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Ana Obregón y sus intimidades con De Niro, Spielberg, Alberto de Mónaco, Beckam...

Ana Obregón aprovecha su renovado éxito con la venta de un libro y nuevas exclusivas en virtud del nacimiento de Ana Sandra.

Ana Obregón aprovecha su renovado éxito con la venta de un libro y nuevas exclusivas en virtud del nacimiento de Ana Sandra.
Ana Obregón vestida de Versace en 1990. | Gtres

La maternidad a los sesenta y ocho años de Ana Obregón mediante gestación subrogada ha sido la importante razón para que esta actriz madrileña sea, desde el nacimiento de su hija, protagonista de interés informativo, no sólo en las publicaciones rosas a las que parecía hace años abonada como personaje habitual en sus páginas sino en diarios de información general, entre críticas y debates. Está en su derecho de haberse acogido a un vientre de alquiler en el Memorial Regional Hospital de Miami para ser madre de quien biológicamente es en realidad su abuela. Y no se trata de una expresión chistosa al conocer por ella misma que la pequeña Ana Sandra es fruto de la fecundación con esperma de su fallecido hijo hace tres años Aless Lequio.

Cuanto rodea a este método científico para tener un hijo, que las leyes españolas no contemplan si se realiza en nuestro país, supone un elevado desembolso económico para la madre, que oscila en Estados Unidos, uno de los pocos donde sí está autorizado, entre ciento diez mil dólares y ciento setenta mil. La gestante, quien alquila su vientre, suele percibir treinta y cinco mil dólares. Súmense a esas cantidades la correspondiente al tratamiento médico, estimado en otros cuarenta mil dólares. Tendremos de ese total una cifra sólo al alcance de quien esté capaz de hacerle frente. Ana Obregón sin duda es dueña de un alto patrimonio pero además se ha servido de una exclusiva (que nos atrevemos a aventurar no será la única, conforme la niña vaya cumpliendo más edad) a cargo de su revista favorita que en su número del pasado 28 de marzo publicaba un amplio reportaje, gráfico y literario, acerca de este nacimiento.

Ana Obregón, radicada desde semanas antes de esa fecha en un apartamento de Miami, era esperada en Madrid en fecha próxima, cuando escribimos este texto, comprometida entre otros eventos artísticos con el programa de televisión Mask Singer. Desde que en 2015 estrenara la comedia teatral Sofocos, que se mantuvo en cartel un par de temporadas más, no había sido objeto de atención por su condición de actriz. Sí que cuando se conoció la gravedad que atravesaba su único hijo, Ana acaparó más portadas y reportajes, hasta el trágico final de Aless hace justo tres años, el 13 de mayo de 2020. Desde entonces han sido incontables las informaciones sobre el estado anímico de ella, que ha publicado un libro, en forma de carta, dedicado a sus recuerdos del infortunado joven, nacido el 23 de junio de 1992, que tanta felicidad le proporcionó. En una vida llena de capítulos sentimentales que condensaremos a continuación.

Ana García Obregón vino al mundo el 18 de marzo de 1955 (el día 20 según algunas biografías) en el seno de una familia acomodada de cinco hijos, dos de ellos varones. A los trece años fue operada de un cáncer de estómago, del que afortunadamente sobrevivió tras temerse por su vida. Licenciada en Ciencias Biológicas prefirió ser primero modelo y luego actriz cinematográfica como es harto sabido. El primero de sus grandes amores fue Miguel Bosé, aunque incluso en las revistas se creyera que sólo fueron de carácter platónico. Nada de eso. Fue una intensa relación que se produjo entre 1979 y 1982. El cantante la eligió como protagonista femenina de su película Sentados al borde de la mañana con los pies colgados pero el padre de Ana se lo prohibió, estando dispuesto a pagar a la productora por supuestos daños y perjuicios la cantidad que estimara necesaria. El disgusto de la joven fue de órdago. Lo que no se rompió fue su idilio con el hijo de Luis Miguel Dominguín, el primer hombre de su vida, con quien vivió noches de pasión en el chalé de los Bosé en la urbanización madrileña de Somosaguas y en muchos otros lechos. Miguel Bosé la idealizó en una de sus primeras composiciones, "Anna", título que le pareció más adecuado con esa doble ene. Atravesaron algunas crisis, periodos de distancia por los compromisos sobre todo del ídolo de las quinceañeras, hasta que la boda soñada por ella no pudo nunca celebrarse. "Nos quisimos tanto , confesaría ella, que no tuvimos la fuerza suficiente para decirnos adiós".

Ana Obregón decidió en 1981 estudiar en el Instituto de Teatro y Cine Lee Strasberg de Nueva York, después de rodar varias películas, alguna de ellas en Los Ángeles. En ese tiempo entabló amistad con Robert de Niro, al que había conocido casualmente en Madrid durante una cena. El famoso galán le facilitó su número de teléfono, y ella no perdió la ocasión para verse con De Niro en diversas ocasiones, incluso en el pequeño apartamento neoyorquino que ella alquiló, y también en la lujosa vivienda de Bob, que es como era llamado por sus íntimos. A ella se desplazó Ana, en el 250 Central Park South, piso 17 A, cuando De Niro la llamó a las tres de la mañana de un día que necesitaba tenerla entre sus brazos. Y ella no se negó, claro. Contó nuestra buena amiga lo que sigue: "Sus labios quemaban. Me desnudó mientras me besaba demostrando en cada beso lo que sentía por mí y que era incapaz de decir con palabras… Por primera vez en muchos meses de soledad neoyorquina me sentí feliz, protegida y amada".

