
Hace algo más de una década la primera Expediente Warren confirmó el advenimiento de un director con mayúsculas. Reciclando motivos, lugares y recursos del género de terror, James Wan impregnó a su primer gran film de estudio de un entusiasmo capaz de renovar unos clichés que, en sus manos, volvían a funcionar a las mil maravillas. La alucinante eficacia de sus escenas de suspense y el entusiasmo de su reparto, concentrando sus miras tanto en los investigadores como en las víctimas (y jugando cierta batalla cultural en el retrato de los usos y costumbres de la época) así lo refrendaban. Es cierto que el universo de secuelas generado a continuación, incluyendo spin-offs de Annabelle y La Monja, ha desfallecido siempre que Wan no se ha sentado en la silla de director, motivo por el que todos los implicados en la saga han decidido que la presente cuarta entrega de la saga troncal The Conjuring sea (presuntamente) la última de las protagonizadas por el matrimonio de espiritistas.
Resulta lógico, por tanto, que esta entrega Expediente Warren sea el adiós de la familia de investigadores. Y no porque sus resultados sean malos, al contrario, o porque sus previsiones en taquilla lo sean (parece ser que el film prolongará la buena racha del género este 2025, con unos excelentes 50 millones en su primer fin de semana americano). No hemos visto este año ningún film de un gran estudio tan deseoso y entregado a tocar los sentimientos del espectador, prolongando lo que fue el gran descubrimiento de la saga: la creación inesperada de la historia de un matrimonio contada a través de dos actores de sin igual química y encanto, Patrick Wilson y Vera Farmiga. El director Michael Chaves hace un buen trabajo entregando un film romántico en todas sus acepciones, así como agradablemente clásico, pero también un tanto perezoso y acomodado. En un año donde obras presuntamente revolucionarias como Weapons o Sinners trataban de forzar los postulados del género, Expediente Warren. Los últimos ritos hace justo lo contrario, bebiendo con descaro de las ideas visuales planteadas por Wan en sus dos películas de origen sin atreverse a formular algo no exactamente nuevo, pero sí que acabe la historia del matrimonio Warren por todo lo alto.
El resultado, como en las anteriores, es un tren de la bruja que precisamente por la entrega de sus dos protagonistas resulta solo funcional en sus secuencias de terror, pero más conmovedor y realmente entregado en sus aspectos melodramáticos. En manos de Chaves, el drama romántico de los Warren y el temor por el destino final del personaje de (como siempre, excelente) Patrick Wilson generan más implicación en el espectador, por mucho que la rutina de la dirección haga escorar el resultado hacia territorios peligrosamente telefilmescos. La familia víctima del nuevo encantamiento nunca ha resultado tan anecdótica como aquí, por mucho que Chaves utilice la ambientación en los ochenta para sugerir paralelismos con la icónica Poltergeist (1982). La sangre, sin embargo, no llega al río gracias a lo entregado del film, que en todo caso acierta absolutamente planteando el contexto ochentero del nuevo caso de los Warren: si en 1971, fecha en la que se desarrollaba la primera entrega, el matrimonio llenaba plateas con sus conferencias, en el materialista 1986 tienen que conformarse con burlonas referencias a Los Cazafantasmas en un entorno industrial más bien deprimente e invernal.
Falta, eso sí, la sutileza y espíritu lúdico de Wan, así como el tremendo trabajo de cámara de John Leonetti, y desde luego la fibra narrativa de la primera entrega. Pero en su deriva hacia el terror de gran espectáculo persiste un bien manejado intimismo, y también cierta incomodidad bien explotada. El film decide jugar sus bazas más seguras, sin más, pero existen secuencias de cierta relevancia, e incluso alguna imagen creada con cierta clase (ese plano que recorre la frente de Lorraine en una de sus visiones trascendentales). Wilson y Farmiga vuelven a entregar su sincera interpretación de la trastienda de una imagen de Norman Rockwell, con toda su ingenuidad y también sufrimiento, y el desenlace convencional en realidad no hace sino magnificar la apuesta por el mito que ya estaba en la primera parte, por mucho que Wan jugase a reproducir texturas de la imagen documental. Expediente Warren ya no inquieta tanto y quizá hayamos pasado esa etapa tan saludable y viva en el horror comercial, pero fue divertido y sus personajes perdurarán como un verdadero hito del género.

