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José García Domínguez

Descanse en paz el PP

Y es que Víctor Hugo, al igual que ese ramillete de cráneos privilegiados llamado a dirigir los destinos de la derecha española en el primer cuarto del siglo XXI, era, técnicamente, un imbécil.

Cuenta Edmond de Goncourt que con ocasión de las honras fúnebres de Víctor Hugo, magno evento histórico al que asistió más de un millón de personas, la policía ordenó que todos los burdeles de París permanecieran cerrados y con un crespón negro en la puerta como señal de respeto a quien fuera uno de sus mejores clientes en vida. Asunto que, tal como sospecha ese lector inquieto que me exige ya su cotidiana dosis de maniqueísmo panfletario, poco tendría que ver con la vulgaridad búlgara de la ceremonia de elevación a los altares del de Pontevedra. Nada, en realidad. Bueno, nada salvo un desconcertante rasgo de carácter del inmortal finado, cierta tara del alma, por lo demás no tan inaudita, y con la que se recrea Paul Johnson en su reciente e imprescindible Creadores. Y es que Víctor Hugo, al igual que ese ramillete de cráneos privilegiados llamado a dirigir los destinos de la derecha española en el primer cuarto del siglo XXI, era, técnicamente, un imbécil.

Así, del Shakespeare francés, el genio que publicó alrededor de diez millones de palabras a lo largo de su vida, moviéndose con idéntica soltura en el ensayo, la poesía, el drama y la novela, escribió Emile Fagnet: "Sus ideas siempre fueron las de cualquiera de su época, aunque un poco más desfasadas aún que la media. Era un magnífico director de escena de los lugares comunes." Y su coetáneo Paul Stapfer añadió: "Es el mejor poeta francés, pero también un burdo retórico, un conversador de trivialidades (...) Ese hombre puede que tenga genio, pero seguramente es lo único que tiene." Lo que vendría a demostrar una evidencia ante la que no cabe sino rendirse de una vez por todas. A saber, tipos –y tipas– con un coeficiente intelectual muy por encima del corrientito suelen conducirse como genuinos tontos de baba en muchos ámbitos de la vida.

He ahí la única explicación más o menos racional a esa conjura de los necios que empezó la misma noche de autos, cuando el Perdedor se dejó autoengañar otra vez por Arriola con tal de seguir el uno en nómina y el otro en el momio. Despropósito que siguió con los críticos –y críticas– arrugándose como conejitos de granja frente al imperativo categórico de enarbolar una muy viable –ahora se ha demostrado– candidatura alternativa a la del Perdedor y su cuadrilla. Estrambote que continuaría con la irresponsable responsabilidad de Aznar en la crónica de ese desastre anunciado que se nos viene encima gracias, entre otros, a su "apoyo responsable" al esperpento marianista. Y burla a la razón (la seria, no la de Lara) que ensaya un más difícil todavía con el espectáculo del gallego rindiendo honores ejecutivos al puñal de su propio Vellido Dolfos.

Descansen en paz (Víctor Hugo y el PP).

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