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Juan Manuel González

Crítica: 'La vida secreta de Walter Mitty', de Ben Stiller

Ben Stiller dirige y protagoniza una nueva versión del cuento que en los 40 protagonizó Danny Kaye.

Póster La vida secreta de Walter Mitty
Puntuación: 6 / 10

La vida secreta de Walter Mitty, nueva aventura como director y protagonista del cómico Ben Stiller, no es en realidad una idea nueva en estos lares. Basada en un relato corto de James Thurber, la historia fue adaptada previamente en una película de 1947 al servicio de Danny Kaye, que pese a no gozar de un descomunal prestigio, sí ocupa su propio lugar en la historia americana. Podría por eso parecer absurdo, o al menos poco agudo, invocar en un comentario sobre La vida secreta de Walter Mitty el recuerdo de Joe contra el volcán, una cinta relativamente poco conocida estrenada en 1990 y que supuso uno de los grandes fracasos comerciales de la carrera de sus protagonistas, Tom Hanks y Meg Ryan. Pero quienes recuerden el comienzo de aquella infravalorada fábula y vean ahora el punto de partida de La vida secreta de Walter Mitty, al fin y al cabo otro viaje físico pero de autoafirmación personal, sabrán de lo que hablo (escribo).

Walter Mitty es un tímido empleado de la revista Life, acostumbrado a evadirse de esu mediocridad imaginando que es el protagonista de grandes aventuras. Pero cuando la revista decide echar el cierre, Walter ve la oportunidad de dejar atrás su aburrida vida lanzándose a un viaje por todo el hemisferio norte, en busca de un negativo de foto que representa el concepto básico de la empresa para la cual trabaja.

Fiel a los tiempos que corren, y contrariamente a lo que su (brillante) campaña publicitaria podría indicarnos, lo cierto es que la nueva versión del cuento no funciona tanto como una apología de los sueños como una de la propia realidad... al fin y al cabo un sueño algo más real que los que vive Walter en su cabeza.

La vida secreta de Walter Mitty se inscribe en cierta tendencia nada baladí en el relato hollywoodiense, visible ya en todos los géneros cinematográficos y cuya exposición haría las delicias de los semióticos: la película de Stiller no es una historia de superación personal como más bien de liberación, algo que no sé si resulta demasiado novedoso pero, desde luego, sí especialmente apropiado para el ya muy avanzado siglo XXI. El atribulado y anónimo personaje que da título a la película, un hombre humilde pero responsable, es una persona aislada en sí misma que parece vivir una vida que no es la suya, un hombre que en un sistema en crisis y cambio corre el riesgo de transformarse en poco menos que un desecho obsoleto (atención al tránsito de la prensa escrita a la digital que toca de refilón el largometraje) y que observa a su objeto de deseo sin atreverse a romper el aislamiento. La vida secreta de Walter Mitty es, por ello, la historia de un hombre tomando el control de sí mismo visualizada como un relato cómico y de aventuras. No, la película de Stiller es de todo menos insustancial.

Resulta por eso más desgraciado cierta falta de garra en el relato. A la película de Stiller, bastante acostumbrado al metacine (y si no, vean la más redonda Tropic Thunder) no le hubieran venido mal ciertas gotas de picardía, de esas que precisamente el actor ha administrado a paletadas en anteriores ocasiones. Y es que la ingenuidad de La vida secreta de Walter Mitty, película inteligente donde las haya y que goza de un buen trabajo de puesta en escena (90 millones de dólares de presupuesto no es cifra baladí para una comedia), resulta paradójicamente forzada. Pese a su condición de película navideña, de dulce y sentimental entretenimiento, los conceptos que maneja el un poco mediocre guión de Steve Conrad (autor, cómo no, de En busca de la felicidad) son de todo menos imbéciles, por lo que algo más de humor y nervio no le hubiera venido mal para rematar su mensaje. Pese a ello, suficiente.

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