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Póster Immortals

Immortals podría haber sido un híbrido entre la imaginería digital de 300 y el sentido de la épica y la aventura de una obra maestra como Conan el Bárbaro (la versión de 1981, no la de este año, se entiende). Su apuesta por la mitología y la fábula fantástica a la hora de complementar su faceta de cinta de pura acción así lo indican. Pero en ella da la impresión de haber pesado mucho más el criterio de sus productores, forzando a su director, Tarsem Singh, a convertir la película en un producto derivativo de la primera de ellas, que dicho sea de paso, no me parece gran cosa en comparación con que firmó John Milius.

Pero centrémonos durante un instante en Singh. El realizador hindú, que en más de una década apenas ha firmado apenas tres largometrajes, afronta aquí su regreso a Hollywood después de la reputada La celda, aquel psycho-thriller que protagonizó Jennifer Lopez hace ya once años. En todas ellas, y a buen seguro en la versión de Blancanieves que ha dirigido -y que se estrenará en 2012-, Singh ha demostrado ser un esteta con una inaudita capacidad de crear imágenes exóticas y surrealistas, que superan en calado a las de cualquier artesano de la acción en su acepción más convencional. El problema de Immortals no es, en realidad, ninguna de esas dos vertientes, sino un guión necesitado, probablemente, de un par de reescrituras más para ser denominado como tal, y que entorpece enormemente la labor del realizador.

Immortals tarda una eternidad en empezar, y cuando lo hace nunca llega a capturar el interés pese al notable trabajo de diseño de producción y la imaginación visual de Singh. El director hindú no acaba de coexistir adecuadamente con el despliegue de testosterona del texto, que fracasa a la hora de plantear una aventura que carece de peripecia y de una verdadera evolución dramática más allá de su planteamiento. El filme parece conformarse con guiñar el ojo al peplum de serie B italiano más que en desarrollar su premisa, quedando reducido a un prólogo y un fuerte desenlace en el que, esta vez sí, el saber hacer de su director da de sí lo necesario. No obstante, a lo largo del filme se percibe un constante esfuerzo de su realizador por sacar adelante esta vertiente utlizando medios puramente visuales, en una película que, por desgracia y a sus expensas, naufraga en un mar de confusión.

En Immortals hay una cierta exuberancia visual, más allá de su apología del cuerpo masculino y la cámara lenta, que se puede apreciar en casi todos sus planos y en el diseño de sus escenarios. Singh sabe reproducir la frontalidad y la limpieza geométrica de un relieve, y también crear espacios casi surrealistas que evocan cierta clase de orientalismo remoto. El resultado es un filme interesante por su inexplicable gracia al mezclar la teatralidad del cartón piedra y la moderna imaginería digital, y en la que el hindú también demuestra, en ese excelente desenlace (donde por fin surge la emoción), su capacidad para amoldarse a las escenas de acción según la concepción más actual del término. Lo dicho, Immortals no va a pasar a la historia, pero redescubre a un realizador original y que, con un guión fluido, puede ser capaz de más.

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