Dos mares, maravillas ecológicas y hamacas de mimbre: el norte playero y veraniego de Alemania
Sí, de entrada yo tampoco pensaría en Alemania como un destino costero y estival, pero la realidad es que puede serlo: al norte y con dos mares para elegir –el Báltico y el del Norte– el país de los germanos nos ofrece un puñado de lugares en los que disfrutar de otro verano, algo menos caluroso pero no por ello falto de playas de arena fina, baños de mar y hasta de sol.
Recorrí alguno de esos lugares el pasado mes de junio con un tiempo soleado y espléndido que tenía felices a los indígenas e invitaba a un baño refrescante, antes de abrigarse un poco, cuando llegaban noches muy frescas en las que dormir no era una misión imposible. En resumen: una maravilla.
Y, sobre todo, una Alemania bastante distinta de la imagen que tenemos de ella, que está muy bien con toda su cultura y su historia, con sus bosques de ensueño y su Selva Negra, todo maravilloso, por supuesto, pero ¿a quién no le gusta probar algo más original de vez en cuando?
Casas, puerto y playa: Travemünde
La primera parada en la que me asomé a este mar norteño y más veraniego de lo que esperaba fue en Travemünde, una pequeña localidad muy cercana a Lübeck –de la que de hecho forma parte administrativamente– y que tiene un gran puerto del que todos los días parten varios ferris que acaban su recorrido en distintos puntos del Báltico.
Pero antes de pasear por ese puerto, en Travemünde hay un casco viejo en el que se conservan un puñado de casas tradicionales, con varios siglos de antigüedad. En un rincón pequeño, pero precioso, que contrasta con la zona más cercana al mar, que tiene ese aire inequívoco de los sitios de vacaciones en la costa, si bien su carácter báltico lo hace muy diferente a lo que están más acostumbrados nuestros ojos mediterráneos.
Al final de la larga recta del puerto se encuentra una playa amplia y agradable, que se abre franca hacia un mar que el día de nuestra visita estaba tranquilo. La arena, bastante fina, estaba cubierta casi por completo por las curiosas hamacas de mimbre que luego vi en otros lugares de la costa, llamativas visualmente pero lo cierto es que prácticas: giradas de un lado pueden proporcionar un buen refugio de un viento que supongo que por allí no será cosa de sólo uno o dos días, además protegen también del sol en el caso de que sea necesario y, sobre todo, parecían la mar de cómodas.
Pero lo mejor de todo es el fantástico espectáculo que le ofrecían a mi cámara fotográfica las hileras de hamacas, ordenadas con germánica precisión, y visualmente hipnóticas, al menos para mi gusto. Quizá les parezca una tontería, pero estas interminables filas de pulcro y colorido mimbre, que me transportaban mentalmente a unas playas decimonónicamente civilizadas, han sido una de las cosas que más me ha gustado de esta parte de Alemania.
También las vi en Scharbeutz, una de la otras localidades de la bahía de Lübeck que ya son pequeñas ciudades inequívocamente vacacionales, como las que se pueden encontrar en cualquier orilla marina turística, pero no sin cierto encanto de algo distinto. Lo dicho, no es lo mismo el Báltico que el Mediterráneo y ni siquiera que el Cantábrico.
Una maravilla de la naturaleza
Al otro lado de la península de Jutlandia y encarando no el Mar Báltico sino el del Norte, estaba Büsum, el lugar que los organizadores del viaje eligieron para que conociésemos una de las maravillas del norte de Alemania, lo que en la lengua germana se llama Wattenmeer, en inglés Wadden Sea y en español Mar de Frisia, con lo que les he colocado cinco nombres de mar en un único párrafo. De nada por la confusión.
Más allá de la broma intranscendente que espero me perdonen, el Mar de Frisia es la enorme zona litoral que va desde el este de Holanda hasta Dinamarca. Patrimonio de la Humanidad en alguna de sus áreas, se trata sobre todo de enormes llanuras costeras que son bañadas por el agua y después abandonadas por las mareas bajas.
El agua puede llegar a retirarse varios kilómetros y en esta huida deja tras de si un paisaje como de barro, llano como la palma de la mano y de una belleza extraña e inesperada. Al fondo, algunos canales naturales permiten el paso de las embarcaciones y, en ocasiones, bonitos veleros completan esa imagen marina, chocante, un poco irreal.
A mí me fascinó sobre todo ese paisaje en el que la tierra y el mar se funden como en casi ningún otro sitio y a ratos cuesta decir dónde acaba la una y dónde empieza el otro, pero además de eso es un terreno con una riqueza natural excepcional: tal y como pudimos comprobar bastan unos golpes de rastrillo en la arena para traer a la superficie moluscos, cangrejos, gusanos… Una riqueza en la primera capa tras la superficie que alimenta a millones de aves migratorias en un ecosistema riquísimo y cuya vitalidad se comprueba a simple vista.
Kiel y su puerto
Vuelvo al otro lado de la lengua de tierra que sólo unos kilómetros más al norte se convierte en Dinamarca para hablarles del último destino de este recorrido: Kiel, que es la capital de Schleswig-Holstein, el Lander en el que nos estamos moviendo desde el principio.
No les voy a engañar: de no ser por su puerto Kiel sería sólo otra insulsa ciudad alemana reconstruida sin demasiada fortuna tras la devastación de la II Guerra Mundial: pulcra, agradable y con buenas tiendas, sí, y me temo que no muy divertida..
Pero resulta que tiene un imponente puerto en el que la ciudad entera parece volcarse en cuanto hay unos rayos de sol, lleno de áreas para el baño, para navegar con pequeños – o no tan pequeños – botes de vela, incluso para practicar deportes de playa, aunque no haya una playa como tomo tal.
El puerto es además la desembocadura del Canal de Kiel, una ruta marítima que permite a los barcos pasar de Báltico al mar del Norte sin tener que rodear toda la península de Jutlandia y, terminado en 1895, es considerado por los locales –medio en broma, medio en serio– la "última obra pública alemana acabada cumpliendo el plazo y el presupuesto".
Así que con todo eso quizá sí vale la pena acercarse a Kiel, pasear por ese puerto, bañarse en las aguas tan frescas y, sobre todo, comprobar que en cuanto les das sol, agua y arena, los alemanes vienen a ser bastante más parecidos a nosotros de lo que algunos habrían pensado,