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Denia y Benidorm o dos caras diametralmente opuestas, pero complementarias, de la Costa Blanca

Una de las calles de la parte más antigua de la ciudad.
Denia y Benidorm, tan distintos como complementarios

Como otros municipios de la Costa Blanca –aunque no demasiados, lógicamente– Denia ha logrado mantener mucho de su carácter original y al mismo tiempo desarrollarse e incluso convertirse en un destino turístico importante. Por supuesto, esto no quiere decir que siga siendo la misma ciudad pequeña que fue hasta la llegada de los turistas, pero sí que ha logrado, aunque fuese a trancas y barrancas, preservar un patrimonio más que interesante, unas cuantas calles que merecen pasearse y un ambiente propio, costero y vacacional, pero distinto, no sé si único, pero desde luego diferente al desarrollo de otras partes del litoral.

Como por ejemplo –de hecho es, probablemente, el mejor ejemplo– Benidorm, todo un mundo aparte a poco más de media hora de distancia de Denia, que destaca por lo contrario: no la conservación del patrimonio y el carácter, sino el cambio radical que genera un carácter nuevo y en constante mutación.

Nada más lejos de mi intención que contraponer un tipo de desarrollo turístico a otro: como en todo en esta vida cada uno tiene sus ventajas y sus inconvenientes y lo que me parece de mérito es que a una distancia tan corta, Benidorm conviva con Denia, Altea o Villajoyosa, ¡qué maravilla que haya tantos destinos para todos en la Comunidad Valenciana!

Denia: placeres al pie del castillo

Denia es, más que ninguna otra cosa, un lugar en el que estar y del que disfrutar, pero también tiene una cara monumental que, sobre todo, encontramos en su castillo, muy grande, lleno de cosas y encima con unas vistas espectaculares sobre toda la ciudad, la costa, el imponente Montgó –una bellísima y enorme montaña junto al mar que se levanta más allá de los 750 metros de altura– y hasta las sierras del interior de Alicante.

Para llegar hasta la vieja fortaleza hay una subida con una pendiente bastante dura –sobre todo si la haces en plena canícula– que luego nos es recompensada, tras atravesar la bonita puerta de entrada, con abundantes sombras de los muchos pinos que refrescan la gran extensión de terreno fortificada.

Además de pinos encontraremos una serie de restos diferentes de varios siglos, pues el castillo se remonta a la época islámica –en la que Denia llegó a ser una taifa independiente durante varias décadas, dominando además las Islas Baleares– y se utilizó como plaza militar hasta mediados del siglo XIX, teniendo un papel destacado tanto el Guerra de Sucesión como en la de Independencia.

Bajando ya del castillo, en la zona alrededor del ayuntamiento –que es un precioso edificio neoclásico con seis elegantes arcos– encontramos alguna de las calles más comerciales de Denia, perfectas para pasearse camino del puerto, disfrutando de la cara más vacacional y convencional de la ciudad, que no por ello pierde ese tono afable y agradable que le da tanto encanto.

Dos puertos y un barrio

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El puerto deportivo y el castillo | C.Jordá

El puerto en sí tiene dos caras: por un lado la más chic de restaurantes elegantes con mucho color blanco en su decoración y que parecen perfectos para los dueños de los yates amarrados unos metros más allá, en la repleta y lujosa marina. También hay una terminal de la que sale el ferry que te lleva en unas horas a Ibiza, lo que no deja de ser, sin serlo en realidad, un homenaje a aquella taifa musulmana que también cruzaba el mar.

La otra cara es la del puerto pesquero, más colorido –aunque sea de rojo óxido– y en el que no sólo se puede ver a los barcos trasegar sus capturas al llegar, sino que se puede comprar el pescado, de una frescura extraordinaria y a precios más que razonables.

En esta zona está también el barrio Bajo el mar, sus estrechas calles y pequeñas plazas albergan un conjunto apetecible de bares y restaurantes que presumen de su cercanía con el agua. No hace tanto esas mismas calles eran la morada de los pescadores y aún reconvertidas en su gran mayoría, todavía tienen hoy en día mucho del sabor de villa marinera que debía tener Denia hace no tanto.

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Una plaza en el barrio de pescadores | C.Jordá

Rascacielos y masas

Como también lo tiene, un poco y a su manera, el pequeño casco viejo de Benidorm en el saliente rocoso del castillo, que separa las dos grandes playas de la ciudad –Poniente y Levante– y en el que ahora el Balcón del Mediterráneo nos ofrece la mejor vista sobre el pequeño islote de Ízaro y, sobre todo, sobre el masivo casco urbano que se ha desarrollado a ambos lados.

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El Balcón del Mediterraneo, al amanecer | C.Jordá

Hice hace poco mi primera visita a Benidorm en decenas de años y he de decirles que me pareció fascinante, sobre todo desde el punto de vista fotográfico, que como ya sabrán ustedes es una de las cosas de las que más disfruto en mis viajes. No tuve tiempo para conocerla y pasearla en profundidad, pero aun así la densidad de hormigón y cristal que se alza junto al mar, como una muralla o una megaurbe asiática, me resultó un espectáculo insólito, quizá no bello, porque en Benidorm hay que manejar otras referencias y no la belleza en el sentido en el que solemos sentirla o pensarla, pero es una ciudad tan impactante que ni siquiera necesita ser hermosa.

El Benidorm de siempre y el otro

Por supuesto, Benidorm sigue ofreciendo todo aquello que la ha hecho famosa: dos playas estupendas y varias calas para los que quieren otra cosa; diversión de todos los colores y a todas las horas; una oferta hostelera con una muy buena relación calidad– precio… Y además en los últimos años está logrando plantear una oferta diferente para el que desee algo más, por ejemplo con establecimientos como el Mercure Hotel que les presentábamos en Libertad Digital hace unas semanas.

Y, por supuesto, con atractivos para ese visitante que no quiere pasar todas sus vacaciones o su fin de semana sumergido en el Benidorm alocado o pensionista: excursiones por el interior, actividades de turismo activo, viajes en barco por la costa…

Todo, eso sí, con el telón de fondo de esa masa de acero, hormigón y cristal, esa arquitectura atrevida, desacomplejadamente llamativa, contundente hasta aturdirnos, pero en cualquier caso maravillándonos.

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Rascacielos de Benidorm desde el paseo marítimo | C.Jordá

Si Denia es lo que es y resulta atractiva gracias a lo que ha logrado preservar, Benidorm es lo que es y resulta igualmente atractivo por la osadía con la que se ha creado, prácticamente de la nada, desplegando en cada nuevo edificio y en cada rascacielos una dosis insólita de descaro y también el valor de hacer algo que parecía imposible y que muchos –quizá yo también– habríamos estado seguros de que no lo iba a gustar a nadie, pero que ahí está, manteniéndose, renovándose y atrayendo año tras año a gente de todo el mundo.

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