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Póster El ilusionista

Estrenada en Francia hace quince meses, El ilusionista fue nominada el año pasado al Óscar a la mejor película de animación, así como al Globo de Oro en la misma categoría. Y pese a perder frente a una contendiente de la talla de Toy Story 3, el disfrute en cines de la película de Sylvain Chomet, ganadora del César al mejor largo animado y basada en un guión del mismísimo Jacques Tati, escrito en los años cincuenta y plasmado ahora en celuloide, es obligado por varias razones.

Concebida por Tati como carta de amor (y despedida) al arte y la vida, así como homenaje a su hija Sophie Tatischeff, a la que tuvo que desatender en beneficio de su trabajo, la película que nos llega fue ideada para ser filmada en imagen real pero Chomet, receptor del guión a través de la propia Sophie, ha conseguido reforzar a través de la animación tanto el lenguaje mímico como las entrañas sentimentales de su autor. El director simplifica, sin traicionar, los hechos reales que dieron lugar al libreto –una hija nunca reconocida por Tati afirmó que la homenajeada por el creador de Monsieur Hulot es ella y no Tatischeff–, pero El ilusionista resulta una película igual de apasionante, dulce y dura que la historia que hay detrás de ella.

Decir que se trata de una cinta de animación convencional, en dos dimensiones y dirigida al público adulto puede parecer una obviedad, pero en estos tiempos, con la animación familiar, digital y en 3D llenando las plateas con desigual fortuna, no se trata de ninguna tontería. Y eso es lo que hace El ilusionista, expandir y sublimar los límites de la animación artesanal hasta cotas que, probablemente y con la excepción de los estudios Ghibli, la industria y la tecnología habían ahogado. Desconozco la aclamada Bienvenidos a Belleville, la anterior cinta de Chomet, pero lo cierto es que el francés ha conseguido aquí reivindicar el cine de animación tradicional como perfecto trasunto de la nostálgica despedida de Tati a los espectáculos de variedades que se ve en la película, sin variar un ápice su contenido ni disminuir su intensidad sentimental.

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