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El historiador Eric Storm alerta sobre el fin del Estado-nación: "Estamos volviendo a la edad de los imperios"

El historiador de origen neerlandés acaba de publicar en español su último libro, ‘Nacionalismo: Una historia mundial’.

El historiador de origen neerlandés acaba de publicar en español su último libro, ‘Nacionalismo: Una historia mundial’.
Eric Storm con un ejemplar de su libro 'Nacionalismo'. | Elif Kirankaya

El historiador Eric Storm acaba de publicar en nuestro país Nacionalismo: Una historia mundial, donde se analiza el surgimiento y evolución del nacionalismo y el Estado-nación. De este modo, el autor trata de presentar una perspectiva original de investigación, tratando de superar las categorías nacionales que, a su juicio, impregnan la mayor parte de la literatura relacionada con esta cuestión. Así, nos presenta una interesante obra de gran calidad académica, que queda patente con su extensa bibliografía.

P: Existen numerosos estudios sobre la naturaleza, el origen y la evolución del nacionalismo. ¿Por qué otro libro más sobre esta cuestión? ¿Qué diferencia a su obra?

R: En el fondo, no existe un libro que compare el surgimiento del nacionalismo y, sobre todo, el impacto del nacionalismo en la gente normal, en las sociedades, a escala mundial. Hay muchísimos estudios de caso y hay algunos libros teóricos, como el de Anderson, pero los clásicos sobre el nacionalismo ya tienen más de cuarenta años. Hay también algunos estudios sintéticos sobre el nacionalismo en Europa, en África o en Asia, pero siempre tocan temas muy diferentes. Parecería, de este modo, que el nacionalismo en África es una cosa totalmente diferente al nacionalismo en Europa, pero lo que vemos actualmente, con el surgimiento del populismo, es que surge en todo el mundo, más o menos al mismo tiempo y con las mismas formas. Entonces, lo que yo veía como historiador es que este proceso de globalización no es algo nuevo. En el siglo XVIII la gente ya sabía lo que pasaba en otras partes del mundo. Por eso hay que estudiarlo de manera comparativa. Y un libro escrito por un historiador no existía.

P: En el libro cita, sobre todo, los estudios de Benedict Anderson, Eric Hobsbawm y Ernest Gellner. Pero deja fuera a otros muy importantes (Elie Kedourie, Pierre Manent, Dominique Schnapper, Will Kymlicka, Ernest Renan, Isaiah Berlin...). Resulta sorprendente.

R: No me he querido meter mucho en debates teóricos porque la gran mayoría de las teorías recientes son de Ciencias Políticas y Sociología y tratan de la actualidad. Yo creo que el nacionalismo en el pasado, a menudo, fue bastante diferente. Hay muchos autores, como Rogers Brubaker o Michael Billig, que me influyeron mucho y los cito. Pero también es una cuestión de editoriales. Las editoriales quieren vender libros y no quieren debates teóricos. En la primera versión, el libro tenía un estado de la cuestión de ocho páginas y lo he reducido a una página.

P: ¿Por qué ha elegido un enfoque más histórico en lugar de uno teórico para abordar este debate?

R: Primero, porque soy historiador de formación y de vocación. Creo que lo que falta en muchos libros sobre el nacionalismo es la conciencia de que el pasado fue muy diferente al presente. Muchos estudios escritos por sociólogos o por politólogos suelen tomar el pasado como "bueno, tenían reyes o algún sistema político un poco diferente, pero la gente pensaba de la misma manera". Yo creo que no es el caso. La gente en el pasado vivió en un mundo muy diferente. Por eso hay que estudiar la evolución del nacionalismo a través de los siglos.

P: ¿Y cómo define usted lo que es una nación?

R: En el libro utilizo dos definiciones diferentes, que también tienen su propia evolución cada una. Por un lado, está la nación como demos, como la comunidad de ciudadanos, en la cual la etnia, la lengua o la cultura no importan –o en teoría son irrelevantes–. Por ejemplo, en la Revolución Francesa, el tercer estado cogió el poder convirtiéndose en Asamblea Nacional, y la nación eran todos los ciudadanos de Francia. Este es el concepto de demos, que surgió en la época de las revoluciones a finales del siglo XVIII con la Revolución Francesa como el punto de inflexión más importante.

El otro concepto de nación, la nación como ethnos, como comunidad lingüística, cultural o étnica, surgió en la edad del romanticismo, a principios del XIX, y es muy diferente. Se fija en que cada pueblo tiene su propia lengua y, a través de los siglos, desarrolla su propia cultura. Basándose en esto, se defiende que cada nación tiene derecho a su propio Estado. Entonces, hay dos conceptos de nación y, actualmente, cuando hablamos del nacionalismo, en general, solemos pensar en el segundo, pero creo que el primero es más importante.

P: Habría que diferenciar, por tanto, entre dos tipos de nacionalismo: uno político y otro cultural.