Otro capítulo que intuyo es desconocido para muchos es cuando Ana Obregón conoció a Dodi Al-Fayed (quien más adelante sería la última pareja de Diana de Gales, muertos en aquel terrible accidente de París como todo el mundo sabe). Y eso sucedió en el restaurante Casa Lucio, de la Cava Baja madrileña, por una circunstancia familiar que no cuento para no extenderme demasiado. El caso es que el tal Dodi quiso llevársela a la cama, de buenas a primeras, cuando al día siguiente le mandó un reloj Cartier de oro, y ella personalmente se trasladó al hotel Ritz para devolvérselo, lo que hizo en breves minutos sin acceder al deseo libidinoso del multimillonario árabe.

Con Miguel Bosé, Ana Obregón había iniciado una larga lista de romances, aunque no todos considerados por ella misma como verdaderamente importantes, de la que rescatamos estos nombres unidos al de ella durante un tiempo, por lo general reducido: Francis Franco, nieto del Dictador, el abogado del Estado César Albiñana, el escultor Víctor Ochoa y su hermano Carlos (sobrinos-nietos del premio Nobel Severo Ochoa), Pedro Ruiz, los matadores de toros Rafi Camino y Roberto Domínguez, Jorge Juste, propietario de un restaurante de la madrileña calle de Serrano, Micky Molina…

Pero hubo más sorpresas importantes en el acontecer sentimental de la bióloga convertida en actriz. Fue elegida para el reparto de Bolero, cuya protagonista era Bo Derek y el director, su marido, John. El doblaje sucedió en unos estudios de Londres, donde casualmente también se encontraba Steven Spielberg también ocupado en el doblaje de Indiana Jones y el templo maldito con Harrison Ford. John Derek presentó a Spielberg a nuestra compatriota. Y esa misma noche, Ana Obregón asistió a una fiesta de éste. Sabedor Steven que Ana iba a desplazarse pronto a Los Ángeles, se prestó a ser su cicerone y cuando eso ocurrió, Ana le correspondió preparándole una paella… sin tener idea de cocinarla. El resultado pueden suponerlo. Cuando Spielberg vino a Granada para rodar una de las secuelas de esos filmes de aventuras le pregunté si era cierto que había conocido a Ana Obregón, y asintió. El caso es que en Los Ángeles él se enamoró de Ana, tuvieron sus momentos de intimidad en la casa del famoso director en las playas de Malibú. Ambos se gustaban, estuvieron a punto de dar rienda suelta a sus deseos, pero Steven se arrepintió, confesándole que iba a casarse con la actriz Amy Irving, como así sucedió, aunque ella lo dejara luego por el feísimo cantante country Willie Nelson. ¡Ah! Antes de verse por última vez, Spielberg le presentó en su mansión nada menos que a Warren Beatty, considerado el mayor seductor de Hollywood. No perdió la ocasión e invitó a cenar a Ana Obregón. Ella aceptó, y con el coche que tenía, un modesto "escarabajo" como lo llamaba, apareció en el casoplón de Warren. Su sorpresa fue mayúscula: había dentro un montón de "starlettes" en bañador, alrededor de una espectacular piscina. Ana se disculpó, no llevaba traje de baño y se marchó por donde había llegado dejando a Beatty con un palmo de narices.

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Ana Obregón | Archivo

Mediados los años 80, la que sus hermanos llamaban "Antoñita la fantástica", sobrenombre mil veces repetido en la prensa, apareció en Mónaco, durante un torneo de golf y luego en la tradicional fiesta de la Cruz Roja. El príncipe Alberto se había fijado en ella. Quien acabó sentada en la mesa presidencial del Sporting Club, junto a su anfitrión y enfrente del príncipe Raniero. Se atrevió ella a contar chistes verdes. Abrió Alberto el baile, a instancias de su padre, teniendo como pareja a Ana, al compás de un airoso vals. Cenaron solos otra noche. Se besaron ardientemente. Ana pasó más días de los previstos en Montecarlo. Volvieron a reencontrarse en Madrid. Por entonces, ella misma soñó que podía haber sido princesa.

Cuando en la vida de la emprendedora actriz llegó un deportista de élite, Fernando Martín, ella pensó que tras el desengaño con Miguel Bosé, este destacado baloncestista del Real Madrid y de la selección nacional, era el hombre que volvía a despertar en ella otra gran pasión, seis años menor él.

