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Amando de Miguel

La voluntad ya no se estila

Se entiende que la voluntad es un mérito menor, cuando realmente es la clave para comprender lo específicamente humano.

Hace poco más de un siglo, por influencia de la filosofía alemana, llegó a nuestras costas hispánicas la preocupación intelectual por la voluntad. Por ejemplo, las sensibles antenas de Azorín captaron enseguida la centralidad de esa preciosa fuente del espíritu. La palabra voluntad ha decaído mucho. Hoy diríamos más bien esfuerzo o espíritu de superación. Pero da lo mismo: no son valores en alza, ni siquiera muy apreciados, fuera, quizá, de la esfera deportiva. Se suele decir que una persona voluntariosa es la que no da mucho de sí, no consigue mucho. Se entiende que la voluntad es un mérito menor, cuando realmente es la clave para comprender lo específicamente humano, lo que nos distingue de los otros animales. Sin voluntad no es posible establecer un juicio moral sobre nada.

Tampoco importan mucho las otras potencias del alma: la memoria y la inteligencia. La memoria se encuentra desprestigiada. Imaginamos que el conocimiento se encuentra encerrado en la señora Google, que almacena todo lo que necesitamos saber y lo pone a nuestra disposición sin coste alguno.

Se ensalza la memoria histórica, que no deja de ser un pobre eufemismo para señalar casi lo contrario, es decir, que hay que olvidar ciertos aspectos de la Historia. En cuyo caso, la Historia se falsifica, se convierte en propaganda de la peor especie. Hay gente que vive de tan innoble función.

La memoria anda tan de capa caída que los pedagogos (teóricamente, los maestros de los maestros) sostienen que los niños no deben ejercitar esa facultad durante los años escolares. No sé qué pasará el día en que los bachilleres salgan de la escuela sin saber el orden alfabético. De momento, ya han dejado de aprender la tabla de multiplicar, puesto que se considera que sería un trabajo de esclavos. No digamos la costumbre de saber de memoria algunos versos.

Pasa algo parecido con la inteligencia. Resulta que ahora nos encontramos plácidamente rodeados de aparatos o sistemas presumiblemente inteligentes, al ser capaces de ciertos automatismos. Por tanto, la persona del común se ahorra las operaciones de medir, entender, comparar, interpretar. Ahora solo se exige saber el manejo de la aplicación correspondiente. Es casi lo contrario de lo que toda la vida se entendió por aplicación. Hasta ese punto vamos degenerando.

La gran tarea nacional de nuestra generación (realmente de la que sigue a la mía, la verdaderamente activa) consiste en recobrar la memoria, la inteligencia y la voluntad. Es decir, nada menos que la clave está precisamente en valorar (ahora se dice "poner en valor") la acción, la capacidad de conseguir lo que se desea. Pero eso de momento está mal visto; es el voluntarismo, que algunos interpretan como una forma de fascismo, de imposición autoritaria e irracional. No hay tal. Un mínimo de voluntarismo se hace necesario para cualquier empresa humana que aspire a crear, no solo a vegetar. El abanico va desde el arte a la política, desde la felicidad doméstica hasta el éxito profesional. Quizá parezca todo eso una especie de superado idealismo, pero es igual, seguimos con lo auténticamente humano. Claro, que ¿a quién le importa todo eso?

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