El presidente Zapatero se ha especializado en dar malas noticias en las que él es el protagonista. Y lo hace con una seriedad impostada que torna en sonrisa, porque cree que lo importante es transmitir confianza y buen talante. La pantomima es grave. No se trata tan sólo de que quede al descubierto la simplona artimaña para persuadir a los españoles de que es un gobernante capaz –con capaz nos conformamos–, sino que su estrategia para convertirse en el oráculo socialista para los próximos veinte años ha sufrido un cortocircuito.
Zapatero se erigió como líder de la oposición a Aznar durante la guerra de Irak. Asumió la demagogia y las acciones de protesta que atravesaron España y el resto de Occidente durante el tiempo suficiente como para que la opinión pública le identificara con ellas. El antiamericanismo, con toda su carga contraria al capitalismo y a la democracia liberal, formó parte del discurso y de la pose de Zapatero.
Los estrategas socialistas vieron entonces la posibilidad de que su líder se convirtiera en un referente mundial contra la guerra y por la paz. Desarrollaron entonces un plan con dos vertientes. Una fue la nacional, consistente en la oferta a la ETA de un proceso de negociación para "pacificar" el País Vasco; para esto se cambió la política del PSE y, siguiendo el juego a los etarras, se internacionalizó el "conflicto" comparando a los vascos con los irlandeses y llevando el asunto al Parlamento europeo. La otra vertiente fue la internacional: se tomó como propia la iraní Alianza de Civilizaciones y se reforzó la amistad con los enemigos verbales de Estados Unidos, como Hugo Chávez, al tiempo que se pedía a la Unión Europea que fuera más condescendiente con la dictadura cubana.
No contentos con esto, los estrategas socialistas creyeron que Zapatero podía ser el icono de la izquierda occidental. Y esto lo creían posible a través de dos vías: la primera fue la de poner en marcha una campaña de creación de derechos civiles, como el matrimonio entre homosexuales, que le permitía presentarse como la vanguardia progresista mundial. La segunda consistió en el apoyo explícito a candidatos que resultaban simpáticos a la izquierda europea, como John Kerry, Ségolène Royal o Gerhard Schröder.
Bien. Pues todo le ha salido mal. El antiamericanismo ha resultado geoestratégica y económicamente un error, una torpeza que ni siquiera ha sacado a las tropas españolas de las zonas de conflicto sino todo lo contrario. Además, la tendencia antiamericana ha resucitado con la crisis económica, dando lugar a que Zapatero y la izquierda hayan culpado a Estados Unidos, al capitalismo y al "neoliberalismo" de la situación. Esto explica en buena medida que la administración norteamericana prescinda de Zapatero, que difícilmente puede aportar ninguna solución cuando no ha asumido responsabilidad alguna en la crisis.
A esto se suma que la Alianza de Civilizaciones no puede sustituir a la política real, lo que margina al Gobierno español en todas las cumbres y reuniones internacionales importantes. Unas citas, por otro lado, a las que acuden los presidentes de Gobierno y jefes de Estado a los que Zapatero en su día criticó zafiamente para favorecer a sus oponentes electorales de izquierda, a esos que justamente fracasaron en las urnas. Pero para más inri, dijo que las economías europeas envidiaban a la española.
Y, al final, el "proceso de paz"; ese viaje a ninguna parte que fortaleció a la ETA. El desarrollo y la conclusión de esta política con los terroristas deterioraron la imagen de España en el exterior y debilitaron la credibilidad interna del presidente del Gobierno. En la memoria nos queda el caso de De Juana Chaos, aquel "hombre de paz".
El proyecto iluso y pedante para la creación de un líder mundial ha tocado fondo y ha perjudicado enormemente al país. A los hombres de Ferraz sólo les queda el recurso a un nuevo chiste de José Blanco.