Que el embrollo de la película, basada en los cuentos ilustrados de Michael Bond, comience con algo tan flemático y cotidiano como la reserva de un libro en una tienda de antiguedades describe perfectamente el carácter de Paddington 2. La película de Paul King es, en efecto, la típica aventura infantil que introduce un personaje CGI en un entorno real, pero solamente esa sutil hipérbole (británica) ya sitúa su trabajo lejos de la la vulgaridad de las que podríamos considerar sus equivalentes nortamericanos, filmes como Stuart Little, El Oso Yogui, Scooby Doo y otras adaptaciones infantiles a caballo entre el CGI y la imagen real. Paddington 2 es una película de carácter plenamente británico, y uno diría que casi por extensión, una exhibición de clasicismo bien entendido y exquisitos modales fílmicos.
Reprochar a Paddington ese blanco idealismo es una tarea inútil. Y, sobre todo, desacertada. Completamente blanca e idealista, nunca cursi y siempre aguda y divertida, Paddington 2 es cine del bueno, o cuando menos uno bien construído, hecho con cariño en el fondo y la forma. El filme desde el principio revela su alma, ubicando al oso Paddington en el duro mundo de la búsqueda de trabajo y después dando con sus huesos en la cárcel. Y por el camino, según se desarrolla la aventura, integra el gag en conjuntos elaborados como"set-piece" al tiempo que no tiembla al expresar una visión social de inapelable actualidad: basta una sola buena persona para mejorar la vida de los demás, aunque se necesita de una comunidad, un entorno, que sepa valorarlo y reconocerlo. Un ensayo ligero, si quieren, sobre cómo una sociedad cínica recibe el verdadero altruismo.
Paul King, que vuelve a dirigir tras la primera entrega, elabora un filme infantil de espléndida factura que demuestra lo contemporáneo de la herencia Chaplin y Buster Keaton (el desenlace en un tren no puede ser casual) y que consigue cuajar la caricatura sin que degenere en parodia, que aporta dulzura sin caer en el sentimentalismo. En Paddington 2, Jim Broadbent pone acento alemán, Brendan Gleeson explota su caracter hosco y (atención aquí) Hugh Grant compone un magistral villano, un trasunto de Pierre Nodoyuna pero sobre todo de sí mismo que demuestra que el británico siempre nos supo tomar el pelo y , ahora, todavía más. La integración del cartoon y el slapstick en un guión coherente, de esos "de hierro" que rematan los ingleses, es tan brillante como la de los efectos digitales en la imagen real, y remata una excelente película familiar, o simplemente, una excelente película.