La vida y la muerte del gran músico español Isaac Manuel Francisco Albéniz (1860-1909) han estado siempre rodeadas de leyendas. La más difundida es la que se refiere a su supuesta condición de judío, lo cual es falso. La que sigue en importancia es la de que murió loco, cosa rigurosamente inexacta: el deceso de Albéniz se debió a lo que en la época se llamaba «enfermedad de Bright», una nefritis degenerativa, muy dolorosa y que produce edema en todo el cuerpo, lo cual le llevó a una grave depresión, pero en ningún caso a la demencia. Por último, se dijo que había estudiado con Franz Liszt, al que no llegó a conocer. Vivió sólo cuarenta y ocho años, dedicados casi en su totalidad a la música. Niño prodigio, actuó por primera vez en público como pianista a la asombrosa edad de cuatro años. A los seis, su madre lo llevó a París, donde estudió durante nueve meses con Antoine François Marmontel, profesor del Conservatorio, en el que no fue admitido por ser demasiado joven. A los siete, nuevamente en España, dio varios conciertos y publicó su primera composición: Marcha militar. No tardó en ser conocido fuera de España y en 1875 dio conciertos en Puerto Rico y Cuba, además de Barcelona, Valencia y Salamanca. Al año siguiente, ingresó en el Conservatorio de Leipzig, donde sólo pasó dos meses, y luego en el de Bruselas, con una beca otorgada por Alfonso XII. Allí ganó en 1879 el primer premio de interpretación en piano. Tras una gira por Suramérica, en 1883 se estableció en Barcelona, donde conoció a Felipe Pedrell (1841-1922), defensor de la música con raíces nacionales —en la línea de Diaghilev en el ballet—, que tuvo enorme influencia. De esa inspiración nació la obra maestra de Albéniz, la suite Iberia (1909), así como también la Suite Española, las Seis danzas españolas, la Rapsodia española y el Concierto fantástico, compuestas entre 1886 y 1887, después de su matrimonio con Rosita Jordana, que era su alumna. La carrera de Albéniz como intérprete fue también importantísima y nunca sus labores como compositor le impidieron ser un pianista de fama universal. En Londres comenzó a colaborar con Francis Money-Coutts (Lord Latymer), un banquero británico que escribía dramas poéticos y necesitaba un músico que lo ayudara a ponerlos en escena. Esta relación resolvió en gran medida los problemas económicos de Albéniz. Además, el maestro compuso también tres zarzuelas, que se estrenaron pero cuyas partituras no se conservan.
Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) es el modelo eximio del «polígrafo», esto es, un hombre que escribe acerca de los temas más diversos, siempre con solvencia y tras cuidadosas investigaciones. Sus campos de actividad van desde la historia de las ideas (a la que aportó una obra fundamental que conserva todo su valor, la Historia de los heterodoxos españoles) hasta la crítica literaria, de la que legó una obra cumbre, la Antología de poetas hispano-americanos (1893-1895) en cuatro volúmenes, que en su reedición tituló Historia de la poesía hispanoamericana. Lo mismo sucedió con su Antología de poetas líricos castellanos (1890-1908), en trece tomos reimpresa en 1911 con el título de Historia de la poesía castellana en la Edad Media. Asombra la extensión de la labor de Menéndez Pelayo en sus cincuenta y seis años de existencia. Hizo el bachillerato en Santander y los estudios universitarios en Barcelona y Madrid. Liberal en sus primeros años, terminó enfrentado con los krausistas y los hegelianos —con los que polemizó en La ciencia española (1876)—. En Madrid, además de obtener su cátedra, frecuentó la tertulia de Juan Valera. Fue miembro de la Real Academia Española (1880), diputado (1884-1892), director de la Biblioteca Nacional de España (1898 y 1912) y director de la Real Academia de la Historia (1909). En su madurez reasumió algunos aspectos de su liberalismo de juventud, aunque desde un punto de vista esencialmente católico. Es célebre su enfrentamiento de años con Benito Pérez Galdós, de quien, sin embargo, terminó siendo amigo tras rectificar algunas duras críticas a su obra. Es también autor de una Historia de las ideas estéticas en España (1883-1891) en cinco tomos, en la que, al igual que en La ciencia española, reivindica una tradición nacional distinta del resto de las europeas. Cinco volúmenes ocupan susEstudios de crítica literaria y cuatro los Orígenesde la novela. La edición de sus Obras completas, en 1940, a las que posteriormente se añadirían el Epistolario y la Bibliografía, llevó 65 tomos. La obra de Menéndez Pelayo fue continuada por su sobrino, Ramón Menéndez Pidal, y su discípulo, Adolfo Bonilla y San Martín.
El 20 de mayo de 1506 fallecía en su casa de Valladolid Cristóbal Colón. Cierto es que su prestigio se había oscurecido, pero distaba mucho de morir solo y arruinado. De su cuarto y último viaje volverá enfermo y renqueante en lo físico y muy ofendido en su orgullo. Nicolás de Ovando, el nuevo virrey de las Indias, le había tratado con tan poca consideración como su predecesor. A las puertas de Santo Domingo y en plena tormenta el virrey le había negado la entrada al puerto. También había desoído sus advertencias sobre el estado de la mar, con un resultado de veinte barcos hundidos y 500 muertos, entre ellos el virrey saliente, Francisco de Bobadilla, quien años atrás había enviado a Colón a España encadenado. No terminaron ahí los desplantes. Ovando demoró a propósito el rescate de Colón en Jamaica, de donde volvería enfermo y maltrecho tras enfrentar una rebelión de sus hombres. Para colmo, al llegar Colón con el cabecilla preso, Ovando lo liberaría en sus propias narices.
