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José García Domínguez

El abrelatas

Todavía nadie ha resuelto aquel problema que se encontró el célebre barón de Münchausen cuando se propuso viajar a la Luna valiéndose del impulso que le habría de proporcionar el tirar con fuerza de los cordones de sus zapatos.

Una de las pocas enseñanzas útiles que retuve tras pasar algunos años estudiando economía se la debo a cierto joven profesor progre de la facultad. Tal vez les suene su nombre, se llamaba Josep Piqué. De sus labios escuche por primera vez esa historia del ingeniero, el químico y el economista que naufragan en la isla desierta con una lata de sardinas; la que sigue con los dos primeros abatidos después de un sinfín de cálculos infructuosos con tal de abrirla; la misma que acaba cuando se dirigen al otro, que durante todo el tiempo los habría contemplado con una media sonrisa de suficiencia, inquiriéndole al alimón:

– ¿Qué haría usted?

Pregunta del millón que da paso a una compleja y brillantísima disertación académica, que se inicia así:

– Bien, supongamos que dispusiéramos de un abrelatas...

En fin, es un chiste muy viejo, que conoce cualquiera que se haya enfrentado a los libros de economía durante más de dos tardes a lo largo de su vida. De ahí que, empezando por Solbes y terminando por el apuntador, todos los socialistas alfabetizados permanezcan desaparecidos en combate a estas horas. Y que sólo la bendita ignorancia del Adolescente acapare cámaras y micrófonos para aberrar que "la situación económica es muy positiva y alentadora".

Y es que, con lo que se nos puede venir encima, ni siquiera serviría de nada el oxidado abrelatas que extraviamos el mismo día que España transfirió su soberanía monetaria a la Unión Europea. Pues, si aún lo conservásemos, al Gobierno le cabría aumentar los tipos de interés ante un repunte descontrolado de la inflación. O proceder de modo inverso, o sea bajándolos, frente a un desplome del sector inmobiliario que colocara en dificultades tanto a los bancos como a las familias atrapadas por hipotecas a tipos variables.

Podría destapar la lata de las sardinas a voluntad o, por el contrario, sellarla de golpe. Pero le resultaría imposible hacer las dos cosas a la vez. Entre otras poderosas razones, porque todavía nadie ha resuelto aquel problema que se encontró el célebre barón de Münchausen cuando se propuso viajar a la Luna valiéndose del impulso que le habría de proporcionar el tirar con fuerza de los cordones de sus zapatos.

Por lo demás, ya iría siendo hora de actualizar ese sarcasmo corporativo de los economistas. Por ejemplo, cambiándole el final tal que así:

- Supongamos que, al igual que Francia, dispusiéramos de una política energética que nos permitiese eludir la dependencia del petróleo con centrales nucleares. Supongamos que, al igual que todo el mundo, dispusiésemos de una ley de extranjería que no convirtiera el "papeles para todos" en un "subsidios para todos", en caso de crisis. Supongamos que...

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