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Pedro de Tena

El milagro de Hansala

Una muerta en común y dos grupos humanos demostrando sincera y sincronizadamente su dolor en dos dimensiones diferentes de nuestro universo, la católica y la islámica.

Clamaba Dámaso Alonso en su Oscura Noticia: "Amor, amor, principio de la muerte". Hace unos días, en Jerez de la Frontera, a temperatura africana, la muerte logró ser, no principio, sino más bien esperanza de la vida y del amor. Mi mujer, Lola, y yo, nos desplazamos a esa ciudad familiar por causa de la cremación de la madre de una amiga, Violeta Cuesta, madura luchadora del bien afincada en Rota. Junto a ella, como siempre desde que lo conozco, Rafael Quirós, profesor también, de limpio corazón y amigo reencontrado tras no sé cuantas caravanas por la ruta de la vida. Y consecuencia feliz, Lucía, hija de ambos, asimismo animada por el fuego sagrado de la bondad.  Lo que distingue a Violeta y a Rafael es su profunda comprensión de la realidad vital. Comprenderán enseguida por qué lo digo.

Un día, hace ya años, una patera repleta de inmigrantes de origen marroquí naufragaba en Rota. Los que fueron testigos de aquellos acontecimientos lo contaron así: "Eran las siete de la tarde y estaban frente a las costas de Rota. Ya no podían más. Estaban a punto de zozobrar y fueron avistados por el capitán de un mercante fondeado en la bahía, quien dio la voz de alerta a Salvamento Marítimo mientras se aprestaba para el rescate. Las olas acercaron el bote hasta el buque. Cuando los inmigrantes vieron las escalas, los chalecos y los flotadores levantaron sus manos haciendo señales, pero los patrones de la patera se negaron a recibir el auxilio y pusieron rumbo a la costa muriese quien muriese.

Perdidos de vista, media hora después una ola volcó la patera. Nadie llevaba chalecos salvavidas, saber nadar de poco servía. Unos pocos consiguieron subirse a la lancha volcada. Vino otra ola y se los llevó. Las olas no quisieron parar y el mar siguió ahogando uno por uno a los náufragos. Sólo cinco se salvaron, entre ellos los dos apertrechados patrones. Dos horas después aparecían los restos de la patera en la playa de Arroyo Hondo junto al del Hotel Playa de la Luz.

En los días siguientes la marea fue devolviendo a cuentagotas los cadáveres de 37 de los náufragos y los repartió por las playas de toda la bahía. El elevado número y el estado de descomposición que presentaban los cuerpos hizo que todo el mundo se estremeciera. Los medios de comunicación mostraron imágenes terribles. Y como viene sucediendo desde hace veinte años, se organizaron manifestaciones de protesta y homenajes con rosas arrojadas al mar; hubo denuncias de todo tipo contra toda clase de supuestos responsables y, como siempre, cualquiera que pudiera parecerlo se eximió de su responsabilidad. Dicen que hasta la Base Naval de Rota llegó la información alertando de lo que estaba pasando; lo cierto es que nadie ordenó mover un solo dedo de auxilio, y nunca sabremos si ello hubiera servido de algo."

Entonces ocurrió lo que quiero llamar un "milagro", un milagro moral. Un grupo de hombres y mujeres de Rota, impulsados también por Violeta y Rafael, se propuso devolver los muertos y la esperanza al lugar del que procedían, una pequeña aldea bereber del Atlas Medio de Marruecos llamada Hansala. El fin estuvo claro: lograr que nunca más habitantes de Hansala y su zona tuvieran que emigrar a otras partes del mundo para ejercer su derecho a la vida digna. ¿Qué había que hacer? Comenzar el desarrollo económico y social de Hansala. Y en ello están desde el 25 de octubre del año 2003. Incluso han logrado que se haga una película sobre este humanísimo esfuerzo, Retorno a Hansala, de Chus Gutiérrez, y crear una ONG, Solidaridad Directa, auténtica ONG  a la que desde entonces aportamos Lola y yo lo que podemos.

Y ahora sí, están todos ustedes en condiciones de entender el nacimiento de una oración musulmana por una muerta católica. Cuando estábamos en el transcurso de la cremación se recibió una curiosa llamada procedente de Hansala, Marruecos, interesándose por saber la hora de los actos funerales que iban a tener lugar esa misma tarde en Rota. ¿Y qué más daría la hora, la hora exacta?

Pues daba, y mucho. Cuando murió Edelmira, la madre de Violeta familiarmente Ede, también cooperadora en Hansala, lugar que visitó en una ocasión, todos los habitantes de la aldea se reunieron en una casa para velar a la muerta y acompañar a su familia que, a la misma hora, lo hacía en Rota. Luego, convocaron una comida para los pobres –más pobres todavía que ellos–, para promover así una indulgencia divina hacia los pecados de la fallecida, de modo que pudiera acceder más fácilmente al Cielo. Finalmente organizaron unas honras fúnebres a la misma hora solar de las que tenían lugar en Rota, es decir, dos horas antes por nuestro reloj. Estar unidos al mismo tiempo ayudaba al alma de Edelmira, la empujaba más fuerte hacia su Paraíso.

Una muerta en común  y dos grupos humanos demostrando sincera y  sincronizadamente su dolor en dos dimensiones diferentes de nuestro universo, la católica y la islámica. Cansados, casi podridos y viejos pero atentos, este milagro, milagro moral,  no podía pasar inadvertido para quienes, heridos por el pesimismo y los prejuicios, aún conservamos en el corazón algunas ascuas de no sabemos qué. Desde ese día, el no sé qué de San Juan de la Cruz es menos no sé qué, porque es que hay algo. Yo he sido testigo de que, ya le pondremos nombre, ese algo existe y está en el corazón de las personas, no en sus libros, en sus poderes, en sus creencias, en sus cosas. Más allá. Allí donde las ventanas se abren y la luz, compartida en todo el mundo, enseña.

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