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Juan Manuel González

Crítica: 'Los muertos no mueren', con Bill Murray y Adam Driver

Los muertos no mueren no va de sofisticada, y eso está bien, pero aún así se queda en una rareza fallida.

El fracking en los casquetes polares ha cambiado la rotación de la tierra y los muertos comienzan a levantarse de sus tumbas. Pero esto es una película de Jim Jarmusch, no de George A. Romero o Zack Snyder, y la tumbas pueden pertenecer a alguien llamado Samuel Fuller, y el cadaver responder a las (cadavéricas) facciones de Iggy Pop.

Está claro que Los muertos no mueren, pese a pertenecer con todas las de la ley al terror zombi, es una aventura entre el capricho (de su director Jim Jarmusch) y el homenaje póstumo (al creador de La noche de los muertos vivientes, George A. Romero). La nueva película del responsable de Patterson aborda la mitología del subgénero, creada para la posteridad por el padre del terror moderno, y lo hace en tono cómico (no es tampoco la primera en hacerlo) pero también abiertamente personalista. El peligro que uno podría suponer, el de un paradigma del cine de autor como Jarmusch abordando este material de derribo, si bien consagrado ya para el gran cine por el propio Romero, afortunadamente no lastra en exceso el resultado.

La prueba son sus dos fuentes de inspiración básicas, al margen de la propia identidad de Jarmusch, y que son lo mejor de la película. La película se construye orbitando alrededor de La noche de los muertos vivientes original (ese comienzo calcado) pero tanto o más sobre una nueva canción, "The dead don't die" de Sturgill Simpson, que se repite en más de media docena de ocasiones. Queda claro así el aliento entre poético y apocalíptico que impulsa a Jarmusch, cuya reflexión final en realidad no se distancia en demasía de la vertida por el padre del cine de terror moderno en su seminal "walking dead".

Los muertos no mueren | Universal

No es la primera vez que Jarmusch se mete en un fregado de estos, y lo cierto es que trata el material con humildad sin, además, rehuir imágenes escatológicamente divertidas (además de unos inesperadamente buenos efectos visuales) propias del género. Hay escenas, como aquella protagonizada por una zombi Carol Kane, donde la obra lo da todo. Esto es lo bueno del asunto, pero también es aquí a partir de donde empiezan los problemas.

El ritmo plúmbeo de una narración poblada por estrellas de Hollywood que jamás, jamás llega a arrancar del todo, desaprovecha personajes, situaciones y posibilidades. Los actores, amigos todos ellos del director, están todo el tiempo tratando de adaptarse a la parsimonia de este improvisado fin del mundo, y a menudo simplemente no funciona, como tampoco las marcadas notas "meta" que Jarmusch introduce al final con la sutileza de un tractor. El humor no alivia, evidentemente el terror tampoco (tampoco era la intención) y la promoción de la película, que anuncia una fiesta zombi con Bill Murray y Adam Driver, nunca se presenta. Los muertos no mueren no va de sofisticada, vale; sale Tilda Swinton cortando cabezas con una katana, y todo eso está bien, pero aún así el conjunto se queda en una rareza fallida. El subtexto político y social (y esa melancólica noción de los muertos como seres tratando de repetir lo que hicieron en vida), al fin y al cabo, también estaba antes, Jarmusch solo ha orquestado cruce de vías con su propia filmografía.

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