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Chernóbil ¿20.000 años inhabitable? Así le ganó la biología a la radiación

Chernóbil no es una zona muerta: hoy la radiación es mínima y la naturaleza prospera donde el ser humano desapareció.

Chernóbil no es una zona muerta: hoy la radiación es mínima y la naturaleza prospera donde el ser humano desapareció.

El accidente nuclear de Chernóbil fue uno de los mayores desastres humanos del siglo XX. En nuestra imaginación, la imagen que persiste sigue siendo la de una zona muerta, inhabitable durante decenas de miles de años. Sin embargo, la realidad científica es muy distinta. Así lo explica en Claves Personales Germán Orizaola, profesor de etología e investigador de la Universidad de Oviedo, en una conversación en la que desmonta mitos y aporta datos sorprendentes.

El accidente de 1986, del que ahora se cumplirán 40 años, fue el resultado de una cadena de fallos técnicos y humanos durante una prueba de seguridad en el reactor número cuatro, un diseño inestable y sin edificio de contención. La explosión no fue nuclear, sino de vapor, y dejó al descubierto el núcleo del reactor, liberando en la atmósfera y en el terreno enormes cantidades de material radiactivo. El régimen comunista de la URSS ocultó lo sucedido hasta el punto de que la fuga se detectó durante una prueba rutinaria en otro complejo nuclear en Suecia, a miles de kilómetros de distancia.

Durante años se nos dijo que la radiación sería permanente y que nunca se podría volver a pisar la zona. Hoy, en la mayor parte de la zona de exclusión queda menos del 10% de la radiación inicial. Los compuestos más peligrosos, como el yodo radiactivo —responsable del aumento de cáncer de tiroides—, desaparecieron en cuestión de semanas. Otros elementos, con vidas medias más largas, siguen presentes, pero de forma muy localizada.

Orizaola ha trabajado durante años dentro de la zona de exclusión y lo tiene claro: pasar semanas allí puede implicar menos exposición a la radiación que una prueba médica común. "Dos semanas en Chernóbil suponen menos radiación que un escáner cerebral", explica. No hay trajes milagrosos ni escenarios apocalípticos: la mayoría del territorio presenta niveles similares a los de muchas zonas de España.

La sorpresa evolutiva en la zona cero de la catástrofe

Pero si algo sorprende es lo que ha ocurrido con la naturaleza. La ausencia casi total de seres humanos ha convertido Chernóbil en uno de los mayores espacios renaturalizados de Europa, con más de 4.500 kilómetros cuadrados. Lobos, osos, linces, alces y bisontes europeos prosperan allí como en ningún otro lugar del continente.

La fauna no ha generado "monstruos" ni animales con deformidades extremas. Las malformaciones graves no sobreviven en la naturaleza. Sin embargo, sí se han observado procesos de adaptación fascinantes. El equipo de Orizaola ha descubierto que, para protegerse de la radiación, las ranas de Chernóbil son significativamente más oscuras que las de zonas no contaminadas, lo que demuestra una rápida adaptación impulsada por la selección natural.

Chernóbil deja, según Orizaola, una lección incómoda pero clara: allí donde el ser humano desaparece, la vida se abre paso con fuerza. Un mensaje que invita a replantear cómo entendemos la conservación, los parques naturales y nuestra relación con el entorno.

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