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De Borges a Evita, de los cafés al cementerio, la Recoleta concentra la esencia de Buenos Aires

Una vista de algunos de los panteones más Lujosos de La Recoleta.
La Recoleta: del cementerio a los cafés y las flores

Si Buenos Aires es una ciudad de mitos perdidos, y para muchos lo es, quizá el primer lugar en el que haya que empezar a buscarlos sea en La Recoleta. Al menos allí nos están esperando un par de ellos y de los más grandes, para bien y para mal: el inmenso Jorge Luis Borges y la terrible Evita. Inolvidable él, imperdonable ella por mucho que Hollywood y los propios argentinos –yo diría que uno de los pueblos más mitómanos de la Tierra– se empeñen en no olvidarla tampoco.

Recorrí La Recoleta en un fantástico viaje a Buenos Aires hace unas semanas. La ciudad es tan grande y apabullante que los límites de los diferentes barrios se diluyen en mi recuerdo, así que perdónenme si mi paseo cruza alguna de las fronteras invisibles. Aun así, en este caso la presencia esencial del cementerio ayuda a fijar el espacio: La Recoleta es, más o menos, todo lo que rodea ese gran punto turístico, uno de los más visitados de la ciudad.

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Turistas en la tumba de Evita | C.Jordá

Y no es extraño que lo sea: como la propia capital de Argentina, el cementerio de La Recoleta es un apasionante conjunto de contrastes: de los panteones lujosos en perfecto estado a las tumbas olvidadas con cristales o paredes rotos en los que el propio féretro queda expuesto a la intemperie; de las grandes avenidas a las calles estrechas; de los muertos a los que ya nadie recuerda a la tumba de Evita, siempre con flores, siempre con un grupo de turistas delante.

No es La Recoleta tan grande como otros cementerios urbanos famosos, pero hay algo en él, quizá esa forma de imitar a la ciudad al crear paseos como calles y panteones como edificios, que le da un aire urbano, culto, importante. Por otro lado, es por supuesto bello, pero lo es, de nuevo, como la Buenos Aires de los vivos: con esa mezcla de lujo y decadencia que, por desgracia, es ya parte del carácter porteño.

Borges y Bioy toman café

Puede que todo en La Recoleta gravite alrededor de su famoso cementerio, pero hay más cosas que ver. Por ejemplo: a unos metros de la salida una pareja bailaba un tango callejero y sensual junto a la puerta de La Biela, uno de los más bonitos y tradicionales cafés de la ciudad. Allí, en una mesa desde la que se domina la entrada y es fácil llevar la cuenta del ir y venir de los clientes, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares toman un café que ya es eterno, como lo son sus libros. Sobre todo los del primero, seguramente el hombre que mejor manejó la lengua española en ese cambalache que fue el siglo XX.

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Bioy, Borges y otros clientes de La Biela | C.Jordá

También junto al cementerio están la fachada blanca y colonial de la Iglesia del Pilar, y la mucho más colorida del Centro Cultural Recoleta, que cada cierto tiempo va cambiando para mostrar al exterior el arte joven que promueve en su interior: chocante, saturado de tonos vibrantes y muy llamativo, hace las delicias de los turistas y de instagramers que no pueden resistirse a posar ante la explosión de líneas y pinturas.

Hablando de jóvenes, el paseo puede prolongarse un poco a través de un parque y, cruzando la enorme Avenida del Presidente Figueroa Alcorta, daremos en la monumental Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, un edificio que me recordaba cierta arquitectura franquista en Madrid pero que es, a fuerza de tamaño y al cabo por cierto tipo de belleza gris e imponente, uno de los más conocidos de la ciudad.

Finalmente, en un soleado parque junto a la facultad encontramos otra metáfora bonaerense, una escultura metálica, brillante y enorme que un arquitecto regaló a la ciudad y que se llama Floralis genérica.

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La escultura Floralis genérica | C.Jordá

Quizá se preguntarán ustedes, viendo la foto, que tiene de metafórico la enorme figura. Me explico: el monumento, que representa a una flor, cuenta con un complejo mecanismo que hace que sus pétalos de miles de kilos se cierren por la noche y se abran por la mañana. O, mejor dicho, debería hacer: el dispositivo se ha roto ya dos veces y no hay dinero para otra reparación. Ahí el parecido: como Buenos Aires misma la flor no cumple con aquello para lo que estaba pensada, pero aun así es grande, brillante, fascinante y, según se mire, hasta hermosa.

Una forma distinta de volar

Les tengo que contar también que volé hasta la capital de Argentina de una forma diferente: con Level, la aerolínea low cost de distancias largas del grupo AIG.

Les digo diferente porque Level tiene un sistema peculiar de vender su clase turista: el billete es barato, sobre todo para ser un vuelo de casi catorce horas, y luego se le pueden ir añadiendo pequeños detalles para aumentar el confort: un asiento en una de las filas que permite estirar las piernas, cambios en el menú, un kit de elementos como una manta o un cojín para hacer la cosa más agradable… Cada cosa tiene un coste concreto y eso permite modular el gasto según nuestros deseos o posibilidades.

Lo mejor, no obstante, es la simpatía y las ganas de todos para hacer del largo tránsito algo más llevadero: desde las asistentes de vuelo a los pilotos. Y también, por supuesto, los aviones de última generación –Airbus A330-200– y prácticamente nuevos.

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