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Juan Morote

La punta del iceberg

Los mensajes provenientes de la calle Génova marcan indefectiblemente que el camino para llegar a La Moncloa tiene parada y fonda en el peaje nacionalista.

La dimisión de Rosa Estarás al frente del PP de las Islas Baleares ha sido la punta del iceberg. El iceberg en este caso viene compuesto por la ineficacia de la decisión de andar con paños calientes con el nacionalismo periférico, y por la disconformidad de un buen sector de las bases populares con esta diatriba. Rosa Estarás fue nombrada sucesora de Jaume Matas por los mandamases del partido en Madrid, como casi siempre. A estas alturas de la partida y visto lo visto, todo el mundo sabe que hablar de democracia en un partido es llamarle sinfonía a una marcha militar.

Cuál es la situación del PP ahora en Baleares y si la tesitura es extrapolable a otras realidades muy próximas geográficamente son la cuestiones claves. Se optó por Estarás porque representaba una opción clara por el pasteleo, en su favor jugó el argumento de su capacidad para dialogar con Unió Mallorquina y en general con los catalanistas financiados desde el oeste. Lo cierto es que la línea marcada por esta señora ha sido calamitosa para el PP. No es el único experimento de similares características que se intenta, la cosa comenzó con Piqué y ha culminado con el ascenso de Alicia Sánchez Camacho a la presidencia del PP en Cataluña. Es lamentable que para encontrar un político no nacionalista de cierta relevancia en Cataluña, haya que remontarse a Alejo Vidal-Quadras.

Resulta decisivo conocer la actitud que va tomar el PP en los entornos geográficos en que se bate con partidos nacionalistas fuertes. Sus únicas dos opciones son: la primera, la de la pseudooposición, por ejemplo la adoptada en Cataluña y Baleares; y la segunda, no probada, es la de hacer verdadera oposición al nacionalismo, tanto en Madrid como en las comunidades autónomas de la periferia. El PP de Rajoy parece inclinarse por la primera, aunque me temo que las bases optarían por la segunda. Así, en Cataluña, ya se han olvidado del disparate jurídico y del atropello moral que supone para la nación española el nuevo Estatuto de Autonomía.

El PP está demostrando una falta absoluta de confianza en sus propias posibilidades y los ciudadanos están empezando a percibirlo. El rumbo de la oposición es muy parecido al del Gobierno. Éste confía que pase la crisis y poder llegar con síntomas de recuperación al 2012, y aquella aguarda su prolongación. En todo caso, todos esperan y así generan un hastío en el ciudadano que ve como nadie quiere agarrar de verdad el toro por los cuernos. Los mensajes provenientes de la calle Génova marcan indefectiblemente que el camino para llegar a La Moncloa tiene parada y fonda en el peaje nacionalista. La rúbrica notarial del desprecio de CiU al PP no debería ser olvidada por los dirigentes populares.

La dimisión de Estarás es una oportunidad de marcar un nuevo ritmo, de demostrar una firmeza de la que se ha adolecido últimamente, y de enviar un mensaje claro a los nacionalistas. Hay cuestiones innegociables: todas las atinentes a las libertades de los ciudadanos. Entre otras, la de poder elegir la lengua vehicular en educación. El PP debe cambiar el criterio de designación de los líderes regionales; la capacidad pastelera con los nacionalistas no debe ser un argumento. Que tomen nota en Génova, Estarás no es más que la punta del iceberg, bajo la superficie, todavía ocultas quedan siete octavas partes del problema. El pragmatismo como ideología solo sirve para que haciendo lo que buenamente se puede, se pierda demasiado tiempo en no hacer lo que se debe.

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