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Póster Oblivion

Oblivion no puede calificarse como un filme sorprendente, pero en él ocurren unas cuantas cosas extrañas. No extrañas de por sí, ya que el filme de Joseph Kosinski recoge, y remezcla, algunos de los temas comunes y paranoias de la ciencia ficción reciente y clásica. La última película protagonizada por Tom Cruise, a quien lamentablemente ya le cuesta más alcanzar las recaudaciones de antaño, tiene una primera mitad de un tempo sorprendentemente lento e introspectivo para un blockbuster actual, en el que Kosinski se toma su tiempo para presentar y desarrollar el mundo apocalíptico que vemos en pantalla, ayudado -eso sí- por la excelsa música electrónica de M86. Al presentar a su estrella operando en solitario durante casi una hora de metraje, la película se aproxima por momentos más al tono logrado por Moon de Duncan Jones, Náufrago de Zemeckis, o incluso Wall-E, de la factoría Pixar, que a un filme de acción, por mucho que el espectáculo pirotécnico sí haga en esta ocasión acto de presencia. Y por supuesto, Cruise recoge el testigo con gusto: se trata de una oportunidad de oro para acaparar, de nuevo, todo el protagonismo de la historia, y el astro aprovecha la ocasión con una interpretación excelente, con un personaje que parece heredar muchas de las características de los hitos interpretativos de su carrera (piloto intrépido como en Top Gun, individualista y curioso como Jerry Maguire) pero con una dosis superior de melancolía.

En Oblivion, Cruise es Jack Harper, un técnico experto en reparar naves robotizadas (drones) y destinado en un desolado planeta Tierra, evacuado ahora hace décadas. Aunque nunca la vivió directamente, Jack es uno de los supervivientes de una guerra contra una especie alienígena que trató de conquistar el planeta, pero fracasó en su intento. Tras la contienda y pese a la victoria, la Tierra es inhabitable, y la única función de Jack es vigilar la extracción de los últimos recursos naturales del planeta. Claro, que esto es la primera mitad del largometraje... La aparición de una misteriosa mujer (Olga Kurylenko) que Jack conoce en sueños y que cae directamente del cielo, será el primero de una serie de cambios importantes y la confirmación de algunas emociones y pálpitos internos de Jack...

Lo primero que destaca de Oblivion en el poderío de sus imágenes. Al igual que en su debut, Tron: Legacy, a la que la presente supera de largo, Joseph Kosinski demuestra un talento superior para entrelazar argumento y espectáculo con imágenes de cierto lirismo, gran parte de ellas servidas por los paisajes islandeses, pero otras si cabe más simbólicas, como esa casa en las nubes donde residen Jack y Victoria (Andrea Riseborough). Kosinski intenta imprimir en la película, de alguna manera y a la vez, tanto el gusto esteticista de Ridley Scott como la imaginería tecnológica de James Cameron. Evidentemente, Oblivion no es Solaris, como tampoco es Alien o Terminator. Kosinski distribuye dos o tres giros trascendentales que suceden tras esa primera mitad que aproximan la historia al primer Matrix de los Wachowski, adornando el conjunto con un par de secuencias de acción que aligeran la narración pero no la despistan de sus objetivos, a la vez que delatan su interés en poner algo más de cuidado que la media en las mismas (se me ocurre el ataque de los drones al refugio de Bleech, en el que abundan los planos secuencia).

No tengo ni idea todavía de si Oblivion es una gran película. En este caso, me temo que su recepción va a depender demasiado del aprecio que se le dispense a Tom Cruise. Dura demasiado, en ella hay pasajes que demasiado explicados y otros en los que apenas se incide, lo que provoca que el desenlace parezca apresurado y hasta inverosímil. Pero al igual que los hermanos Wachowski en Matrix y la infravalorada El Atlas de las Nubes, Kosinski trata siempre de potenciar lo original y entremezclar en una única narración espectáculo y ciertas notas de filosofía con relato mitológico y hasta religioso. Sin revelar nada de la cinta, en ella se cuestionan las nociones de memoria, identidad, voluntad y hasta amor, en una extraña fusión de relato heroico espectacular pero a la vez introspectivo, existencial, todo ello puesto al servicio de su estrella. Y desde luego y sin -probablemente- rayar su altura, ayuda a recuperar en el cine de gran formato las inquietudes de filmes como Alien, Blade Runner o incluso la citada Matrix. No sé ustedes, pero yo prefiero esta noción de espectáculo a la que propone G.I. Joe.

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