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José García Domínguez

La casta

Como en botica, pues, en el Parlament habrá de todo. Excepto, huelga decirlo, juristas de prestigio, catedráticos, economistas más o menos señeros, ingenieros de solvencia acreditada o directivos de empresa.

Con alguna perplejidad, la justa, acuso recibo por la prensa provincial de que el 64 por ciento de los diputados del nuevo Parlament de Cataluña jamás ha trabajado en una empresa privada. Tal que así, 86 de los 135 tribunos que integran la cámara doméstica, una holgada mayoría absoluta, aún ignoran qué es una entrevista laboral. Memorable virginidad en la que destacan los comunistas. Y es que apenas el 10 por ciento de esos benefactores del proletariado se ha mezclado alguna vez con el objeto de sus desvelos en horario de oficina. Una prudencial distancia con la clase obrera que igual han procurado mantener sus pares, los electos del PSC. De ahí que apenas el 18 por ciento de ellos haya pasado por experiencia tan traumática como la de cobrar cada fin de mes en base al efectivo valor del trabajo realizado.

Mas nadie vaya a pensar que les anda a la zaga el cuadro de actores que representa a la célebre burguesía catalana, esa ficción literaria que tanto deslumbra a algunos palurdos de la Meseta. Sépase al respecto que entre los hijos putativos de Jordi Pujol, más de la mitad, en concreto el 63 por ciento, tampoco ha pisado en su vida una sociedad mercantil de las de verdad, de ésas que dependen de la cuenta de resultados con tal de subsistir en el mercado. Por lo demás, y en justa compensación, volveremos a disfrutar, al igual que en la legislatura pasada, de un muy variado surtido de directivos en tinglados solidarios con las causas más estupefacientes que imaginar quepa.

Nada nos ha de faltar en el Hemiciclo, desde promotores de oenegés comprometidas con los derechos de inciertas tribus del Congo, a entusiastas defensores de las ricas variantes lingüísticas que imperan en la selva amazónica. Como en botica, pues, en el Parlament habrá de todo. Excepto, huelga decirlo, juristas de prestigio, catedráticos, economistas más o menos señeros, ingenieros de solvencia acreditada, directivos de empresa, o cualquiera cuyo currículum no remita a los eslabones funcionariales de acceso restringido. Esto es, al retrato robot del apparatchik pedáneo de anémica formación técnica, parca inquietud académica y contrastada obediencia al mando. Suerte que Artur Mas encarna la excepción: durante años, fue empleado y mano derecha de Prenafeta en la quebrada Typel.

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