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Brno: la cenicienta checa que cada día luce más guapa (y más interesante)

La fachada gótica de la catedral de Brno.
Un paseo por Brno

Supongo que a ustedes les pasa con Brno más o menos lo mismo que a mí: que su extraño nombre –por cierto, para los que dudéis al respecto: se pronuncia Berno– les sonaba de poco más que el gran premio de motociclismo que durante muchos años se ha celebrado allí. No mucho más de eso se sabía de ella, considerada un poco la hermana fea de Praga, una comparación, por cierto, que muy pocas ciudades del mundo podrían resistir.

Así que llegué a Brno sin unas expectativas muy altas, lo que siempre es una buena idea cuando estás de viaje y en este caso resultó bastante injustificado: se trata de una ciudad bonita, con una colección espléndida de edificios de distintas épocas, curiosidades varias y, encima, muy agradable. Es decir: una visita imprescindible en una viaje por la República Checa.

Festival de arquitectura

Lo primero que sorprenderá de Brno al viajero atento es su arquitectura: ciudad industrial y rica a finales del siglo XIX y principios del XX, conserva una colección interesantísima de edificios de esta época que, además, en los últimos años han recuperado el esplendor que décadas de comunismo les había arrebatado.

Los más comunes son los que se hicieron alrededor de ese cambio de centuria, en un estilo hermoso, muy europeo y decorado, lleno de influencias austriacas, pero también francesas. Algunos de estos lujosos palacios se han convertido ahora en hoteles de primera, como el Grandezza que está en la plaza del mercado y que fue creado como un banco, otros albergan grandes comercios o sedes de empresas.

Pero no son los únicos: también hay algunos de lo que se denominó arquitectura moderna –no confundir con la modernista– o funcionalista, que se construyeron en el periodo entre las dos guerras mundiales. En el centro, por ejemplo, está el espléndido edifico del Banco de Moravia, acabado en 1930 y que casi sigue pareciendo casi de vanguardia hoy en día.

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El Banco de Moravia, en el centro de Brno | C.Jordá

Y en las afueras la que es la gran joya arquitectónica de la ciudad, la Villa Tugenhat, de Lilly Reich y el gran Mies Van del Rohe, uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX.

Hay que pedir cita con meses de antelación para poder visitar el interior de la villa, pero es posible –y gratis– pasear por el jardín y yo tuve la oportunidad de asomarme a su interior gracias a sus grandes cristaleras. Me pareció de una belleza perfecta, geométrica y racional, pero al mismo tiempo muy elegante, futurista aún, casi un siglo después, pero sin dejar de ser muy humana.

La Brno de subsuelo

Una curiosidad de Brno es que una parte importante de sus atractivos están bajo la superficie. En primer lugar hay un curioso laberinto fruto de la unión una larga serie de bodegas antiguas que se han unido y restaurado, creando una visita que recorre el centro histórico de la ciudad y que también se ha musealizado para mostrar parte de la historia de la ciudad de una forma ciertamente original.

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Osario de Brno | C.Jordá

Mucho más impresionante es el osario bajo la Iglesia de San Jacobo, una visita con un atractivo siniestro, se lo reconozco, pero realmente impactante. Se redescubrió en los primeros 2000, se estudió y se preparó para ser una atracción turística que se abrió unos años más tarde.

Los estudiosos calculan que allí descansan –ahora con tanto turista es un decir– los restos de unas 50.000 personas, lo que lo convierte en el segundo mayor osario de Europa, sólo superado por las catacumbas de París. Más allá de las cifras y los récords, el lugar acojona en varios sentidos: los muros de huesos y calaveras se han preparado con cierto gusto discreto y fotogénico y, más allá del evidente punto macabro, la cosa tiene un cierto aire no sé si espiritual, pero al menos sí transcendental: pocas veces se experimenta esa sensación de mirar cara a cara a la muerte.

Por último, quizá lo más interesante de todo sea el búnker Z10, menos acojonante que el osario, eso sí, pero lo cierto es que una ventana insólita a un pedazo de la historia reciente no sólo de la República Checa, sino de toda Europa.

El Z10 era el lugar al que los jerarcas comunistas de la zona de Brno debían acudir si empezaba una guerra nuclear. Según me contaron tenía capacidad para unas 200 personas –al resto de la población le podían ir dando– y con el final del comunismo y de la guerra fría fue abandonado sin más: se cerró la puerta y punto.

Años después alguien pensó que eso era interesante y en efecto lo es, no sólo por las instalaciones en sí, sino porque se dejaron tal y como estaban en 1990, así que la cosa tiene un curioso aire de visita a un tiempo pasado que estaba muy lejos de ser mejor y, sobre todo, el viajero que recuerde algo de aquellos años sentirá que realmente ha saltado a más de treinta años atrás.

El castillo y la catedral

Justo sobre el Z10 está la colina en cuya cima está el castillo de Brno, que ha servido muchas más veces de prisión que de palacio o atalaya defensiva, es un curioso edificio pintado de pulcro blanco.

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La catedral de Brno | C.Jordá

Les confieso que lo que más me gusto fueron las vistas que se tiene de la ciudad desde allí: espléndidas y de 360 grados según se va dando la vuelta a la fortaleza: allí vemos las zonas de edificios masivos desarrolladas durante el comunismo, aquí la parte vieja, y no muy lejos la colina sobre la que está la curiosa catedral de la ciudad, un templo que mezcla con descaro gótico y barroco y que yo no diría que es inolvidable, pero si vale la pena conocer.

Hablando de historia, a sólo unos kilómetros del centro de la ciudad se puede visitar el campo de batalla de Austerlitz. Una colina entre campos amarillos de colza en flor tiene un peculiar monumento a los miles de europeos que murieron allí, justo donde al parecer estaba el campamento desde el que Napoleón siguió el desarrollo de su gran victoria.

Es, en parte, un recordatorio de lo ingrata que ha sido la historia con los checos, pero también de cómo ese pequeño y apasionante país ha estado casi siempre en el centro de lo que ocurría en el continente. Y eso, de alguna forma, se nota cuando uno viaja por allí.

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