
¿Se acuerdan de El Chico de Oro, en la que Eddie Murphy tenía que proteger a un chaval místico y sagrado de las fuerzas del mal? Bien, pues ahí se acaban las similitudes entre aquella y The Creator, película en la que el director Gareth Edwards trata de quitarse la espina del mal rodaje de Rogue One con una obra de ciencia ficción no exactamente original, pero sí novedosa en sus propios términos: tal y como todo el mundo se ha hartado de recordar, The Creator es un filme de gran presupuesto que no se basa en ninguna franquicia ni propiedad previa, no es una secuela y privilegia el factor de idea original y cuento mítico por encima incluso de su (notable) despliegue visual.
Un festín verdaderamente destacable en tanto viene dirigido por Edwards, un realizador todavía joven pero con un olfato poco habitual para la puesta en escena, el diseño y la creación de mundos complejos y de un punto de vista concreto, no necesariamente oscuro o adulto, pero definitivamente anclado en esa época, los 70, 80 y 90, en los que Hollywood todavía era capaz de estrenar propuestas variadas y de cierto riesgo para el espectador masivo.
Eso es precisamente The Creator, un filme donde Edwards, de todas formas, naufraga en ocasiones de manera un tanto frustrante a la hora de articular una narrativa cuya claridad e intensidad emule a los que son sus grandes referentes, James Cameron, Steven Spielberg y Ridley Scott. The Creator, con su acertada localización y sabor a lo Apocalipse Now, no consigue implicar al espectador en un argumento complejo y ambicioso más por su letra pequeña, sus implicaciones morales e intelectuales, que por el devenir de su acción, que en ciertas secciones resulta innecesariamente embrollada. La relación entre Joshua y la niña artificial Alphie no captura en su vertiente afectiva como Edwards sin duda está deseando, y la cadencia de la información resulta un tanto errática. ¿Problema de montaje, de escritora? En todo caso hay elementos de valor que quedan en el tintero mientras el filme se entretiene en luchas anecdóticas.
Pese a estos fallos narrativos, The Creator sigue siendo un filme realmente reseñable. No solo por lo enunciado arriba, sino porque las cosas que admirar e incluso adorar en él son evidentes, constantes, y sin duda acertadas. Articulada como una película de espías y bélica, todas las actuaciones acompañan (destaquemos la presencia de Alison Janney como una suerte de versión del Stephen Lang de Avatar) y el despliegue visual, no solo el referente a efectos especiales (donde el filme se revela incluso sobrio y económico) sino a nivel de escenarios y todos los aspectos de la puesta en escena, resultan de primera línea. Efectivamente, The Creator, pese a sus lagunas creativas, recuerda sin necesidad de nostalgia alguna a esa época en la que Peter Hyams, John Badham, Richard Donner y una decena más de realizadores se repartían los laureles fílmicos que ahora parecen exclusivamente despachados (con todo merecimiento, en la mayoría de ocasiones) a Christopher Nolan.
Edwards se confirma, tras Godzilla y Rogue One (al final y pese a todo, quizá el filme más interesante de la nueva franquicia Star Wars), como un director con ambición moral y temática, atención al detalle (hasta el punto que ciertas anécdotas secundarias acaban expresando toda la película) y desde luego dotado de una infinita capacidad visual, la misma que asomaba en su debut Monsters y brilló con luz propia en el Godzilla de 2014. Un soberbio artesano, si quieren, en cuanto al aprovechamiento de medios, aunque en esta ocasión hubiera necesitado de ese coguionista y productor que apretase adecuadamente ciertas tuercas. Si The Creator no hubiera sido tan mejunje en alguno de sus episodios argumentales, no solo sería una película que apunta altísimo sino directamente una obra maestra. Lo que tenemos a cambio es un filme que, no obstante, apetecerá revisar y reivindicar en el futuro, y que regala algunos de los momentos de más intensidad cinematográfica del blockbuster de 2023. Ni tan mal.