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Valencia: pasar con naturalidad de lo viejo a lo nuevo

Pocas ciudad han sabido o han tenido la suerte de mezclar lo viejo y lo nuevo tan bien como lo ha hecho Valencia.

La Valencia de El Cid, la de Jaime I, la rica ciudad medieval, pero también la bella urbe barroca, la de los grandes edificios modernistas de primeros de S XX y, finalmente, la de los jardines en el Turia a finales de esa misma centuria o la gigantesca Ciudad de las Artes y las Ciencias con la que empezó el tercer milenio…

Son todas la misma o mejor están todas en la misma: esa en la que hoy podemos encontrar en una ciudad hospitalaria y mediterránea –es un tópico, lo sé, pero es que no podemos dejar de decirlo-, extremadamente agradable y que siempre es un placer visitar, sobre todo en esa larga primavera que empieza cuando en otros sitios estamos ya –o todavía- bajo una generosa cubierta de mantas.

Siempre me ha gustado Valencia, supongo que por distintos vínculos que me unen a ella, más sentimentales que otra cosa: fue, por ejemplo, el primer lugar al que hice un viaje "turístico" y en el que pasé una noche en un hotel, en plena Plaza del Ayuntamiento, entonces todavía "del Caudillo" para los taxistas más irreductibles.

Muy cerca de allí está el lugar en el que yo recomendaría empezar una visita a la ciudad, que para algo es lugar de llegadas: la bellísima Estación del Norte, un ejemplo perfecto de la barroca exhuberancia que tiene la mejor arquitectura valenciana, siempre con un punto kitsch que yo atribuyo a la importancia de la huerta, en una teoría muy poco científica.

La Lonja

Valencia tiene su Catedral, por supuesto, hermosa e interesante, pero yo creo que las verdaderas catedrales arquitectónicas de la ciudad son dos edificios civiles, extraordinariamente diferentes pese a tener una función similar y estar situados uno frente a otro en una de las calles del centro: la Lonja de la Seda y el Mercado Central.

Sí, la Catedral es imprescindible, con sus bellas bóvedas góticas, su portada barroca y el gran cimborrio que la llena de luz, pero no es la más rutilante que podemos ver en nuestro país, en cambio no se me ocurre un edificio de gótico civil más hermoso en toda España que la Lonja de la Seda –quizá lo haya, pero yo no lo recuerdo, la verdad- con su maravillosa sala de columnas helicoidales en que se desparraman en una increíble bóveda. De verdad, si no la conocen deben ir a verla, sólo ella justifica un viaje a Valencia.

Pero no está sola: justo enfrente y en un salto de varios siglos está el Mercado Central, que es al modernismo algo similar a lo que la Lonja es al gótico. Luminoso hasta impactar, amplio, limpio, rico… Uno de esos lugares en los que uno se pasaría horas sin hacer nada, simplemente observando la gran cúpula central y el ir y venir de tenderos, turistas y clientes habituales.

Parece que todas las grandes maravillas de Valencia estén relacionadas con el comercio y los mercados –hay otro modernista también bellísimo, el de Colón-, no es exactamente así, pero casualmente, o no, hay un caso más, cerquita de los dos anteriores: la preciosa Plaza Redonda. La conocí hace décadas en aquel viaje iniciático del que les hablaba, cuando tenía un precioso círculo de viejas tiendecitas de madera y azulejos, en azul si no recuerdo mal, y con mucho más encanto que ahora, bonita y restaurada, sí, pero también víctima de algún arquitecto con ínfulas de transformador de la realidad. A pesar de ello la plaza ha sobrevivido: sigue valiendo la pena.

El Micalet

El Miguelete, Micalet en valenciano que es un nombre que me gusta mucho más, es la gran torre de la Catedral, aunque lo cierto es que puede no parecerlo. Es una torre enorme, no tanto por su altura –más de cincuenta metros hasta la terraza- como por su diámetro, que le da una rotundidad poco habitual en un campanario y que probablemente, la hace parecer menos alta de lo que en realidad es.

Toma su nombre de la gran campana que, colocada en la espadaña sobre la terraza, sigue dando las horas de forma audible en buena parte del centro de la ciudad. El tráfico y los ruidos de una urbe moderna impiden que el sonido se expanda tanto como lo hace la vista desde su terraza: que nos ofrece una perspectiva fantástica de toda la ciudad.

Muy cerca de la Catedral y del Miguelete está otra de las maravillas únicas de la ciudad: el Palacio de la Generalidad. Admiren el bello edificio y adéntrese después en el popular barrio del Carmen, un buen resumen de lo que es Valencia hoy: con mucho encanto y también degradado en algunos puntos, con gente mayor y modernos de diverso pelaje y con una animadísima y actualísima escena cultural de galerías, clubs…

Artes y Ciencias

Ahí, en ese espacio que más o menos limitan la estación de tren por un lado y las torres de Serranos y Quart por el otro está la vieja –y en parte nueva- Valencia. Fuera de ese espacio, allí donde no hace tanto no llegaba la ciudad, está la Valencia futurista, con sus contradicciones y sus críticas, muchas de ellas justificadas.

Pero más allá de lo que nos parezca o de lo que haya supuesto la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el hecho incontestable es que está ahí, con su blancura que puede resultar cegadora bajo el sol del verano, con su inmensidad, con los impactantes edificios diseñados por Calatrava.

Aún no sé si me gusta, la verdad, pero sí sé que es impresionante y fotogénica, que merece una visita y que, en definitiva, probablemente es el lugar ideal para terminar –o quizá para empezar- un recorrido por una ciudad en la que lo viejo y lo nuevo a veces casi no se distinguen.

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