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Póster Sácame del paraíso

El guionista y director Judd Apatow, que en Sácame del paraíso limita sus funciones a la producción, es uno de los principales impulsores de la nueva comedia americana. Él y un nutrido grupo de guionistas y, sobre todo, actores, cuya trayectoria abarca desde la televisión hasta el stand-up comedy y también el cine, se las han arreglado para renovar la salud y el corazón de la farsa más cafre, erigiendo la comedia gamberra como uno de los géneros con mejor salud de todo el panorama de Estados Unidos. Sácame del paraíso no es, vamos a decirlo ya, una de sus mejores muestras, pero lo cierto es que el realizador David Wain saca el suficiente partido del contraste entre hippies y neoyorquinos "civilizados", mostrándose igual de poco complaciente tanto con unos como con otros.

No obstante, y quizá desgraciadamente, no estamos ante una comedia negra propiamente dicha. Sácame del paraíso no muestra demasiada intención en profundizar en la recesión económica, un mero recurso argumental para obligar a los dos protagonistas a cambiar su minúsculo loft neoyorquino, y al final acaba derivando en un previsible triángulo sentimental que parece diseñado para agradar a su estrella principal, una Jennifer Aniston que tampoco desentona en el extenso casting cómico. No obstante, también es cierto que carece de algunos de los defectos del cine Apatow, como la excesiva dilatación de los gags y el estiramiento del metraje hasta más allá de las dos horas, al tiempo que conserva sus virtudes, como los excelentes secundarios (ese nudista literato) y las imponentes digresiones groseras (ese acoso a la reportera televisiva en antena, simplemente tronchante, o el episodio inicial en las oficinas de la cadena HBO, dedicada a vender "violencia y angustia sexy").

Por lo demás, David Wain no desaprovecha ningún momento para montar los previsibles gags en torno a las drogas blandas y las orgías sexuales -no esperábamos menos- desarrollando más la tesis de Mal ejemplo, su anterior película, y que no es otra cosa que la imposibilidad de idealizar cualquier modelo de comportamiento, sea cual sea. Una moraleja que ancla la película a la realidad y a una moral propia de la comedia americana clásica o al menos, más bienintencionada. Un happy-ending conformista pero también de puro sentido común.

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