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Irati: el rincón de España que nos recuerda lo que podemos lograr los humanos y la naturaleza

El bellísimo bosque de Irati, en el norte de Navarra, es la obra de siglos de convivencia entre el hombre y el entorno.

El bellísimo bosque de Irati, en el norte de Navarra, es la obra de siglos de convivencia entre el hombre y el entorno.
Así es la selva de Irati

La gente de la zona que sabe del tema se escandaliza cuando alguien habla de la selva de Irati como de un espacio "virgen": en realidad ese bosque inmenso es en realidad el resultado de siglos, por no decir milenios, de interactuación entre la naturaleza y el ser humano. Y si hay algo hermoso en un territorio que no ha sido tocado jamás por la mano del hombre, que por supuesto lo hay, aún me lo parece más esa idea de un espacio que es fruto del libre albedrío de la naturaleza, pero al mismo tiempo ha sido pulido con paciencia y esmero por generaciones de personas que sabían lo que hacían y que lograban subsistir ellos, pero que también lo hiciese su entorno.

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La selva de Irati | C.Jordá

Todo eso, dicho sea de paso, no tiene más importancia que la que uno le quiera dar a la hora de disfrutar de la belleza de ese bosque inmenso, que se extiende por buena parte del norte de Navarra, junto a la frontera con Francia y hasta la altura de las montañas, cerca ya de las cimas, en la que el clima ya no permite a las hayas y los abetos seguir creciendo.

He visitado Irati en un reciente viaje en el que he empezado a conocer un poco mejor Navarra –hasta ahora sólo había estado en un par de sitios de la comunidad– y ha sido una de esas visitas rápidas habituales en mis viajes que sobre todo me dejan ganas de volver. Y eso que he tenido la oportunidad de ver el bosque desde varios puntos de vista.

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Tronco de haya | C.Jordá

El primero, y el que más me gustó, fue desde dentro: nos internamos en el espeso hayedo en una zona del puerto de Larrrau, al pie del pico Ori, en el valle de Salazar que es uno de los tres en los que se extiende Irati.

Era un día soleado pero la luz llegaba con dificultad al pie del bosque: sólo unos rayos tímidos rompían aquí y allá la espesa capa formada por las ramas y las hojas y, en algunos puntos en los que nos sonreía la suerte iluminaba, como si se tratase de un foco, alguno de los troncos albos de las hayas, creando un efecto que me resultaba fascinante.

El otoño todavía no había llegado a un bosque silencioso en el que unas pocas hojas amarilleando y una explosión de hongos sí anunciaban la cercanía de la nueva estación en la que la Selva de Irati tiene fama de ser más bella aún que el resto del año. Pero aún así me pareció un lugar espectacular y me habría quedado allí horas, todo un día o semanas, tratando de plasmar –y les aseguro que no era una tarea tan sencilla– toda esa belleza en una o varias fotografías.

Desde lo alto

Tras una incursión en el bosque que se mi hizo corta decidimos subir a lo alto del puerto de Larrau y asomarnos al otro lado de la frontera. El paso de montaña está junto al ya mencionado pico Ori, que es el primero desde el Cantábrico que supera, bien que por poco, los 2.000 metros.

Del lado francés, justo tras un túnel, el paisaje es una espectacular sucesión de montañas en las que se pierde la mirada; del lado español, un poco antes, se tiene una de las mejores vistas de Irati, justo por debajo del mirador, ya por encima del nivel al que pueden llegar los árboles. La selva se extiende hacia el oeste –creo que era el oeste, pido perdón por anticipado si me equivoco y ofendo a algún geógrafo– más allá del lejano horizonte.

Desde lo alto parece infinita, inabarcable e impenetrable. Y aunque no es ninguna de las tres cosas, me gustó verla y pensarla así allá arriba y me gusta recordarla así en mi memoria y mis fotos.

Ochagavía

En el fondo del valle de Salazar y a la vera del río del mismo nombre está Ochagavía, capital de la comarca a pesar de sus poco más de 500 habitantes. Es un pueblo bonito, de grandes casonas construidas con enormes sillares y de preciosos suelos de cantos rodados que se ha conservado milagrosamente.

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Una ventana en Ochagavía | C.Jordá

Sus vecinos se saludan por la calle, se preguntan unos a otros por los azares de unas vidas que se adivinan tranquilas y nos dejan entrar en sus casas, que parecen pequeños museos etnográficos sobre cómo era, y en cierto modo sigue siendo, la vida en ese rincón casi perdido del norte de Navarra.

Las cabañas y las armas

Nuestros últimos contacto con Irati fue bastante lejos, casi diría que al otro lado de la selva, en un rincón en el que los árboles no eran tan hayas como robles, de las que colgaban las cabañas de uno de los hoteles más curiosos en los que he estado nunca: Iratiko Kabiak.

Una auténtica delicia grandes habitaciones que están, como digo, amarradas a las copas de unos enormes robles, ofrecen una intimidad total, todas las comodidades de un buen hotel y una sensación increíble de estar sumergido en la naturaleza, más aún cuando escuchábamos los sonidos graves y cercanos de una de las primeras noches de la berrea de los ciervos. No me alargo más, pero les prometo que les hablaré de ellas otro día.

A sólo cinco kilómetros de este peculiar hotel está la Real Fábrica de Orbaiceta, un complejo fabril del siglo XVIII abandonado hace ya bastante más de cien años y que tiene unas ruinas impresionantes y una interesante historia detrás. La mayor parte de ella se cuenta en un centro cultural recién abierto junto a ella –de hecho, en uno de los edificios del antiguo complejo– si bien lo hace en un tono que quizá no a todo el mundo le guste.

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Vista de la fábrica | C.Jordá

Lo que sin duda nadie se arrepentirá de visitar son esos impresionantes despojos de lo que fue una factoría gigantesca, hoy medio rescatada del olvido y medio tomada por las plantas y que nos recuerdan, mejor que ninguna explicación técnica, como Irati es el fruto de ese toma y daca entre los hombres y la naturaleza, mitad guerra y mitad colaboración, en la que sorprendentemente, o quizá no tanto, ambas partes han salido ganando.

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