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Los años gloriosos de Marujita Díaz

Fue una excelente cantante de muy variados géneros, una actriz muy estimable en su día y desde luego, muy popular en el cine.

Fue una excelente cantante de muy variados géneros, una actriz muy estimable en su día y desde luego, muy popular en el cine.
Marujita Díaz | Cordon Press

Se llamaba María del Dulce Nombre Díaz Ruiz, aunque para el mundo del espectáculo fue siempre Marujita Díaz. Y no se apeó nunca del diminutivo de su nombre, quizás porque a sus seguidores siempre les gustó llamarla así, aun siendo octogenaria. Conviene, a la hora de resumir su carrera artística, señalar que fue una excelente cantante de muy variados géneros (la copla, el tango, el cuplé, la zarzuela, la revista musical…), una actriz muy estimable en su día, con gran vis cómica, que cosechó éxitos en espectáculos teatrales arrevistados y desde luego en el cine, con títulos muy taquilleros, de carácter folclórico, popular.

Otra cosa es a partir de la década de los 70, cuando ya sus condiciones vocales estaban considerablemente limitadas, aunque ella se esforzó en mantenerse en activo, creyendo que el estrellato era para siempre. Ahí se equivocó, al no saber retirarse a tiempo, como oportunamente hizo Concha Piquer, cuando se hallaba incluso en plenas facultades. Y ya sus apariciones en televisión en los últimos tiempos fueron penosas, en programas del corazón donde, sin tener en cuenta su glorioso pasado, se la trató como una friki. Que eso sí, hacía las delicias de un público que acaso desconocía el ayer de una gran artista, como sin duda lo fue la sevillana que acaba de morir.

Nacida en el sevillano barrio de Triana se aficionó desde muy chica al cante y al baile. Iba con su madre a vender cisco (carbón) para el brasero. En su casa pasaban muchas fatigas. En ese recorrido por las calles Marujita no se cansaba de pregonar la mercancía, aderezando su oferta cantando coplillas. Comprendió que si quería ser artista de verdad había que trasladarse a Madrid, adonde llegó con dieciséis años, actuando en el intermedio de las películas que proyectaban en un cine de barrio, el Chueca. Es en 1948 cuando logra introducirse en el mundo del cine, debutando con un papelito, a las órdenes de Florián Rey, en La cigarra, cuya protagonista era la mítica Imperio Argentina. Sus siguientes apariciones en la pantalla, breves desde luego, fueron, entre otras, en La revoltosa, donde se lucían Carmen Sevilla y Tony Leblanc; El sueño de Andalucía, a mayor gloria de Luis Mariano y Carmen Sevilla; Surcos, una película de culto, especie de neorrealismo "a la española" con tintes sociales, que realizó Nieves-Conde, y en donde Marujita casi hacía de sí misma, es decir, de una muchacha con ganas de triunfo, que se apunta a un concurso de radio de cantantes noveles, "Fiesta en el barrio", donde interpretaba el pasodoble "Mantón de calle".

La secuencia se rodó en el teatro de La Latina. Es en aquel mismo 1951 cuando obtiene su primer papel destacado, como estrella de Una cubana en España, aunque la verdadera protagonista era la espectacular supervedette cubana Blanquita Amaro, enredo amoroso en el que nuestra compatriota brillaba con sus rumbas flamencas. Al año siguiente es cuando en La Puebla de las Mujeres, del interesante director Antonio del Amo, Marujita Díaz ya alcanza el papel principal, enamorando al galán Gustavo Rojo, interpretando coplas de los maestros Perelló y Monreal. Y en 1953 forma parte de un atractivo reparto en El pescador de coplas, junto a los noveles y entonces prometedores galanes Vicente Parra y Manolo Zarzo y la presentación del nuevo divo de la copla, el malagueño Antonio Molina. Y en 1954 Marujita deja momentáneamente el cine para presentarse como estrella de la revista musical Las cuatro copas, compartiendo el escenario del teatro Martín con una formidable pareja, Antonio Casal y Ángel de Andrés y la siempre eficaz actriz cómica Trini Alonso.

El decenio que sigue, entre la mitad de los años 50 y 60, nos descubre a la mejor Marujita Díaz. Simpática, ocurrente, con chispa, moviendo sus ojillos como nadie, y derrochando gracia y salero con sus canciones y sus parlamentos. Así sucede en sus películas Polvorilla y El genio alegre. Prueba de su capacidad como artista polifacética, en lo que se distinguió claramente de sus compañeras folclóricas, es que rodó historias musicales de diferente corte, como Y después del cuplé, La corista, La cumparsita, Pelusa, Abuelita charlestón, La casta Susana, La pérgola de las flores, algunas de las cuáles se filmaron en escenarios hispanoamericanos, donde ya era considerada una estrella de primera fila.

Fueron sus mejores tiempos, cuando casada con Espartaco Santoni coproducía sus propias películas y ya disponía de un sólido patrimonio. Hay que citar su aparición, mediados los años 60, en una comedia musical, Kiss me Kate, que presenciamos, donde estaba sensacional, interpretando temas de Cole Porter, en el madrileño teatro Alcázar. Se trataba de una adaptación de La fierecilla domada, de Shakespeare. Su faceta de cantante la cultivó lógicamente en grabaciones discográficas, aunque incomprensiblemente no supo cuidar ese terreno, al punto de que en los últimos años fuera difícil encontrarlas en el mercado, a no ser ahora a través de YouTube.

De su repertorio hay que destacar sus versiones de éxitos revisteriles, muchos de ellos estrenados por Celia Gámez. Es el caso de "Banderita", de "Las corsarias"; "Estudiantina portuguesa"; "El Pichi", de "Las Lenadras", y una selección de los mejores tangos, que había interpretado en algunas de las películas anteriormente citadas. En 1976 intervino en quince programas semanales de Televisión Española, Música y estrellas. Le proporcionó un chute de popularidad, cuando ya su nombre languidecía. Fue artista invitada a varias representaciones zarzueleras en la Corrala madrileña. En 1992 todavía nos regalaba su gracia y encanto en Madrid, Madrid, su último espectáculo teatral en el que fue contratada por su protagonista y empresaria, Conchita Márquez Piquer.

Y en adelante es cuando definitivamente se difumina su figura artística. Y probablemente por no admitir ese inevitable paso del tiempo, es cuando se pasea por las televisiones contándonos, a veces patéticamente, sus enredos amorosos, sus relaciones con Sara Montiel salpicadas de broncas y otras menudencias, propias de esos espacios de chismes y basura. Pero en su adiós, ha de quedarnos la figura de aquella mujer que dominaba ese arte interpretativo de la ternura, la risa y el llanto. En sus mejores momentos, no fue del todo aprovechada ni en el cine ni en el teatro. Descanse en paz.

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