El 22 de mayo de 1526 las provincias italianas de Milán, Florencia y Venecia, el papa Clemente VII y Francisco I de Francia sellan en la ciudad francesa de Cognac una gran alianza con el objetivo de aislar a España y frenar la imparable hegemonía de Carlos V. Francisco I acaba de firmar el Tratado de Madrid, jurando sobre los Evangelios y dejando como rehenes a sus propios hijos; pero considera que ese documento es papel mojado que se ha visto forzado a aceptar por su largo cautiverio. Las ciudades italianas, siempre recelosas de un poder dominante, acuden a la llamada. Francisco I, humillado por el rey hispano, no se contenta con esta alianza y busca acercarse al mayor enemigo del paladín de la cristiandad, el poderoso turco Solimán el Magnífico. Para el Papa, si ya la vinculación a un pacto bélico afeaba su conducta, la implícita alianza de Roma con el Imperio otomano resultaba del todo desquiciante.
Vista la importancia de las aportaciones españolas al Barroco europeo, decir que el escultor Francisco Salzillo y Alcaraz (1707-1783) es el más importante de ese estilo en nuestro siglo xviii, es situarlo en un lugar de privilegio en el conjunto de la historia del arte. Su padre era un escultor italiano, de Capua, que llegó a Murcia para colaborar en el taller de Nicolás de Bussy y allí conoció a la joven española Isabel Alcaraz, con la que se casó. Murió cuando su ilustre hijo, que al parecer tenía vocación monacal, contaba sólo veinte años y, para mantener a la familia, se hizo cargo del taller paterno. La vida de Salzillo es su obra. En contadas ocasiones salió de Murcia, donde se casó y tuvo dos hijos con Juana Vallejo, y fue nombrado escultor oficial del Concejo.
Felipe V reinó en España entre 1700 y 1746. En 1713 puso bajo su protección, a instancias del marqués de Villena, la Academia Española, que más tarde sería Real Academia Española de la Lengua, vista la necesidad de reconocer la especialización de cada una de las instituciones que, a partir de 1938, formarían el Instituto de España. La Real Academia de la Historia, fundada el 23 de mayo de 1735 en una de las reuniones de sabios que tenían lugar en la casa de Juan Hermosilla, abogado de los Reales Consejos, para tratar temas históricos, obtuvo la misma protección que la de la Lengua por Real Orden del monarca del 18 de abril de 1738. La junta rectora elaboró los estatutos, que fueron aprobados por Real Cédula el 17 de junio del mismo año. La función de esta academia es estudiar la historia de España, «antigua y moderna, política, civil, eclesiástica, militar, de las ciencias, letras y artes, o sea, de los diversos ramos de la vida, civilización y cultura de los pueblos españoles» aclarando «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido». Desde 1775, la Academia tuvo su biblioteca en la Casa de la Panadería, en el centro del lado norte de la Plaza Mayor de Madrid. Diez años más tarde, Carlos III ordenó que aquel edificio alojara a la institución misma. Tras la Desamortización, en 1836, Mendizábal, que entregó a la Academia libros, códices y documentos expropiados a la Iglesia, resolvió otorgarle también el casón construido por Juan de Villanueva en la calle del León, llamado del «Nuevo Rezado» por haber sido destinado a alojar libros de rezos, y que había pertenecido a los jerónimos de El Escorial. El propio Mendizábal hizo dar la Real Orden en 1837, aunque no se cumpliera hasta 1874, tras las reformas hechas por el arquitecto Eduardo Saavedra. Posteriormente se fueron añadiendo los edificios anejos y ahora la Academia ocupa toda la manzana entre las calles del León, del Amor de Dios, de las Huertas y de Santa María.
El 24 de mayo se aprobaba la Constitución de 1876, que sería la de mayor vigencia de todas las propuestas a lo largo del siglo xix. Y es que entre la Constitución de 1812, la célebre Pepa, y la de 1876 se ensayaron cuatro proyectos constitucionales y un intento de unión federal. 1837, 1845, 1856 y 1869 dejaron textos constitucionales, mientras que en 1873 se diseñaba todo un proyecto federal, el de aquella caótica República que duraba once meses y digería cuatro presidentes distintos.
El 25 de mayo de 1085 el rey castellano Alfonso VI hacía su entrada triunfal en Toledo. Tras un concienzudo asedio arrebataba a los moros la que fuera la gran capital del reino visigodo, ciudad que albergaba toda la carga simbólica de la Reconquista. Lejos de poder resistir, el débil rey Al-Qádir obtuvo un buen pacto de capitulación, que incluía el respeto de la vida, las haciendas y las costumbres religiosas de todos los musulmanes que escogieran quedarse en la ciudad.
El 26 de mayo de 1642 el ejército español de Francisco de Melo, muy superior al de su contrincante, derrotaba a los franceses del mariscal Guiche en Honnecourt. Sería una victoria pírrica. Francia se tomaría la revancha nada menos que en la batalla de Rocroi, el gran descalabro de los tercios españoles en Europa.
El 27 de mayo de 866 muere Ordoño I, dejando el trono a su hijo Alfonso, el tercero de la saga alfonsina de Asturias que pasaría a la historia con el sobrenombre del Magno. Alfonso III cerraría el gran ciclo del reino astur, consolidándolo en todos sus frentes y aunando en sus victorias la excelencia militar con una fina astucia política. Su prestigio militar alcanzó su cota más alta en los campos de La Polvoraria, inicio de la más aplastante derrota que hasta entonces los astures habían propinado al emirato. El descalabro fue de tal magnitud que el emir Muhammad tuvo que tragar bilis y solicitar una tregua de tres años, un hecho insólito que implicaba reconocer a Asturias como la otra gran potencia peninsular.