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Rosa Belmonte

Messi en su corral

En la entrega de la Cruz de San Jordi, la gente empezó a corear “llibertad presos polítics”. Messi no acompañó ni con cantos ni con palmas.

En la entrega de la Cruz de San Jordi, la gente empezó a corear “llibertad presos polítics”. Messi no acompañó ni con cantos ni con palmas.
Messi en la Cruz de San Jordi | El Chiringuito

¿Se acuerdan de la magistrada del tarot? Compaginaba la consulta echando las cartas con la dirección del juzgado de Vigilancia Penitenciaria de Lugo. Ahora tiene plaza en el juzgado de Violencia de Género de La Coruña. En el expediente disciplinario del CGPJ evitó la sanción por tres votos contra cuatro. Ya tienes que hacer algo que vaya más allá de lo estrafalario para que te echen o sancionen en la judicatura. Ahí están Garzón o Elpidio. El concurso de esta señora ha sido de lo más ordinario. Ella era la más antigua de los que solicitaron ese destino (y ya había ocupado un juzgado de Violencia de Género en Santander). En el fondo, echar las cartas es como echar sentencias o echar broncas. En un caso se interpreta la ley, en otro caso se interpretan las cartas.

He conocido jueces (hombres y mujeres) con muy mala leche. El juez Marchena es adorable a su lado. Aunque se esté convirtiendo en un superhéroe popular por sus llamadas de atención a procesados y, sobre todo, testigos. Un juez es el dueño de su corral. Si el corral es el Tribunal Supremo impresiona todavía más. El otro día, Leyre Iglesias recopilaba en Crónica sus "vamos a ver" y sus marchenadas a la filósofa, al mozo, a Rufián o a Lluis Llach, que se calificó "como ciudadano homosexual, independentista y aspirante a ciudadano del mundo" para no responder a Vox. Me recordó a alguien a quien conocí, que decía: "Yo, como apolítico y amariconado…".

Un juez tiene poder sobre las vidas y las haciendas. Y en su sala no se le tose. Es el poder. Marchena lo tiene. También es verdad que tiene gracia, que riñe sin malafollá.

Messi recibió la Cruz de San Jordi, distinción de la Generalidad que destaca a personas que "han prestado servicios destacados a Cataluña en defensa de su identidad, especialmente en el plano cívico y cultural". Torra se la entregó premiando la "humildad y honestidad". También su aportación al futuro mayor centro de oncología pediátrica de Europa (¿lo sabrá Pablo Iglesias?). Durante la ceremonia, la gente empezó a corear y a palmear "llibertad presos polítics". Messi no acompañó ni con cantos ni con palmas. Es Messi, demonios. Es Messi en Barcelona. Puede hacer lo que le salga de los tatuajes, del mate y de los cataplines. Ya se impuso cuando algunos jugadores plantearon no jugar el 1-O de 2017 contra Las Palmas porque Daenerys estaba dando candela a los ciudadanos que sólo querían votar. Presionó para jugar y se hizo (lo contrario habría supuesto 6 puntos de sanción).

La chulería de Messi es un poco como el feminismo. A Catalina la Grande le daría un poco igual que las mujeres tuvieran más o menos derechos. Todo el mundo estaba sometida a ella. Como Daenerys (su flaqueza fue enamorarse y confiar en el mandilón creyendo que sus ambiciones stalinianas eran también las de él). Messi no es un zar ni un señor feudal, pero es un símbolo en Cataluña. Puede pasar de los independentistas. Se agradece que lo haga. Pero los que realmente tienen mérito son los catalanes que no son Messi. Esa otra mitad de ciudadanos. Los que no se pueden permitir ser Messi pero lo hacen. Los que plantan cara a los que desinfectan el suelo que pisa Inés Arrimadas, cortan autopistas o los árboles de Boadella. Los que se han creído que Cataluña es suya. Y es más de Messi. Como la sala del Supremo es de Marchena y el Juzgado de Violencia de Género de La Coruña de la magistrada del tarot. Y que no rechisten.

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