Pero la convivencia entre ambos duró casi tres años, entre 1986 y 1989. Se veían en un pequeño chalé que Fernando alquiló en la sierra madrileña. Los reporteros nunca pudieron sorprenderlos hasta poco antes de que el destino decidiera un triste final a aquella romántica historia. Circulando a gran velocidad por la M-30, Fernando estrelló su automóvil deportivo una aciaga mañana de 1989. Ana Obregón padeció durante mucho tiempo la desaparición de aquel hombre que amaba con todas sus fuerzas. Fernando Martín estaba separado de la modelo alemana Petra Sonnenborn, con la que tuvo un hijo, Jan

Un año más tarde de aquella tragedia, Ana, que fuera de su trabajo en el cine no solía asistir a fiesta alguna, sí que cuando fue a la inauguración de una elegante tienda de la firma Chanel en Madrid fue el centro de atención de un seductor italiano emparentado con la Familia Real española, Alessandro Lequio (o Lecquio, según consta en ciertos documentos). Lo de su título de conde heredado de su progenitor no tenía validez alguna, pero qué duda cabe despertó en la ambiciosa Ana un indudable interés cuando la relación entre ambos se oficializó, pero sin visos de que acabara en boda pues, a la sazón, él estaba casado con la modelo Antonia D´ell Atte, padres de un varón. No obstante, Alessandro, como todo buen donjuán, sabía cómo alternar su vida sentimental con ésta, ya separados desde luego, junto a la novedad de su amante. Entre 1991 y 1994 la pareja Ana Obregón-Alessandro Lequio acaparó portadas y centenares de páginas en las revistas del color, en reportajes algunos de ellos cobrados por éste en exclusivas pactadas discretamente, pues quien cobraba era un hombre de paja. Lequio no tenía un duro desde que la casa Fiat, que lo había contratado para su delegación española, lo despidió. Y acostumbrado a vivir "a lo grande" ponía el cazo gracias a cuanto le pagaban las publicaciones rosas. Además, viéndolo sin oficio ni beneficio al margen de ello, Ana puso la pasta suficiente para sufragarle un gimnasio en el barrio madrileño de Salamanca, donde presumía de músculos y de karateca.

Pero un día, Ana se enteró que le ponía los cuernos, con la azafata Silvia Tinao. Y decidida como ella siempre ha sido, le puso sus maletas en la calle. Durante bastantes temporadas Alessandro se ganó la vida como tertuliano en un programa de televisión hasta que, andando el tiempo, sentó la cabeza y ya no se le conocieron más escándalos, al lado de su definitiva mujer. En cuanto a Ana Obregón no cerró su corazón a futuros amores. Porque en la segunda mitad de los años 90 otra vez volvió a ilusionarse con Davor Suker, delantero madridista, que fue su pareja entre 1997 y 1999. Los padres y hermanos de Ana estaban encantados con el goleador merengue. Lo chusco es que ella, nada aficionada al fútbol, ignoraba quién era Suker cuando una amiga común se ofreció para presentarlos, pues el croata estaba muy interesado en conocerla. El flechazo fue mutuo. Ella hasta viajó con él a Zagreb en el avión oficial del presidente Franjo Tudjman, anfitrión durante los días que la pareja permaneció en aquella capital. Definitivamente, en el año 2000 Ana y Davor no tuvieron más remedio que decirse adiós por culpa del fichaje del jugador por el Arsenal inglés y los continuos contratos cinematográficos de ella. Conste que Suker, todo un caballero, hizo muy feliz a Ana, viviendo su amor a tope.

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Con Ramón García en Qué apostamos

Con el nuevo siglo, mientras Ana seguía felizmente su carrera y en las Nocheviejas nos felicitaba el año siguiente a través de televisión, amén de su exitazo como guionista, actriz y productora de la serie A las once en casa, ya fue aminorando sus pasiones. Pero en el verano de 2003, como hacía habitualmente en esa época sobre todo, Aless, se marchaba con su padre, Alessandro Lequio, para cumplir esos veinte días convenidos, en tanto ella se hospedaba en el hotel Santo Mauro (5 estrellas Gran Lujo). Coincidió que allí tenía su residencia David Beckham, el astro del Real Madrid, quien al enterarse de que Ana Obregón también era huésped del establecimiento quiso conocerla. Entre ambos hubo algo más que halagos y piropos. Al enterarse Victoria, la mujer de Beckham, la puso de vuelta y media cuando fue a verla al gimnasio. "¡Ten mucho cuidado conmigo!", le lanzó entre gritos la inglesa.

En adelante, que sepamos, no se le conocieron más parejas que una que mantuvo con un modelo polaco, Darek, durante los años 2006 y 2008. Todavía mantuvo su atractivo en la década siguiente, al punto que con sesenta y dos años apareció en las páginas de la revista Playboy. Estaba entonces totalmente interesada en el futuro de su hijo Aless, a quien proporcionó estudios en los Estados Unidos. Antes de que ese cruel zarpazo del cáncer se lo llevara de este mundo, tuvo tiempo de escribir sus memorias, en cuya última página, escribió: "He vivido medio siglo buscando la felicidad en un sueño, en distintas ciudades y profesiones, en el éxito, en otros corazones, en la amistad… para descubrir que al final la felicidad estaba en mí".

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