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Musas del destape

María Luisa San José: "Fui una mujer muy deseada"

"En aquellos años nos desnudaron a casi todas… menos a Rafaela Aparicio".

"En aquellos años nos desnudaron a casi todas… menos a Rafaela Aparicio".
Maria Luisa San José en la película Cuadrilátero

Hay actrices que a la hora de desnudarse ante las cámaras no vacilaban en mostrarse provocativas. Y otras, como María Luisa San José que lideraban otro estilo. Acaso esa manera de actuar resultaba más sensual, asunto que nos llevaría a un tratado psicológico, que no abordaremos. Ella se sentía una de las mujeres más deseadas de España, a juzgar por las encuestas que en la década de los 70 se elaboraban entre los espectadores masculinos de sus películas. Una cuarentena de títulos, entre los que reseñamos éstos: Las señoritas de mala compañía, Los nuevos españoles (tal vez la mejor de todas), Mi mujer es muy decente, dentro de lo que cabe, La mujer es cosa de hombres, Más fina que las gallinas, El diputado (también la destacamos), Busco amante para un divorcio… Guiones en los que los directores imponían que apareciera con poca o ninguna ropa en diferentes secuencias, vinieran o no a cuento.

El cine español de esa época se caracterizó por los destapes, ya es harto sabido. Y como reconocía la propia actriz: "En aquellos años nos desnudaron a todas…". La excepción era Rafaela Aparicio y alguna otra de su quinta, naturalmente. Entre las confidencias que me hizo María Luisa, anoto éstas: "Me marqué una carrera a base de ilusión y trabajo, y no para acostarme con el primer director que me llamara. Claro que el camino más viable entonces para que destacara una principiante como yo, era el desnudo, una concesión que fui dosificando. La otra forma de hacer carrera en el cine era la de siempre, aceptar las insinuaciones de los que ponían dinero en las películas. Y las tuve. Muchas. Pero a todos los que me las hicieron les dije lo mismo, que yo me desnudaba cuando quisiera, según qué película y según qué dinero me pagasen. Y de la cama, nada…".

Llegaron a tentarle con ¡dos millones de pesetas!, si accedía a ir a un hotel con un caballero de Barcelona. Y dijo que nones. En esa época, mediados los años 70, cobraba por película doscientas cincuenta mil "del ala". No le ha importado a María Luisa San José contar la escabrosa anécdota de un productor, ya fallecido, Pedro Masó, quien la citó en su despacho con ánimo de contratarla. Pero lo primero que le insinuó fue que, como tendría que aparecer en bikini, era preciso que le enseñara las piernas… hasta la cintura. Y ella, muy digna, "le dio puerta".

Nacida en enero de hace sesenta y ocho años esta madrileña de encantadora sonrisa y agradables rasgos faciales era una modosita joven que se presentó al concurso de "Casta y Susana" en ya lejanos veranos en Las Vistillas y fue una de las ganadoras. Como Casta, la más seria de las acompañantes del don Hilarión de "La verbena de la Paloma". Trabajaba en unos laboratorios cinematográficos. De montadora. Pero lo que ambicionaba era ser actriz. Fue paso a paso, primero posando para "spots" publicitarios de Estudios Moro, a mil pesetas cada uno (unos seis euros). Cuatro años los pasó como modelo. Hasta que entró en el cine y le dieron un papelito en una película de dos cantaores, El Príncipe Gitano y Rafael Farina, El milagro del cante. Luego vendrían ya esas cintas antes mencionadas en las que llegó a ser protagonista, con la condición expuesta de que tenía que despelotarse.

La mujer, cosa de hombres

De 1975 era La mujer es cosa de hombres donde hubo de aparecer como Dios la trajo al mundo delante de José Sacristán y otros actores. El director era Jesús Yagüe, quien en opinión de la propia actriz tenía una obsesión con ella, y así se lo hizo ver cuando al año siguiente protagonizó La mujer es cosa de hombres, donde se pasó en cueros casi todo el rodaje. El guión que ella había leído no contenía escenas tan explícitas a cada momento. También sucedía alguna vez que ciertos fotógrafos de la misma productora, o alguno que se "colaba" en los rodajes, pretendían tomar instantáneas con sus cámaras cada vez que se desnudaban en alguna secuencia. Enterada María Luisa San José logró que llamaran al orden al aprovechado gráfico de turno. La engañaron en cierta ocasión los de Interviú utilizando parte del reportaje convenido en ese semanario para insertarlo en otra publicación del mismo grupo editorial, que era más populachera. Puso una demanda a los responsables de esa tomadura de pelo (y de otras cosas) cobrando el doble de lo pactado.

Y así, fueron pasando los años, siempre manteniendo el tipo (muy escultural, por cierto), sin dar escándalos ni inventarse novios. Sólo le conocimos uno, con el que tuvo relaciones prolongadas en los primeros años 70, un galán llamado Manuel Sierra, que prometía mucho. Se cansó de él y aunque tuvo otros amores, algunos de los cuáles le produjeron contratiempos y hasta depresiones, nunca los hizo públicos. Porque, aunque parezca esta mujer algo contradictoria con esa vena liberal en sus películas, ha sabido en su vida privada ser discreta. En todo caso tuvo en su pasado brotes de idealismo izquierdista, por lo que fue detenida en los alrededores de la hoy desaparecida cárcel madrileña de Carabanchel por solidarizarse con otros compañeros contestatarios y hubo de visitar por unas horas la comisaría. Sin renunciar a sus muy respetables ideas, los años han ido sosegando más su carácter, por lo común apacible.

Máxime cuando ya es consciente de que su época de mito sexual hace tiempo que pasó y sin renunciar a su vocación artística espera que la llamen para futuros proyectos. Es una pena que la hayan preterido en el cine cuando, desde 1975 y durante un decenio, fue una estrella. No ha tenido que operarse, su fotogenia la mantiene. Y su belleza y distinción. Practica deporte, recordando su adolescencia, cuando era campeona de natación. Dejó su piso a espaldas del paseo de la Castellana y se fue a vivir a un pueblo de la sierra madrileña, distante a cuarenta kilómetros de la capital. Pasea, hace "footing", disfruta de la vida sana. Sin prisas. Y si suena el teléfono para que pise de nuevo un escenario o un estudio de cine, tal vez acepte. Sin apuros.

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