R: En inglés se habla de nacionalismo cívico o político, y luego del cultural o étnico. Pero estos conceptos se empezaron a difundir, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, y eran, de algún modo, el nacionalismo bueno –lo que otros decían patriotismo– y el nacionalismo malo –el de los nazis, fascistas o bárbaros del tercer mundo–, que se concebía como "el de los demás" y no como "el nuestro". Por eso no utilizo estos términos; prefiero demos y ethnos porque son términos más neutros que no suponen una jerarquía de bueno y malo y, no obstante, son dos conceptos diferentes que tienen cada uno su trayectoria.

P: Desde Aristóteles sabemos que el hombre es un animal social y político por naturaleza. ¿Cree usted que podemos considerar que el concepto de nación es natural o es un constructo sociopolítico?

R: Yo soy de la escuela modernista, que considera que es una construcción social que es reciente. Pero también tengo un capítulo que trata de la época anterior, desde la Edad Media, la Edad Moderna, y dejo ver que entonces se hablaba de los españoles, los franceses y italianos. Pero estos conceptos eran, en general, muy vagos y no tenían mucha relevancia en la vida diaria de la gente, que se solía definir más bien a nivel local.

Pero más importante que las identidades territoriales eran las identidades religiosas y las identidades sociales, porque tus derechos dependían del estatus social. Los nobles tenían otros derechos y otras obligaciones que el clero, los burgueses, los miembros de los gremios, los campesinos o los esclavos. El estatus de cada uno dependía del estatus social. Una nación de ciudadanos en la que todos son iguales o tienen derechos iguales, solo nace en la edad de las revoluciones.

P: Y por este motivo, entiendo, usted vincula el nacionalismo y la creación de la nación como constructo con el Estado moderno, porque éste es una estructura política supuestamente impersonal, neutral y que, además, arrasa con esas jerarquías sociales preestatales y, de esta forma, homogeneiza a la sociedad.

Sí, y también, casi automáticamente, a nivel cultural, porque si el Estado organiza la enseñanza, lo hace en un idioma, y un idioma estandarizado. Hay un proceso de construcción nacional que expone Eugen Weber en su libro De campesinos a franceses. Este es un proceso en el que se mezclan los conceptos de demos y ethnos también, porque el demos a lo largo se suele convertir –no siempre– en ethnos.

P: ¿Cree que ese proceso de nacionalización es consecuencia de la esencia del Estado o es algo buscado de forma deliberada por los gobernantes?

R: Creo que es un proceso complejo, porque una parte simplemente es la modernización económica, dado que la construcción de ferrocarriles, por ejemplo, creó un mercado nacional. Era más fácil viajar a otras partes del país. Este es un proceso automático, más bien ligado a la Revolución Industrial. Quizá más importante todavía es la modernización del Estado, y esta modernización fue causada, sobre todo, por la geopolítica: los estados necesitaban sobrevivir, crear un ejército fuerte con soldados conscriptos y con armas modernas. Esto era caro y había que recaudar más impuestos. Para ello había que modernizar también la economía.

Por eso ligo también este proceso de nacionalización al capitalismo, porque lo que el Estado hizo en muchos casos fue, no tanto la industrialización, sino la modernización y la comercialización de la agricultura. Ahora los campesinos tenían que producir para el mercado, para después recibir dinero en metálico, con el que era más fácil pagar impuestos. Este proceso se ve también fuera de Europa, donde hay muchos estados, reyes o emperadores autoritarios que se inspiran en el modelo de Estado-nación para modernizar sus reinos y sobrevivir en una arena geopolítica bastante peligrosa.

P: De hecho, leyendo su libro se comprende que, siguiendo la línea de pensadores como Charles Tilly, sostiene que el factor clave que explica el éxito del Estado es su capacidad bélica, basada en la recaudación de impuestos y el reclutamiento de tropas.

Sí, pero soy un poco escéptico acerca de la idea de la "nación en armas" que surgió con la Revolución Francesa. Se piensa que la "nación en armas" fue un éxito total porque los soldados estaban más motivados para luchar para su propia patria. Pero lo cierto es que Napoleón utilizó esta idea, no para defender la patria, sino para expandirse. De hecho, la llegada del Estado-nación causó mucha resistencia en el campo porque los campesinos no querían entrar en el ejército, no querían servir a la patria en un ejército nacional. Hacían lo que fuera necesario para evitar servir en el ejército. Algunos llegaban incluso a quitarse un dedo para no poder disparar con el rifle o se quitaban los dientes para no poder abrir la munición.

Además, el éxito de esta idea se debió, no tanto a la motivación de los soldados, sino a las nuevas estrategias militares. Anteriormente, la estrategia de los ejércitos era ponerse en línea, pero Napoleón los puso en bloque y, con la bayoneta como arma más importante, destrozaban las líneas de los soldados del enemigo. Esta es una nueva táctica que logró cambiar la forma de hacer la guerra, que se volvió mucho más sangrienta y violenta, pero que supuso un gran éxito. Evidentemente, este modelo acabó exportándose.

