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Daniel Rodríguez Herrera

Lukashenko y Elton John, almas gemelas

La opinión pública, aunque muchas veces parezca irrelevante en las democracias liberales, tiene un peso importante y es lo único que puede llegar a impedir que los políticos terminen eventualmente siguiendo los pasos de Lukashenko

El autodenominado presidente de Bielorrusia, el último dictador de Europa, Lukashenko, ha asegurado que "es hora de detener la anarquía en Internet" y que "hay más libertad de la necesaria hoy en día", por lo que ha mostrado su disposición a regular la red. No es que antes no lo hiciera. Internet es para un bielorruso ávido de información una auténtica maravilla, donde puede leer informaciones que los medios tradicionales no pueden publicar. Pero el acceso está controlado por la compañía estatal Beltelekom, que ya en las vísperas de las elecciones de 2001 bloqueó el acceso a las web de los principales diarios independientes y grupos de derechos humanos del país, con la excusa de un error técnico, por lo que se ve, tremendamente selectivo.

Elton John, quizá un poco nervioso por el éxito no excesivamente rutilante que cosecha últimamente, ha afirmado esperar que "el próximo movimiento en el mundo de la música tire abajo a Internet. Salgamos a las calles, marchemos, y hagamos protestas, en lugar de sentarnos en casa y meternos en los blogs". Su idea es "cerrar por cinco años Internet". Como ven, le ha dado últimamente por hacer amigos.

La diferencia entre uno y otro es que el primero tiene la capacidad de ejecutar sus designios. Por más que Elton John sea "tecnófobo", no puede impedirnos a los demás tener un teléfono móvil o un reproductor de MP3, artefactos que aborrece. Tampoco puede cerrar Internet, naturalmente. El cantante sólo puede intentar ejercer su influencia sobre quienes tienen el poder. Sólo los gobiernos pueden censurar Internet, por más que lobbys como la SGAE influyan para lograr que se aprueben leyes de propiedad intelectual draconianas o artículos 17bis que le otorguen la capacidad de cerrar webs y desconectar usuarios de la red. Aun si hubieran tenido éxito en este último caso, la autoridad de la SGAE habría sido delegada por el Estado, que habría sido el verdadero culpable.

Eso sí, la influencia de quienes desean cercenar las libertades en Internet puede tener resultados nefastos si no se la contrarresta. De ahí la importancia de altavoces como la plataforma Todos contra el canon, que obliga a los lobbys a ponerse a la defensiva en lugar de pasar a buscar nuevas fuentes de financiación, como el cobro del canon en las conexiones a Internet, o de control, como sus repetidos intentos de censurar Internet. La opinión pública, aunque muchas veces parezca irrelevante en las democracias liberales, tiene un peso importante y es lo único que puede llegar a impedir que los políticos terminen eventualmente siguiendo los pasos de Lukashenko, vista la escasa solidez de nuestro Estado de Derecho, siempre tan dispuesto a mancharse la toga en el polvo del camino.

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