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Katy Mikhailova

Qué precio tiene el cielo (o el vino)

Sea como fuere, hay un punto en el que creo que se nos está yendo el postureo de las manos. Pagar por un chardonnay 25 euros la copa, y 200 la botella, invita a la reflexión de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.

Sea como fuere, hay un punto en el que creo que se nos está yendo el postureo de las manos. Pagar por un chardonnay 25 euros la copa, y 200 la botella, invita a la reflexión de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.
vino vino tinto vidrio beber el alcohol beneficiarse de copa de vino rojo vino vino vino tinto vino tinto vino tinto vino tinto vino tinto copa de vino copa de vino copa de vino | Pixabay/CC/congerdesign

Hay un bar tan sumamente cool, que la suma de botella de vino, la más barata, asciende a 200 euros (o parte de esta cifra). No diré dónde porque no soy quien para cuestionar a qué precio se vende el alcohol, pero puedo asegurarles que si el alcohol fuera más caro habría menos borrachos y más deprimidos.

Sea como fuere, hay un punto en el que creo que se nos está yendo el postureo de las manos. Pagar por un chardonnay 25 euros la copa, y 200 la botella, invita a la reflexión de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. Porque, oigan, o lean, no es como comprar un bolso de Chanel que, por muy caro que les pueda parecer, ese bolso permanecerá en sus armarios durante años, décadas o incluso generaciones. No. Estamos hablando del lujo efímero que muere tan pronto se descorcha la botella.

No sé si recuerdan aquel capítulo de la serie Futurama (los mismo creadores que de Los Simpsons) en el que Fry se convierte en millonario a causa de mantener su cuenta bancaria de hace mil años (recuerden que le congelan hasta el siglo siguiente). Y es que su cuenta bancaria, en la que tenía ingresados 93 centavos, se convierte en un fondo millonario, un siglo después, albergando un total de 4.000 millones de dólares. Fry paga prácticamente toda esta cuantía por la última lata de anchoas que quedaba en el planeta, pues la anchoa (o el pez a partir del que se elabora) había sido extinguida. El lujo de la escasez.

Y es que el otro día, antes de partir a Marbella para inaugurar la tienda número 33 de Healthy Poke con mi socia Marta Salinas (bajo el paraguas de SHAMELESS Agency) -no comimos anchoas pero sí mucho salmón-, yo quedaba para tomar unos vinos con mi amiga Blanca Yllera (los Yllera, los de las bodegas).

Me convidaba a probar su vino blanco en el Hotel Wellington, Blanca Yllé. Mientras un pianista nos ponía la banda sonora de Lágrimas Negras, los camareros te atendían con sumo detalle y respeto, nosotras degustamos unas lágrimas blancas de Verdejo. Cada botella, en el mítico hotel de la Calle Velázquez, no supera los 30 euros. Era, de alguna forma, beberse el pasado en el presente. Porque así es: el vino es una forma de viajar a las añadas del año en el que se ha recogido la uva y elaborado el vino a partir de una de nuestras uvas favoritas, con permiso de la Godello y la Albariño. 30 euros está bien. Incluso 40, 50, 60.. ¿Dónde está el límite de pagar dos ceros a la derecha por un vino más que "correcto"? Ese vino de 200 era un vino que en el supermercado gourmet de turno le cuesta 20.

Como fiel defensora del Capitalismo, y más en especial del Liberalismo que sostiene la libertad de las personas en una sociedad mercantil y un sistema económico libre, ergo con baja carga de impuesto (no el caso que tenemos en España…), soy partidaria de que cada uno estipule el precio de su producto en el límite que considera. Sin embargo: ¿200 por una botella? ¿De verdad? ¿Quién quiere pagar semejante viaje? Ni en Quintín te "pegan este viaje". Para viajar, siempre nos quedará el metaverso y la Inteligencia Artificial que hace más humanas a las máquinas.

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