P: ¿Y cómo pasamos de ese contexto, en el que los campesinos se oponen a la conscripción por parte del imperio napoleónico, a un momento en el que, por ejemplo, en la Alemania nazi se produce lo que Isaiah Berlin llamaba el "estado de inflamación de la conciencia nacional"?

R: Hubo un proceso lento de nacionalización. Por ejemplo, en la escuela o en el servicio militar; surgió también el Estado del Bienestar, que conectaba la población al Estado. Así, el Estado ya estaba conectado de manera más positiva a la mayoría de la población. Pero el fascismo y el nazismo son una forma extrema de la nación como etnia, que la definen en términos raciales.

También es cierto que esta era otra forma de pensar, porque en el siglo XIX la idea dominante —por ejemplo, de Mazzini– era que si todos los Estados son Estados-nación, y que si ya no hay reyes que tengan ambiciones personales para conquistar territorios, tendremos un mundo pacífico. Lo que sucede a finales del siglo XIX, también con la conquista de África, con el imperialismo moderno, es que hay un cambio de mentalidad. Ya no es la idea de libre cambio, de colaborar todos juntos, sino la idea social darwiniana de la geopolítica como una arena en la que se impone la ley del más fuerte y, si eres débil, vas a desaparecer. Por eso había que ser fuerte.

Esta es la mentalidad que hay detrás de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, en este contexto, muchos seguidores de estas ideas pensaron "tenemos que participar porque si no vamos a ser una nación de segundo rango, sin colonias y sin futuro, y a lo mejor desaparecemos".

P: Otro elemento interesante de su libro, y que rompe con la literatura existente, es que establece que el nacionalismo no es un producto únicamente occidental, sino que surge en todo el mundo.

R: Lo que veo es que, incluso mucho antes de que surjan movimientos nacionalistas en el tercer mundo, en Asia o en África, hay ya muchos gobernantes que ven que se tienen que modernizar para no sucumbir al imperialismo, para no ser colonia de Occidente. Lo que hacen, por tanto, es modernizar sus Estados y toman el modelo del Estado-nación como ejemplo de Estado moderno. No obstante, en general, no querían dejar las riendas del poder, porque lo último que podían concebir era la elaboración de una constitución, la existencia de un Parlamento y hacer la nación soberana realmente. En el caso de Japón, sin embargo, vemos que se abre en los años cincuenta del siglo XIX y, en 1890, tiene una constitución, un Parlamento y unos partidos políticos modernos. Ya era una Estado moderno como los demás.

P: Del mismo modo, subraya que lo que resultó determinante para la consolidación del Estado-nación fueron las "ventanas de oportunidades" a nivel geopolítico.

R: Es una idea de Andreas Wimmer, un sociólogo que enseña que los Estados nacionales surgen en oleadas. La primera oleada es la era de revoluciones, cuando también América Latina se convierte en Estados nacionales. Luego, la de 1848, que fracasa en gran parte. Y las últimas oleadas se producen después de la Segunda Guerra Mundial, con la descolonización, y tras la caída del Muro de Berlín, que es seguida por la desaparición de la URSS, la guerra de Yugoslavia y la separación de Checoslovaquia.

P: Finalmente, en el libro presenta un abanico de posibilidades para el futuro del Estado-nación como modelo político. ¿Qué surgiría si el Estado-nación colapsase?

R: Como historiadores, debemos considerar que el Estado-nación nace hace unos 250 años y que, en cambio, la historia de la humanidad desde la edad de la agricultura asentada, es una época de unos 10.000 años. En comparación, dos siglos es muy poco tiempo, y lo que hemos visto es que la forma de Estado dominante en la historia humana es el Imperio. De hecho, el dominio del Imperio se acaba en el siglo XX, por lo que el Estado-nación solo es hegemónico desde los años 60.

Acabé la redacción del texto hace unos dos años, antes de la reelección de Donald Trump, pero entonces veía ya tendencias imperialistas. Está China, que crea estos islotes artificiales para anexionarse el territorio marítimo de sus vecinos. Está también la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Y ahora también Trump, que quiere el Canal de Panamá, quiere Groenlandia, quiere Canadá, y se está metiendo en asuntos internos en América Latina actualmente. Parece que vuelve el imperialismo de la ley del más fuerte.

Además, Trump también acaba, de alguna manera, con la ley internacional o con el sistema de cooperación internacional en Naciones Unidas y en el FMI, que se basan en la idea de que todos los Estados-nación, en teoría, son iguales y no hay diferencias de poder. Parece que se está acabando con esta idea y volvemos, quizá, a la edad del Imperio. Es cierto que el nacionalismo tiene muchas desventajas, pero el Estado-nación con derechos para todos los ciudadanos, con una constitución, con elecciones, es mejor que un Imperio donde solo decide el emperador o unos pocos. Podemos decir que, a lo mejor, la edad de oro del Estado-nación ha sido una época de unos sesenta años.

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