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José García Domínguez

Un cadáver inoportuno

Orwell se salvó de milagro al lograr huir de la España republicana cuando los padres putativos de Llamazares ya le estaban pisando los talones.

En esa gran gala necrófila que ha marcado la legislatura, la de la desmemoria histórica selectiva elevada a norma de obligado cumplimiento, parece que está a punto de comparecer un invitado inoportuno. La sombra de un cadáver demasiado incómodo sobre el que se hace más pertinente que nunca el silencio. Ese silencio imprescindible con tal de que el fantasma de la República pueda seguir vagando indefinidamente por el BOE y los manuales de Educación para la Ciudadanía bajo el piadoso manto de la utopía dirigida por una legión de idealistas.

Porque el guión del auto sacramental de la izquierda transige con que los supremos jefes del capitán Lozano semejasen ingenuos, obtusos, exaltados y, si se quiere, hasta algo fanáticos. Pero el hechizo sentimental se viene abajo cada vez que otro esqueleto atormentado emerge de la tierra, acusando a aquellas angelicales cabezas rectoras de cómplices en un plan criminal para el exterminio sistemático de toda la izquierda no sometida a Moscú. De ahí la muy progresista inquietud que se palpa en el ambiente ante la sospecha de que esos restos humanos descubiertos en una fosa común de Alcalá pudiesen pertenecer al cuerpo de Andreu Nin.

En Homenaje a Cataluña recuerda Orwell el robo de ciertas cartas y documentos personales en la habitación de su hotel, en Barcelona. Lo cita sin darle la trascendencia que en vida no sabría que tuvo. Y es que nunca conoció del legajo que resume el contenido de aquellas hojas extraviadas, uno que acaba de ser descubierto en los archivos secretos del KGB. "Trotskista manifiesto", tecleó en él el probo funcionario soviético responsable del expediente. Era su condena a muerte. Igual que la de Nin. Igual que las de los centenares de dirigentes y militantes del POUM que serían asesinados con la complicidad, por acción u omisión, de las beatíficas autoridades del Gobierno del Frente Popular.

Orwell se salvó de milagro al lograr huir de la España republicana cuando los padres putativos de Llamazares ya le estaban pisando los talones. Fue así como sobrevivió para poder contar en 1984 la historia de George Kopp, el que fuera su instructor en las milicias del partido de Nin. Pocos lo saben, pero la terrorífica escena final de la novela no nació de la imaginación de Orwell. Al contrario, estaba inspirada en hechos absolutamente reales. Una vez capturado por los comunistas en Barcelona y enviado luego a Moscú, ésa fue la tortura que elegirían para él: mantenerlo durante varios días recluido en una pequeña habitación repleta de ratas hambrientas.

Alguien dijo que la memoria es un gran cementerio. Hoy, en Alcalá, hay un cadáver sin identificar llamando a su puerta.

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