertad Digital, think tanks como Juan de Mariana o GEES; fundaciones como la Fundación Burke, asociaciones cívicas como Hazte Oír o DENAES, editoriales como Ciudadela, Áltera o Libros Libres son algunos ejemplos –no todos–, de una sociedad genuinamente liberal-conservadora que se abre paso poco a poco. Ante la enorme dependencia de los medios tradicionales del poder político, han encontrado refugio en internet. En la red, donde la libertad es mayor y todos, izquierda y derecha, juegan con las mismas posibilidades –sin concesiones ni prebendas–, la segunda gana por goleada y ha crecido con fuerza, apoyada además en una red de blogs intelectualmente muy superior a la progresista.

Así que la lucha es hoy, en primer lugar, en la derecha: habrá que ver si la sociedad civil liberal-conservadora es capaz de imponerse y forzar al PP a buscar una agenda común en temas no sólo económicos, sino institucionales, intelectuales e ideológicos para ofrecer una alternativa real al izquierdismo que este partido hoy no oferta. Además, habría que ver qué es lo que ocurre en el campo de la izquierda, donde la dependencia del mundo cultural e intelectual del PSOE y de sus aliados mediáticos dibuja una homogeneidad asfixiante y liberticida que ha conducido a justificar una alianza desquiciante con el gran capital y el islamismo. En esto podemos ser pesimistas, porque izquierda y sociedad civil son términos contradictorios. Y en tercer lugar, en clave occidental, habrá que ver quién, si la sociedad civil o la clase política, es capaz de lograr el triunfo e imponer su modelo institucional. Las alternativas son dos: más política y menos sociedad, o menos política y más sociedad. Esta es la batalla de nuestros días, también –y sobre todo– es España.

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